lunes, 2 de abril de 2012

Autoprogramarse

Imaginen ustedes que soy un historiador del arte con bastante más talento del que realmente tengo; y con cierta influencia, además. Imaginen que me nombran director de unas supuestas jornadas anuales de historia del arte organizadas por el ayuntamiento de Jerez. Vale. Imaginen ahora que el primer año en el que me responsabilizo del evento, me reservo para mí mismo la conferencia inaugural y una colaboración en una mesa redonda. Cobrando aparte, claro, como historiador que soy, al margen de mis responsabilidades como gestor. Hasta cierto punto es lógico y natural. Al fin y al cabo soy de la tierra y tengo (es un supuesto, insisto) mi ganado prestigio.

Imaginen ahora que al siguiente año me vuelvo a reservar una conferencia. Y al otro. Que cuando me preguntan por eso de autoprogramarme, respondo que no cobro tan caro. Imaginen también que la mayoría de los participantes son los mismos de un año para otro, que son todos de mi entorno y que, de nuevo interrogado por ello, replico que para eso lo organizamos aquí, que nuestros nuestros historiadores locales merecen un lugar importante, olvidando que los aficionados probablemente tienen interés (¡y derecho!) a escuchar otras voces que hay por ahí, aunque sean muy distintas a las de los que andamos semi-monopolizando el evento.

Imaginen además que en la prensa local recibo comentarios a cada una de las conferencias de esas jornadas realizados por personas de mi círculo, y que incluso una de esas personas ha participado –obviamente cobrando- en algunas de las mesas redondas a petición mía. Imaginen también que la mayor parte de los comentarios realizados por tales firmas son altamente positivos, hasta el punto de que se llega a decir que nunca han estado las jornadas mejor que bajo mi dirección, y que la última de las ediciones ha sido la más satisfactorias de todas las habidas.

¿Qué pensarían ustedes de mí, señoras y caballeros? Pues eso mismo. Yo también lo pensaría de quien hipotéticamente pudiera hacer cosas parecidas.

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