domingo, 25 de septiembre de 2011

Andanzas de Bychkov en Berlín

No sé qué han visto las grandes orquestas para rifarse la colaboración de Semyon Bychkov, un director con talento pero con frecuencia bastante superficial, cuando no tosco, vulgar y hasta de mal gusto. En fin, como dentro de poco le tendremos en España para dirigir la Elektra del Teatro Real –tengo entradas para los dos elencos-, he querido echar un vistazo a dos de los cuatro conciertos protagonizados por el maestro ruso que se guardan en la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín, a la que una vez más les recomiendo abonarse (enlace).

El primero de ellos corresponde al 4 de octubre de 2008, y se abre con Theatrum bestiarum de Detlev Glanert (Hamburgo, 1960), página de riquísima y magistral orquestación que, basándose en el Calígula de Camus sobre el que también compondría una ópera, ha sido definida por su autor como “una oscura y salvaje serie de canciones y danzas para la orquesta, en las que la audiencia vierte su mirada sobra la disección del hombre como bestia”. “Miro a las personas como animales porque a veces se comportan como animales”, continúa diciendo. “En Theatrum bestiarum visito un zoológico de seres humanos”. La verdad es que no hacía falta ningún referente programático, porque su intensa comunicatividad, abiertamente expresionista, permiten disfrutar la obra desde el primer compás hasta el último, y más aún con una formación tan rutilante como la Berliner Philharmoniker y una batuta que disfruta con las explosiones sonoras y sabe inyectarles una gran dosis de teatralidad. Un único reparo: en el penúltimo pasaje la partitura recuerda demasiado a La consagración de la primavera.

Las cosas funcionan de manera no tan satisfactoria en la Sinfonía Alpina de Richard Strauss. Manteniendo bien el pulso –los tempi son rápidos-, Bychkov hace gala de un idioma irreprochable, se aparta tanto de los excesos como de la melifluidad y sabe garantizar la brillantez, pero se muestra impersonal, poco atento a la claridad, escasamente creativo e incapaz de destilar poesía en los pentagramas, por lo que el resultado es más bien plano y se echan de menos compromiso y variedad expresiva. Eso sí, impresionante la Filarmónica de Berlín, aunque el resultado interpretativo diste mucho de lo que consiguió lustros atrás bajo la dirección de un tal Herbert von Karajan.

El otro concierto es del 10 de octubre de 2011 y comienza con la Sinfonía para instrumentos de viento de Stravinsky. La visión es muy distinta a la que ofreció Boulez con la misma formación para DG en 1996: Bychkov apuesta por la sensualidad, el misterio y el sabor arcaizante antes que por el ritmo o la incisividad, lo que no le hace ser menos seductor que su colega, al menos con una orquesta de calidad tan increíble. Desaparecen los vientos y llega la cuerda para ofrecernos la Noche transfigurada. La partitura de Schönberg recibe una interpretación hermosa y seductora, desde luego en una línea mucho antes romántica que expresionista, que falla en buena medida por la dirección, y no tanto por el barullo que se forma en alguno de los momentos más extrovertidos como por su tendencia no ya a la ensoñación excesiva, sino al acaramelamiento.

Tampoco Bychkov está muy acertado en la segunda parte con el Concierto para violín º 1 de Shostakovich. Su dirección resulta un tanto deslavazada en el primer movimiento, vistosa en el segundo y solo digna en el tercero, convenciendo bastante más en el último, pero siendo en cualquier caso de brocha gorda y andando escasa de claridad y de atención al detalle. Lo que interesa, y mucho, es Guy Braunstein, concertino de la orquesta desde 2000, a quien hace poco vimos en Ronda y Sevilla –no así en Colonia- “rellenando” los violines de la West-Eastern Divan de Barenboim. Puede que su sonido no posea la solidez y variedad tímbrica de los más grandes que se han acercado a esta página, y de hecho en el primer movimiento hay alguna vacilación, pero en el segundo muestra una técnica formidable y a partir de ahí llega pletórico de virtuosismo a un altísimo nivel -con permiso de Oistrakh, Perlman y Vengerov- de sinceridad y fuerza expresiva. Basta con escucharle la tremenda cadenza para confirmar que estamos ante un solista de primera magnitud. ¡Vaya lujo de concertino!

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