domingo, 1 de abril de 2012

La Lucia de Sevilla

Estuve en la última función, la del “Viernes de Dolores”, de la Lucia di Lammermoor que ha venido ofreciendo el Teatro de la Maestranza. Me pareció una función muy desequilibrada, con cosas extraordinarias y otras que lo fueron bastante menos. Difícil de calificar globalmente. Intentaré hacerlo por partes, no sin antes advertir que he escrito –y me han pagado, claro- una pequeña biografía de Donizetti en el libreto editado a tal efecto. Lo digo por lo que se comenta en mi post anterior. A ver si se nota, en estas u otras ocasiones, semejante vínculo, porque me consta por varias fuentes que algunos artistas del Maestranza piensan (hasta la misma protagonista de esta ópera me lo dijo, sin acritud alguna por su parte) que soy “malísimo” con ellos. ¿Será porque siempre escribo lo que me da la real gana y me importa un pito lo que piensen de mí?

Lo que más me gustó fue la batuta de Will Humburg: sincera, vitalista, teatral, electrizante, muy a flor de piel, pero no por ello descuidada ni precisamente escasa de claridad, pues el equilibrio de planos fue admirable y se escucharon bastantes cosas nuevas en el más bien convencional tejido sinfónico donizettiano. Solo le reprocharía que en varios pasajes el exceso de nervio le llevó a frasear sin la concentración, la cantabilidad y la hondura necesarias. La ROSS respondió con gran dignidad –pese a que los metales a ratos sonaron a banda de pueblo-, y el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza realizó una muy buena labor bajo las atentísimas y minuciosas indicaciones del maestro alemán.

Lo peor, para mí, la puesta en escena de Giulio Ciabatti: muy fea –sobre todo al principio, luego mejora gracias a la iluminación-, sin una idea dramática detrás y lastrada por un penoso movimiento escénico de esos de función escolar. Encima, irrespetuosa con los cantantes al obligarlos a andar siempre sobre un pedregal. Los del Teatro Lírico “Giuseppe Verdi” de Trieste no han quedado nada bien al mandar esta producción a Sevilla.

Mariola Cantarero. ¿Qué quieren ustedes que les diga? Es de las pocas personas del mundo de la lírica –los otros son Ismael Jordi y Luis Cansino- a las que, por motivos distintos, les tengo un verdadero aprecio personal. Por eso mismo, porque le deseo a la granaína lo mejor de lo mejor, quiero ser duro con ella. Me gustó mucho su Lucia cuando se la escuché en Jerez hace años, solo dos semanas después de que estrenara el papel en Córdoba. Me ha vuelto a gustar ahora: aparte de la calidad del instrumento, su técnica –belcanto de verdad- y su clase son enormes. Pero para aspirar a lo más alto –va camino de ello-, necesita calcular mejor sus posibilidades. No es de recibo que para llegar bien a la escena de la locura, donde estuvo estupenda, se limitara tanto en el primer acto que el centro no llegara a escuchársele desde el patio de butacas. Y, sobre todo, debe limar las estridencias en el sobreagudo, que sigue siendo poderoso pero muy metálico. Su éxito personal fue grande y merecido en el Maestranza, pero para seguir hacia arriba tiene que poner manos a la obra y corregir esas insuficiencias. De verdad.

Muy cumplidor Stephen Costello, pero solo eso: el chico canta correctamente, con buena línea, amplio fiato y buen gusto, sacando buen partido de su voz no muy interesante, pero tiene que matizar mucho más si quiere terminar de convencer. En el último acto –un horror para los tenores- no hizo el ridículo en absoluto, lo cual ya es mucho. Muchísimo. A Kraus le recordamos bien en el Maestranza: su Edgardo estaba ya muy gastado de voz cuando llegó a Sevilla, pero las técnica era enorme. Sobran las comparaciones.

Juan Jesús Rodríguez me ha parecido lo de siempre: una voz de enorme calidad pero un intérprete muy aburrido. Quien sí me gustó, y bastante, fue Simón Orfila, pese a que tiene mucho menos seguidores que su colega onubense. Su Raimondo estuvo lleno de fuerza y comunicatividad. ¡Y qué voz! Lo que ocurre –supongo que él se irrita mucho cuando le repiten esto una y otra vez- es que no es un bajo, sino un pedazo de barítono. Tengo la impresión de que haría una enorme carrera si cambiara de repertorio. Notabilísimo el Arturo de Vicenç Esteve.

Ea, pues ya está. La gente se lo pasó bien. Yo a ratos, pero la culpa es no solo de la producción escénica, sino también mía. Qué quieren que les diga, si de esta ópera solo me entusiasman el dúo del primer acto y lo que va desde la escena de la locura en adelante…

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