La dirección de Leopold Hager -le recuerdo ahora en Jerez al frente de su amada English Chamber- fue irregular, a mi juicio poco interesante en esa maravilla crepuscular que es Metamorfosis de Richard Strauss, tanto por el enfoque excesivamente apolíneo (parece que el maestro austríaco mirase esta música desde la óptica de ese Mozart que tan bien conoce) como por la ausencia de una planificación convincente que fuera tensando progresivamente los hilos hacia los grandes clímax expresivos. Faltó pathos, faltó emoción. En cualquier caso hay que alabar la gran claridad polifónica conseguida y el buen rendimiento de la cuerda de la RTVE.
En cualquier caso lo atractivo del concierto era poder escuchar en directo la Segunda Sinfonía de Mendelssohn, una obra muy hermosa que nunca se programa porque sus exigencias de plantilla (coro más tres solistas vocales) no suelen venir compensadas por una buena respuesta de taquilla. El mismo Teatro Monumental no llegó llenar su aforo (ello se lo pierden, habría que añadir). La interpretación fue de menos a más. El enunciado del tema principal, dicho sin la menor ampulosidad, ya apuntó por dónde iban a ir los tiros, pero luego el primer movimiento se desarrolló de modo más bien rígido. Algo parecido se pudo decir del segundo, aunque al menos no hubo que sufrir los insufribles empalagos de, por ejemplo, un Abbado. Convenció bastante más el tercero, bien cantado y muy musical.
El nivel subió considerablemente en todo el “Himno de Alabanza” que ocupa los dos últimos tercios de la partitura, y no solo por las buenas intervenciones del coro, sino por la comunicatividad y la emoción con las que dirigió Hager, quien además logró que la orquesta sonara a Mendelssohn, con ese dificilísimo punto de equilibrio que logra evitar tanto la pesadez como la ligereza mal entendida. ¡Lástima que el maestro esté a punto de retirarse! (enlace). Hubo que destacar además las intervenciones de la soprano portuguesa Ana Quintans, que lució una voz homogénea y con muchísimo esmalte; que hubiera un ligero resbalón en un sobreagudo no empañó su notable y muy musical participación. Jeanette Roeck, la segunda soprano, cumplió con gran solvencia su cometido. Convenció menos el más conocido de los solistas, Steve Davislim, por recurrentes problemas en la línea de canto, aunque intervino con calidez y sin los amaneramientos de otros colegas en este parte.
Sea como fuere, todos salimos contentos del concierto. Incluso un señor mayor que le decía a un amigo “Strauss hace cosas muy raras, pero esta de la primera parte no ha estado mal, no, incluso me ha gustado”. ¡Cuánta cultura musical nos falta aún en España!
1 comentario:
Saludos. En mi blog hablo de una novedad discográfica que tal vez le interese... Como habla también en su espacio de la música vocal barroca... Es un disco precioso.
Gracias.
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