miércoles, 22 de junio de 2011

Impresionante Respighi de Prêtre en Les Arts

Presentó el pasado fin de semana el Palau de Les Arts tres funciones de un concierto-espectáculo (sic) consistente en interpretar la trilogía romana de Respighi bajo la dirección de George Prêtre acompañada de una imaginería visual a cargo de Carlus Padrissa que terminó siendo una proyección de diseños por ordenador –más algunas filmaciones reales- sincronizada con juegos de luces. Todo ello en el Auditori diseñado con enorme belleza y discreta acústica por Santiago Calatrava y con el concurso de la Orquesta de la Comunidad Valenciana ¿Resultados? A mi entender, interesante lo de La Fura y portentoso lo del veteranísimo maestro francés.

Y es que Prêtre, a sus ochenta y siete años, dio una verdadera lección tanto de técnica de batuta como de creatividad e inspiración, superando -sobre todo por contar con una fabulosa orquesta a su disposición- las interpretaciones del año pasado que comentamos en este mismo blog en las que dirigía a la Orquesta de la Scala (enlace). La de Valencia ha sido además muy superior a la más convencional y menos creativa interpretación en Sttutgart disponible en Youtube, de la que abajo he incluido un fragmento. En cualquier caso la línea ha sido la misma: puramente francesa, y por ende en el extremo opuesto a la de un Toscanini o un Muti, lo que significa que las asperezas tímbricas, las tensiones rítmicas y los aspectos más modernos de estas partituras fueron suavizados para priorizar la sensualidad, la atmósfera y el carácter contemplativo. Opción discutible, pero tan bien realizada que termina dejándonos clavados en el asiento.

La música

Comenzó la velada con Fiestas Romanas, la partitura más reciente de las tres y la menos adecuada a la opción “impresionista” de Prêtre: a los leones de “Circenses” les faltó fiereza y a los peregrinos de “El Jubileo” carácter agónico. Pocas veces, sin embargo, se ha escuchado “L’Ottobrata” con tan cálida y ensoñada sensualidad, y creo que nunca jamás tan claro -aunque sí más virulento- el complicadísimo entramado orquestal de “La befana”; muy conseguido además al “bamboleo” popular y verbereno de este último movimiento, aun a costa de algún desajuste en la función del sábado, no así en la del domingo (no tuve más remedio que repetir ante semejante maravilla).

En Fuentes de Roma Prêtre rozó el cielo haciendo gala de un portentoso sentido de la agógica, con tanta firmeza como flexibilidad, y de un sentido del color propio del más experimentado maestro. Las brumas del amanecer en Valle Giulia estuvieron inmejorablemente elaboradas, lo mismo que la elegancia acuática del tritón, aunque lo más memorable llegó con Trevi: a nivel puramente técnico, lo que hizo el maestro con las texturas “espumosas” tras el clímax y la subsiguiente ralentización del tempo ha sido probablemente de lo más increíble que se ha escuchado en Les Arts, Maazel incluido, aparte de mostrar un riesgo y una creatividad que recordaba al mejor Celibidache. El atardecer en Villa Medici lo encontré quizá un poco más rápido de lo que al movimiento anterior parecía pedir, pero aun así su belleza y concentración nos dejaron a todos con la boca abierta.


El juego de niños con que se abría Pinos de Roma fue más bien inocente, un tanto naif, ya que a Prêtre no parecen gustarle mucho las estridencias; irónicamente, en la función del domingo un llanto muy real (¡a quién se le ocurre traer a criaturas tan pequeñas al Auditori!) terminó importunando su interpretación. El canto de los cristianos en las catacumbas (magnífico el fliscorno) sonó con enorme fuerza evocadora, aunque sin mucha rebeldía en su clímax. Como era de esperar, lo mejor llegó con los pinos del Gianicolo, de una belleza turbadora que solo he escuchado mejor a Celibidache en lo que a dirección se refiere, que no en cuanto a ejecución; el clarinete de Joan Enric Lluna dio le lección magistral de técnica y expresividad, como hicieron también todos los demás solistas. Los pinos de la Vía Apia, dichos con enorme brillantez y una perfecta planificación de la dinámica, pero sin aumentar la ya considerable dosis de efectismo que lleva la partitura, pusieron punto y final a una recreación de la trilogía que, de editarse comercialmente, estaría cerca de las más logradas (Sinopoli, Svetlanov, Muti) de la historia del disco.

Las proyecciones

El trabajo de Padrissa y los chicos de la Fura, realizado sobre una idea de Valentin Proczynski, ha sido despedazado por Atticus con su inimitable sentido del humor (enlace). Mi opinión, aunque lejos del entusiasmo, es bastante más positiva, sobre todo habida cuenta de la dificultad del reto: optar por la tarjeta postal no hubiera hecho sido acentuar las obviedades de la un tanto tópica partitura, mientras que decidirse por el discurso paralelo, que es lo que finalmente se hizo, termina sembrando el camino de contradicciones entre lo que se ve y lo que se oye. Por ejemplo, la robustez de las escenas más o menos atléticas con que se ilustró “circenses” podía en principio dar el pego, pero cuando la música se lanza a confrontar el cántico de los cristianos con muy onomatopéyicos andares, rugidos y zarpazos de los leones, la cosa no acaba de encajar. Mejor “El Jubileo”, donde la peregrinación medieval hacia el Vaticano se convierte aquí en una especie de reflexión sobre el peregrinaje interno del ser humano. “L’Ottobrata” se ilustró proyectando varios lienzos del Cavaraggio manierista, sin más: da la impresión de que a Padrissa se le agotaron aquí las ideas. Estupendo por el contrario su trabajo en “La befana”, un viaje en automóvil por los barrios de la Roma popular en cuyas paredes se iban proyectando imágenes en blanco y negro de antiguas películas.

En el más breve de los poemas sinfónicos se lograron los mejores resultados globales: gotas de agua para Valle Giulia, fascinantes escenas con una especie de “esculturas antiguas” que terminaban convirtiéndose en las fuentes reales del Tritón y de Trevi, y abstracciones diversas que concluían con la taza, también real, de la fuente de Villa Medici. Y lo peor vino con Pinos, donde la idea de buscar como hilo conductor la transformación de personas en árboles estuvo muy traída por los pelos a partir de una idea más bien pedante: como la obra comienza bajo los pinos de Villa Borghese y la obra más famosa de la galería homónima allí situada es el Apolo y Dafne de Bernini, se recrea el mito clásico filmando a una parejita –por cierto, de muy buen ver- correteando entre la vegetación hasta que ella queda convertida en un laurel. Como a partir de ahí ni Padrissa ni el director del vídeo, Emmanuel Carlier, saben cómo continuar, llenan las catacumbas de humo, humo y más humo. En el Gianicolo aparecen unas sombras chinescas en la que seres humanos terminan transformándose en árboles y el espectáculo se cierra visualmente con unos hombres-pino desfilando por la Vía Apia con una estética –no lo digo solo yo, lo han dicho todos- del más puro Disney.

Se me olvidaba decir que, además de sobre la pantalla blanca situada al fondo del Auditori, las proyecciones se realizaron también sobre un telón semi-transparente colocado delante de la orquesta que de vez en cuando subía y bajaba sin entenderse muy bien por qué. Los juegos de luces, por su parte, estuvieron bien realizados sin que aportaran nada en particular. Total, un espectáculo visual interesante pero irregular en el que, después de verlo dos veces, nos dejó la impresión de que necesitaba por parte de Padrissa mayor trabajo intelectual y un más largo proceso de maduración. La verdad sea dicha, hubiéramos preferido que durante todo el tiempo se proyectara lo que se nos mostró solo al principio y al final, el rostro luminoso de un George Prêtre que fue, con su personal visión de la trilogía de Respighi, el verdadero protagonista de la función.

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