Hace tiempo me llegó un rumor según el cual Daniel Barenboim rechazó dirigir Luisa Fernanda tras leer la partitura que Plácido Domingo le había pasado con el propósito de cantar el título en compañía del maestro y de Rolando Villazón. Bien, comprendo que el de Buenos Aires, que por cierto se está preparando para la próxima temporada cosas como Oro, Walkyria, Tristán, Wozzeck, Lulu y -agárrense- Barbero (!), no sintiera particular aprecio por la partitura de Moreno Torroba, pero confieso que a mí me gusta mucho: sus melodías resultan inspiradísimas y dramáticamente funciona, pese a que al personaje titular se lo devora el rol de Vidal Hernando, que es quien se lleva la parte del león con sus maravillosas romanzas. Sabiendo que los resultados no podían ser comparables a los obtenidos hace unos años en el Teatro Real en las funciones protagonizadas por el citado Domingo, me lo pasé bien en la velada del pasado sábado 30 de abril en el Teatro de la Zarzuela, quizá precisamente por no esperar demasiado de ella.
La nueva producción preparada por Luis Olmos (ya lo he dicho alguna otra vez: qué lamentable tendencia la de ciertos gestores a este lado y al otro de los Pirineos la de autocontratarse en su faceta de director escénico) me pareció correcta y funcional, realizada con sensatez, sin caer en el tópico, pero lastrada por una escenografía basada exclusivamente en proyecciones de escaso valor plástico. La dirección de actores, por desgracia, fue un tanto descuidada. En los diálogos, bastante menos recortados que en la producción de Sagi para el Real -donde se redujeron a la mínima expresión-, se optó por eliminar el verso en buena medida, lo que resta acartonamiento al libreto pero resulta muy discutible desde una óptica ortodoxa. El vestuario le ha quedado a Pedro Moreno menos inspirado que en otras ocasiones. Vamos, una producción no mala pero sí bastante por debajo de lo deseable.
Esperaba poco -a tenor de lo que se ha escrito por ahí- de la dirección del nuevo titular de la Zarzuela, Cristóbal Soler, pero lo cierto es que a mí no me ha parecido lamentable. Su dirección fue briosa, animada y alegre, por momentos algo pimpante, al tiempo que no muy fina ni atenta al detalle, además de no muy bien coordinada entre foso y escena. En cualquier caso tendré que escuchar más veces al joven maestro valenciano para tener clara su valía. La orquesta y el coro estuvieron regular: no hay más cera que la que arde.
Me ha hecho feliz volver a ver en escena, tras la Vida breve valenciana (enlace), a mi admirada Cristina Gallardo-Domâs. De ella se dijo que había estado muy mal vocalmente en las primeras funciones. En la que yo vi desde luego no fue así, aunque debo reconocer que el arte musical de la soprano -y no mezzo- chilena solo emocionó en aquello de "cállate, corazón", y que su gestualidad es mucho más apropiada para el melodrama italiano que para la zarzuela castiza. El que no tuvo salvación posible fue José Manuel Zapata, incómodo, afalsatedo y poco atento al matiz expresivo. ¿Qué le pasa a este chico? Correctísima María Rey-Joly como la Duquesa Carolina, buena cantante que no parece superar su relativa sosería. En cuanto a Juan Jesús Rodríguez (otro andaluz: si el tenor era granadino el barítono venía de tierra onubense), confirmo mi opinión de que se trata de un artista con una voz de primera pero un tanto primario en lo expresivo, aunque ahora debo añadir que en los diálogos estuvo sensacional, muy por encima de sus compañeros de reparto. Él y el adecuadamente histriónico Aníbal de Julián Ortega se encargaron de subir de manera considerable el nivel teatral de esta -insisto- correcta, digna y aceptable representación.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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