domingo, 5 de febrero de 2012

Znaider triunfa con Sibelius en Berlín

El pasado 8 de octubre ofrecía la Filarmónica de Berlín un concierto que comenzaba con la obertura de la ópera Euryanthe, de Carl Maria von Weber, y continuaba con dos páginas propias para días de frío: el Concierto para violín de Sibelius y la Sinfonía nº1, Sueños de Invierno, de un Tchaikovsky aun joven y no del todo inspirado. De la batuta de iba a encargar Bernard Haitink, que tiene en discos una magnífica interpretación de la última página citada (enlace), pero fue reemplazado por enfermedad por el desconocido maestro eslovaco Juraj Valcuha. El que sí hizo acto de presencia fue el gran Nikolaj Znaider para enfrentarse a una de las obras más complicadas de todo el repertorio para su instrumento. El evento fue registrado por las cámaras de la Digital Concert Hall (enlace) y lo he recuperado en este apropiado fin de semana de gélidas temperaturas.

Znaider Sibelius Berlin

Me ha gustado mucho la actuación de Znaider. Quizá su sonido no sea muy potente en directo, pero desde luego ofrece una solidez impresionante: es capaz de adelgazarse hasta el límite sin perder vigor. Por descontado que la mano izquierda se muestra agilísima y que la gama de colores que extrae de su Guarnieri es admirable. En cualquier caso, y siendo tales virtudes imprescindibles para acercarse a la obra, lo decisivo es que el violinista danés se aparta de esa óptica ensoñada y complaciente con que otros abordan la página para ofrecer una recreación que, aun siendo más introvertida que extrovertida, se encuentra marcada por el dolor y la rabia. Le acompañan perfectamente una dirección sobria, rocosa, sin concesiones, y una orquesta de sonoridad poderosísima e inmejorable.

Muy bien la obertura de Weber. Personalmente me sobran los portamentos del primer tercio, pero por lo demás se trata de una interpretación sincera, elocuente y sonada de modo rotundo, muy germánico, pero no por ello masivo ni falto de transparencia. De la página de Tchaikovsky ofrece Valcuha –gesto atento y minucioso- una interpretación lenta, muy bien paladeada y desmenuzada, que en lo conceptual se muestra particularmente introvertida, lo que significa que en determinados pasajes -sobre todo en el primer movimiento- se van a echar de menos chispa, electricidad y garra dramática, ofreciéndose a cambio momentos de una cantabilidad muy dulce -que no dulzona- absolutamente conmovedora. A ello contribuye en buena medida los solistas de la orquesta, que encuentran en el segundo movimiento inmejorables oportunidades para dar buena cuenta de su musicalidad. El saldo es positivo. Quizá el veteranísimo Haitink lo hubiera hecho mejor, pero a este joven no parece que le falte talento.

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