sábado, 21 de mayo de 2011

Lo mejor, el marco histórico

Uno de los recintos más agradables del muy decaído Festival de Úbeda -se nota mucho que no hay un duro- es el Archivo Histórico Municipal, en el ático del Palacio de las Cadenas construido por Andrés de Vandelvira, que ofrece un ambiente visualmente acogedor y posee una buena acústica merced a la abundancia de legajos en las paredes y a la madera de la armadura mudéjar que lo cubre. Desgraciadamente este hermoso marco fue lo mejor del concierto del pasado jueves 19, que contando con un programa bellísimo integrado por obras de Haydn, Beethoven y Schubert, se vio seriamente lastrado por las imperfecciones técnicas del Berliner Streichquartett.

Los cuatro artistas son o han sido miembros de la Staatskapelle de Berlín, y eso se nota para bien tanto en la sonoridad oscura y rica en armónicos del conjunto, como en una línea interpretativa muy tradicional -en el buen sentido- que prima la cantabilidad y el equilibrio sin menoscabo de ofrecer aristas cuando ello es necesario. En este sentido, el Cuarteto nº 8, op. 59 nº 2 (segundo de los tres Rasumovsky) se benefició de un estilo muy beethoveniano que tuvo en cuenta las aportaciones más visionarias del genio de Bonn; el cuarteto La alondra recibió una interpretación más “romántica” que “clásica” en la que, por desgracia, se echó de menos una más rica variedad expresiva, decayendo en un minueto más bien pesadote y sin gracia, mientras que La Muerte y la Doncella, sin sonar del todo a Schubert, ofreció un fraseo noble y cálido que careció del sentido de los contrastes deseable.

El principal problema, en cualquier caso, fue de carácter técnico. Wolf-Dieter Batzdorf, nada menos que el concertino de la orquesta de Barenboim, evidencia de manera considerable las limitaciones de la edad con constantes desafinaciones y más de una confusión de la que sus compañeros no se lograron soslayar, hasta el punto de que en el sublime segundo movimiento de la página schubertiana hubo momentos de verdadero galimatías. Sascha Riedel al violín y Eberhard Wünsch a la viola cumplieron con solvencia, mientras que Franzisca Batzdorf (hija del primer violín, supongo) sacó un hermoso sonido a su violonchelo sin lograr que el conjunto empastara. Por otra parte, y olvidándonos de las limitaciones digitales, hubiera sido deseable un número mayor de ensayos para evitar los numerosos desajustes que se produjeron e inyectar una mayor seguridad, tensión interna e imaginación a las interpretaciones, que a la postre, y pese a las buenas intenciones expresivas arriba apuntadas, terminaron resultando inevitablemente aburridas. El público, de una media de edad bastante elevada, no fue muy abundante que digamos, y se notaron deserciones durante el intermedio.

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