A medio camino entre el Romanticismo post-wagneriano y el Impresionismo, deudora en buena medida de la escritura orquestal de un Scriabin, El rey Roger es una ópera que alberga una música de extraordinaria belleza y un fascinante punto de partida: la fusión entre la cultura cristiana medieval, la civilización islámica y la raíz grecolatina que se produjo en la Sicilia del siglo XII, aquí representadas por las escenografías correspondientes a cada uno de los tres actos, una iglesia románico-bizantina para el primero, un palacio de aires orientales para el segundo y las ruinas de un teatro griego en el tercero. Por desgracia la obra se ve lastrada por un libreto de Jarosław Iwaszkiewicz que, en su carácter simbolista y en su calculada ambigüedad, resulta excesivamente abstruso y un punto pedante. De ahí que los directores de escena parezcan empeñados en apartarse de la historia original para ofrecer visiones personales que no siempre logran encajar con el texto ni con la magistral partitura de Karol Szymanowski. Al menos así ocurre con las tres filmaciones que he podido ver esta semana: una de la Ópera de Breslau que corresponde a 2007, la del Festival de Bregenz de 2008 y la que fue filmada en la Ópera de París tan solo unas semanas antes que esta última.
La producción polaca, ambientada en nuestros días, es responsabilidad de Mariusz Trelinski, a quien por cierto se le han podido ver en el valenciano Palau de Les Arts sus realizaciones de Madama Butterfly y Eugenio Oneguin. Su apuesta, personal y seguramente polémica en el país de Karol Wojtyła, es representar al clero del primer acto como monjas escasamente simpáticas y obispos que parecen sacado del desfile de moda eclesiástica de Roma de Fellini; la agresividad física que todos ellos despliegan hacia el Pastor pone bien de relieve el choque entre la atmósfera siniestra y opresiva de la religiosidad oficial y el nuevo “evangelio” del hedonismo que predica tan enigmático personaje. El segundo acto convence bastante menos en su retrato tanto de una sociedad burguesa sumida en la decadencia -el aburrimiento sexual lleva a Roxana a tener diversos escarceos amorosos- como de la “liberación” –aquí un tanto ridícula- que traen el Pastor y sus seguidores. El tercer acto, que se aparta por completo del original, es por el contrario un acierto que -paradójicamente- funciona de maravillas con la música: en su lecho de muerte en un hospital, el protagonista alucina con los fantasmas del pasado para luego convertirse él mismo en una sombra en sus frases finales. Las proyecciones psicodélicas, por lo demás, le sientan muy bien al clímax de la partitura. La filmación, que no parece que vaya a ser editada comercialmente, la pueden ustedes descargar en la web TodOpera (enlace); la calidad de vídeo deja que desear, pero merece la pena.
La producción de Bregenz, que se encuentra en DVD y Blu-Ray y de la que pueden ver ustedes arriba un fragmento, corre a cargo nada menos que de David Pountney; fue precisamente la que se presentó en 2009 en el Liceu barcelonés. Su bellísima vertiente plástica -escenario único consistente en un graderío que, aun pudiendo retrotraernos al mundo grecolatino, apuesta por lo intemporal- es lo más interesante de una propuesta en principio respetuosa con la idea de Szymanowski, pero que termina resultando discutible en su tercer acto al identificar al Pastor no ya con el hedonismo dionisíaco, sino con una especie de religión primitiva particularmente sanguinolenta en la que la catarsis conlleva el derramamiento de sangre: al final Roxana muere degollada como principal víctima del salvaje ritual. A destacar, en cualquier caso, la enorme fuerza dramática de la iluminación.
Krzysztof Warlikowski fue el encargado de llevar este título a la Ópera de París durante la era Mortier, cosechando en el estreno un monumental abucheo bien recogido por la transmisión televisiva del canal Arte. Se trata, justamente, de la producción que se está presentando estos días en Madrid y que yo espero ver en directo mañana viernes. Tendré aun que volver a reflexionar sobre ella (además cuentan que ha habido importantes cambios), pero mi valoración por el momento es más bien negativa pese a que se trata de la propuesta con mejor teatro de las tres comentadas. Me explico: la dirección de actores es soberbia, plásticamente es muy hermosa, las proyecciones fragmentos fílmicos de gente como Andy Warhol ofrecen interesantes posibilidades intertextualizadoras y -en general- se plantean numerosos interrogantes que hacen aún más abierta y reflexiva una obra que, reconozcámoslo, pide un enfoque onírico donde la sugerencia ha de ser más importante que la explicitud. El problema es que lo que se ve no encaja casi en ningún momento con lo que se escucha. Y no me refiero al texto sino a la propia partitura: en la ópera es fundamental el diálogo entre música y escena -aunque sea para contradecirse-, pero en este caso no hay tal, sino una mera yuxtaposición de excelentes ideas teatrales engarzadas sobre un texto al que se le da la vuelta sin atender a la patre auditiva. Hay además algunos detalles que parecen pensados para provocar, como la aparición final del Pastor y sus seguidores en calzoncillos... y con cabeza de Mickey Mouse. Que Warlikowski piensa mucho antes en su obra que en la de Szymanowski lo demuestra el gesto de desprecio -mascando chicle con mirada desafiante- mientras recibe los bufidos del público parisino. Lo pueden ver en el siguiente vídeo.
Dos palabras sobre las interpretaciones musicales. En Breslau lleva la batuta Ewa Michnik, ofreciendo una lectura más espectacular que atmosférica; están muy bien el Roger de Andrej Dobber, la Roxana de Aleksandra Buczek y el Pastor de Pavlo Tolstoy, no tanto el Idrisi de Rafal Majzner. Es muy correcta, aunque no del todo sensual y más decibélica que tensa, la dirección de Sir Mark Elder al frente de la Sinfónica de Viena en Bregenz; bien Scott Hendricks en el rol titular, algo apurado Will Hartmann como el Pastor, notable la Roxana de Olga Pasichnyk y discreto el Idrisi de John Graham-Hall. La peor batuta es la de Kazushi Ono en París, superficial, escasamente sensual y proclive al escándalo gratuito; muy bien Mariusz Kwiecien en lo vocal y lo teatral, al igual que la citada Olga Pasichnyk y Stefan Margita. A los tres cantantes se les escucha en Madrid en esta misma producción, pero no a Eric Cutler como el Pastor, que estuvo espléndido (en su lugar tenemos a Hartmann).
¿Recomendaciones? Lo mejor para acercarse por primera vez a la obra es escuchar la magnífica grabación de Rattle (EMI, 1998) con una traducción delante (enlace). En vídeo la opción más satisfactoria me parece la de Breslau, pese a las deficiencias técnicas de la copia que circula por la red. La de Bregenz es interesante y de la de París también lo sería si tuviera una batuta mejor que la de Ono. Lástima.
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