Si a su colega Otto Klemperer se le adjudica con frecuencia el calificativo de “granítico”, a Böhm deberíamos otorgarle el de “marmóreo”, al menos en lo que a su Mozart se refiere: inquebrantable solidez, distanciada sobriedad, asombrosa belleza y cierta “emotividad fría” son cualidades que definen tanto a los mejores ejemplares de la referida roca metamórfica como a las interpretaciones del salzburgués que realizaba este director con cara de pocos amigos. A ellas hemos de añadir una enorme elegancia en el trazo, una inmejorable atención a la polifonía, un gran sentido del color (sobre todo en lo que a las maderas se refiere) y una huida de todo lo que signifique frivolidad o coquetería mal entendida. Dicho de otra manera, este es un Mozart que huye del espíritu rococó y que mira hacia adelante, hacia la plenitud del Clasicismo, aunque con un ropaje sonoro muy distinto del que nos han descubierto los historicistas. ¿Mozart romántico? No, en absoluto: el equilibrio, la sobriedad formal y la moderación de las emociones se ponen siempre por encima de las demás circunstancias. ¿Soso y aburrido, entonces? Pues tampoco, porque la tensión interna, aunque bien disimulada, está siempre latente, al tiempo que la batuta ofrece mil y un detalles que restan acartonamiento y enriquecen lo expresivo. Tampoco hay, ni que decir tiene, excesiva ligereza en las texturas, ni caprichos en el fraseo, ni efectos teatrales de dudoso gusto, por citar algunas de las trampas en las que cae la interpretación actual, esté influida o no por la escuela historicista. Lo que nos encontramos aquí es, sencillamente, un Mozart-Mozart, en toda la pureza de la mejor tradición centroeuropea hoy casi perdida. Por ello es necesario conocerlo y disfrutarlo con el añadido impagable de las imágenes.
Dicho esto, hay que señalar que no todas las interpretaciones aquí contenidas alcanzan la misma altura, toda vez que podemos apreciar en ellas la evolución a mejor que experimentó el de Graz en los últimos años de su vida: a medida que se iba adentrando en la década de los setenta, fue soltando ese lastre de pesadez y hasta rutina “a lo kapellmeister” que de vez en cuando desprendían sus realizaciones para convertirse en un director extremadamente inspirado. La Elektra de Strauss, la Novena de Beethoven y la Quinta de Tchaikovsky que registró en sus últimos meses dan buena cuenta de lo que decimos. Por ello en este estuche de DVDs las lecturas menos conseguidas son, en general, las más antiguas, mientras que las más recientes, particularmente las de 1978, alcanzan un grado de perfección difícilmente superable en su estilo, y por momentos rozando el milagro.
Esto es justo lo que ocurre nada menos que con la Sinfonía nº 1, asombrosa demostración de cómo se puede sacar petróleo de una obra floja haciendo gala de un fraseo sobrio, elegante, cantable y efusivo al mismo tiempo. En el segundo tiempo, alabado por Böhm en el referido documental como ejemplo de la asombrosa madurez estilística del genio, la batuta opta por bucear todo lo posible en las notas, aunque lo mejor viene quizá con el tercer y último movimiento, en el que el maestro logra la cuadratura del círculo: aunar vivacidad y solidez sonora. De la Sinfonía nº 25 (filmada también en 1978) se nos ofrece una poderosa, dramática y magníficamente desmenuzada interpretación a la que le falta un punto de chispa para ser genial. El último movimiento, por su parte, es algo más lento de la cuenta, aunque no deja de asombrarnos la tímbrica que Böhm extrae de la orquesta.
En la Sinfonía nº 28 (filmación de 1970) el maestro parece querer combatir el carácter galante de la partitura con su habitual sobriedad y rotundidad , lo que resta un poco de encanto, pero a cambio ofrece una dosis de profundidad, concentración y emotividad admirables en el segundo movimiento. La Sinfonía nº 29 (registrada en 1973) resulta lenta, honda y reflexiva, elegantísima y de enorme vuelo lírico, aunque –reconozcámoslo también- algo masiva en la sonoridad y un poco pesadota en el menuetto. Saltamos a la Sinfonía nº 31, “París” (1978), para encontrarnos con una versión amplia y elocuente en la que de nuevo se logran aunar fuerza, robustez, vuelo lírico y elegancia; el último movimiento, pese a la lentitud, es muy convincente por la excelencia de su trazo. La Sinfonía nº 33 (temprana toma de 1969) el mayor logro lo encontramos en un primer movimiento lleno de tensión dramática. El segundo alcanza un notable vuelo lírico, pero podía estar más paladeado aún; espléndidos los otros dos, aunque aún se puede lograr más chispa en el tercero y mayor frescura en el cuarto. No podemos engañarnos: en líneas muy diferentes, un Carlos Kleiber y un Pinnock han ofrecido lecturas más convincentes. Sin novedad en la Sinfonía nº 34 (1974), interpretación canónica en la que nos vuelve a derretir la sonoridad de la orquesta, con mención especial para las maderas en el último movimiento.
Llegamos a las sinfonías de Viena, esto es, al periodo de madurez compositiva mozartiana, con la Sinfonía nº 35, Haffner (1974), en la que Böhm consigue el milagro de que la orquesta suene al mismo tiempo rocosa y transparente, poderosa y elegante, tersa y ácida en las maderas, ofreciendo así un Mozart maduro y profundo, lleno de poesía pero también de fuerza y dramatismo, aunque esto no nos debe hacer olvidar lo que en esta página han logrado un Barenboim o un Bernstein. Algo parecido se puede decir de la Sinfonía nº 36, Linz, filmada el mismo año, en la que uno cae rendido ante la combinación de tersura apolínea y fuerza interior.
La filmación de la Sinfonía nº 38, Praga, realizada en 1978, conviene compararla con la protagonizada por Rafael Kubelik al frente de la misma Filarmónica de Viena en 1971, también en DG. El maestro checo ofrece el Mozart ortodoxo que en él se puede esperar, apolíneo pero no superficial, elegante, muy cantable y extremadamente comunicativo, consiguiendo una gran dosis de chispa y agilidad en el último movimiento. En el resto, por desgracia, se echa en falta una mayor garra, siempre dentro de un nivel altísimo al que contribuye en gran medida la excelsitud y adecuación de la Wiener Philharmoniker. Pero con Böhm nos encontramos en otro mundo, aunque la orquesta sea la misma tan sólo siete años después. El de Graz no resulta menos apolíneo, antes al contrario, pues en ningún momento la belleza formal y la elegante sobriedad de la arquitectura se ven afectadas, pero aquí hay una fuerza dramática mucho mayor, así como una hondura expresiva realmente admirable. Sorprende el último movimiento, mucho antes trágico que risueño. A destacar la atención a la polifonía, no dejando que pasen inadvertidas las líneas del viento-metal. La orquesta, finalmente, parece aquí mucho más aprovechada.
Defrauda un tanto la lectura de la Sinfonía nº 39, quizá porque en 1969 -ya lo advertíamos arriba- Böhm podía aún resultar algo aburrido. Nos ofrece así una interpretación clásica, muy bien trazada, con un trio lleno de encanto, pero en general algo pesadota, falta de chispa y de creatividad. Se impone de nuevo la comparación, aunque en esta ocasión con resultados más felices para el contrincante: Leonard Bernstein, en su filmación de 1981 con la misma orquesta (Euroarts), nos encoge el corazón con una introducción desgarradora que da paso a una interpretación dionisíaca, de fraseo amplio y opulento, en el que se combina un abierto dramatismo con el más fogoso goce sensual. Las dos últimas, de nuevo, tienen demasiada competencia. De la Sinfonía nº 40 (1973) Böhm nos entrega su esperable lectura sobria, tensa y austera, de admirable belleza clásica, en absoluto preciosista ni almibarada, pero que resulta algo distante; con la misma orquesta, Muti (VPO, 2000) ha conseguido resultado muy superiores, aunque también es verdad que un Harnoncourt (en la toma televisiva de 2006) ha extraído de ella la más repugnante combinación imaginable de brutalidad y cursilería. La Júpiter (1973) resulta irregular: los movimientos extremos son sensacionales, el segundo podía estar más paladeado –aunque engancha su espíritu anhelante- y el tercero termina siendo un poco cuadriculado.
Gran nivel en las propinas, filmadas todas ellas en 1974. En la Serenatta Notturna K. 239 Böhm destila un sentido del humor no poco sarcástico para ofrecer una recreación nada frívola ni pimpante, pero tampoco pesada o fuera de tiesto. El Minueto K. 409 es una delicia con la que el maestro demuestra ser capaz de ofrecer un enorme encanto sin renunciar a su rigurosa personalidad. La Pequeña Música Nocturna, para terminar, es perfecto ejemplo del Mozart sereno, cantable, elegantísimo pero lleno de tensión interna y por completo ajeno a la trivialidad que hacía Böhm. Los tempi son muy lentos, pero no hay asomo de pesadez; las sonoridades, incomparablemente bellas. Eso sí, quedará defraudado quien busque chispa y jovialidad en la partitura.
La realización cinematográfica de estas tomas es bastante notable (nada que ver con lo de Karajan por las mismas fechas) y el sonido, en general, alcanza un buen nivel, así que mi recomendación queda clara: si aún no lo han hecho, háganse con este estuche y paladéenlo con tiempo.
10 comentarios:
Hay que reivindicar la labor de este inmenso director, bastante olvidado, creo, hoy día. Un saludo.
Totalmente de acuerdo, casi todo lo que hizo en sus últimos años (Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms, Tchaikovsky, Bruckner, Dvorák)fue excepcional.
Hablando de Mozart, sé que no te gusta el Mozart historicista, pero te quería preguntar tu opinión sobre los conciertos para piano en estas dos versiones: Bilson/Gardiner y Patrick Cohen/Cristophe Coin. Yo tengo una versión que me gusta bastante, la de Brendel-Marriner, pero he escuchado parcialmente otras (Barenboim, Pollini, Brendel con Mackerras). Posiblemente en sus conciertos de piano esté el mejor Mozart, siempre al lado de sus mejores óperas (para mi Die Zauberflöte y Don Giovanni). ¿Crees que esas 2 versiones historicistas le hacen justicia?.
En realidad, Eugenio, sí me gusta el Mozatr historicista: me agrada la sonoridad rústica de los instrumentos originales y me interesa mucho la sonoridad incisiva, contrastada y ágil de esta escuela. Para mí el problema está no en los instrumentos ni en la opción estilística, sino más bien en la "idea" que se tiene del compositor.
NO me gusta un Mozart amable, liviano, coqueto, delicado y ajeno a conflictos; menos aún un Mozart trivial, cursi y pimpante.
SÍ me gusta un Mozart concentrado, denso y dramático (¡pero no hinchado!), cálido e intenso, y mucho antes reflexivo que ensoñado.
Por eso mismo SÍ me gustan los conciertos nº 9 y 21 por Cohen y Coin, que me acabo de volver a escuchar en tu honor: es verdad que también me parecen algo sosos y un punto cuadriculados, no muy emotivos, pero el enfoque es justamente el que a mí me interesa y el buen hacer de estos dos grandes artistas se termina imponiendo.
Y por eso no me gusta, por ejemplo, el 21 que le he escuchado varias veces a Javier Perianes, aunque use un piano moderno. Y no me suele interesar Pires, por su tendencia a la blandura y al hedonismo sonoro. Y me parece repugnante lo que hizo Víctor Pablo en las recientes Bodas del Real, como ya dije por aquí, aunque la orquesta no tenga nada de "original".
Las versiones de Bilson con Gardiner no las conozco. A este director le he escuchado Mozart muy variables, a veces estupendos y a veces más bien horrorosos. Depende por dónde le dé. Brendel fue un gran pianista, pero en sus últimos años su sosería ha ido en aumento. Tengo un vago recuerdo de lo que hizo con Marriner, así que no te puedo decir.
¿Hace falta recomendarte que te compres alguna de las dos integrales de Barenboim? Seguro que ya sabías que te lo iba a decir, jejeje.
Saludos desde Jerez de la Frontera,
Es la primera vez que entro a comentar un artículo de su Blog y tengo que darle la enhorabuena por este magnífico artículo perfectamente justo y equilibrado sobre el Mozart de Karl Böhm.
Pertenezco a un grupo de personas que han tenido la suerte de vivir una experiencia auténticamente trascendental: A partir del Tristan de Orange en 1973 no dejé de seguir al maestro Böhm hasta su muerte, experimentando en directo esto que dijeron: Böhm sigue creciendo.Asi surgieron una a una unas experiencias asolutamente inolvidables entre las cuales recuerdo la Elektra de Paris,Die Frau ohne schatten en Viena, Fidelio en Munich,Don Giovanni en Salzburg,sin olivdar por supuesto lo último, Ariadne también en Salzburg que nos dejó a todos atónitos: estabamos acostumbrados al fenómeno ascensional del maestro pero de repente surgió esto del "sonido Böhm",surgió como de milagro,las maderas de Viena sonando como desde otra dimensión,unos crescendos que nunca se acababan hasta dejarnos mirándonos en los ojos, en fin...increible !
Karl Böhm fue muy maltratado en los años 90 por la critica musical en los paises latinos, particularmente Italia y España. Lo que reprocho a estos críticos como Perez Adrian es no haber querido enterarse, entrando en discursos muy dogmáticos.Karl Böhm era un hombre capaz de una gran finura pero también tenía una parte muy rústica,era un hombre de la tierra de los alpes del Sur,y como tal, ante todo, tenía un formidable instincto dramático. Siempre quedará como uno de los mejores directores de opera de la historia,pero al mismo tiempo y hasta una edad muy avanzada los estudios de grabación actuaron sobre el como un verdadero somnífero,lo cual explica los momentos de aburrimiento que nos dejó hasta en la ópera.Pero yo vía Böhm con 86 años tremendamente cansado, casi sin poder andar,salir de su hotel para ir al teatro casi corriendo, con una energía alucinante: el drama musical lo estaba llamando. Y esto siempre fue así, sobra escuchar todos los Mozart que tenemos en grabación en público para ver que Böhm era desde siempre un director inspirado que no obstante necesitaba al público detrás de el para desmelenarse.En los estudios de grabación es donde hubo que esperar hasta casi hasta el final.Tiene Vd mucha razón: la diferencia entre la 39, bella pero de kappellmeister, y la 38 del 78 lo dice todo.Para terminar diré solo una cosa,escogiendo una comparación: Si hablamos de Birgit Nilsson hoy en día nos damos cuenta de ciertos defectos o de cierta frialdad olvidando lo que era, un fenómeno vocal que llegaba a tales proporciones que hacía olvidar ipso facto todo lo que existía.Era el fenómeno vocal Nilsson, estos agudos que eran como un laser y que dominaban todo el espacio sonoro de una forma que nunca el sonido de grabación nos pordrá trasmitir.Pues con Böhm pasaba algo similar: de la naturalidad y de la literalidad nacían efectos sonoros mucho más impactantes de lo que el disco restituye, parece que Böhm no tenía sonido específico pero os puedo asegurar que una "liebestod" dirigida por el,debido a la progresión, a la tensión interna y al sentido inato del discurso dramático,era mucho más impactante a nivel sonoro de lo que el disco nos permite conocer. Era, de cierta forma, sonido natural...
Me gusta lo que dices parcival, siempre me ha gustado Böhm y coincido en lo tu apreciación (qué Requiem de Mozart nos dejó en DG.)Un saludo.
Me muero de envidia al leer sus comentarios y sus experiencias, Parzival. ¡Gracias por compartirlas! Aquí tiene usted las puertas abiertas para compartirlas.
Estoy de acuerdo, además, con todo lo que apunta sobre Böhm. En cuanto a Pérez Adrián, qué le vamos a hacer. Raramente coincido con lo que escribe este señor. Además, decir como él ha dicho que la Cuarta de Bruckner por el de Graz es aburrida me parece una auténtica barbaridad.
El Réquiem de Mozart, Sergio, al de la Filarmónica de Viena, es maravilloso, pero de eso no se van a enterar los que gustan del "estilo Currentzis".
Un saludo.
Estimado, excelente entrada dedicada al maestro Karl Böhm, muy asertada, muy acertada en verdad, pero me queda una duda, y quisiera, si es posible, que profundizaras en ello; ¿que es lo que encuentras repugnante de la sinfonía 40 de Mozart bajo la batuta del maestro Nikolaus Harnoncourt? En verdad te lo agradeceria, me parece que argumentas muy bien y por eso te hago la pregunta....
Felicitaciones por tu blog, toda una experiencia, Saludos desde Chile!!
Ante todo, mil perdones por mi tardanza en contestar.
Quiero puntualizar, Juan, que cuando hablaba de "la más repugnante combinación imaginable de brutalidad y cursilería" me refería, lo decía un poco más arriba, a una toma televisiva de 2006 con la Filarmónica de Viena, que ni siquiera está comercializada. Es la única interpretación del controvertido Harnoncourt que conocía cuando escribí esta entrada dedicada a Böhm. Más adelante he podido escuchar la suya para el sello Teldec de 1983, que como puede comprobar en la siguiente entrada, no me merece tanta desaprobación:
http://flvargasmachuca.blogspot.com.es/2013/02/sinfonia-n-40-de-mozart-discografia.html
Por desgracia, el berlinés parece preocuparse a veces más de la provocación que de hacer buena música, poniendo su enorme talento al servicio del narcicismo y quitando sensatez a sus novedosos planteamientos para buscar la sorpresa, la controversia y el aplauso de los que buscan "cosas diferentes"; es justamente lo que ocurre en la interpretación que me hizo lanzar semejantes descalificaciones.
Un cordial saludo, y gracias por la espera.
Ahora entiendo, concuerdo con ud. cuando dice que la presentación del año 2006 es, por decirlo suave, extraña. La otra, que según entiendo esta disponible en youtube, me parece bastante buena, tal vez no con la solidez y "masividad" de Böhm, pero respetable. :D saludos.
(PS. corrijo, *acertada en reemplazo de aSertada. Mil disculpas.)
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