sábado, 17 de julio de 2010

Barenboim en Granada 2010: Chopin, Beethoven, Bruckner

Me había dejado adrede en el tintero el comentario de los tres últimos conciertos sinfónicos del 59 Festival de Música y Danza de Granada, con la esperanza de pillar alguna grabación radiofónica –estaban allí los micrófonos de Radio Clásica- y repasar las interpretaciones antes de escribir, pero como hasta ahora no ha sido posible localizar nada y ya se me están marchando las ideas de la cabeza, me animo finalmente a decir algo sobre los referidos espectáculos, no sin adelantar que este ha sido uno de los años en los que más han brillado globalmente las interpretaciones de Daniel Barenboim y una Staatskapelle de Berlín en mejor forma que nunca. Y que la mayor parte de las obras ofrecidas en el fin de semana granadino se pudieron escuchar pocos días antes en el ciclo de Ibermúsica en el Auditorio Nacional de Madrid, en un par de conciertos que Ángel Carrascosa ha tenido la ocasión de comentar en su blog (enlace).


Chopin

No es en principio el polaco el compositor más adecuado a las características interpretativas del de Buenos Aires, pero como ya demostró en su interpretación de los dos conciertos junto a la Filarmónica de Berlín que hemos podido ver a través de la Digital Concert Hall (enlace), ha sabido enriquecer su pianismo para ofrecer no solo la pasión, la tensión sonora y el carácter dramático que en él son habituales, sino también una buena dosis de ese lirismo “femenino” (perdón por el tópico), delicadísimo y ensoñado sin bordear en momento alguno lo amanerado, que debe incluir toda buena recreación chopiniana. Ni que decir tiene que el fraseo barenboiniano es de una naturalidad pasmosa, que la riqueza de su sonido es enorme, que los trinos –como ocurre con su Beethoven- rehúyen por completo de lo mecánico para alcanzar una inmensa expresividad, que su sentido del humor ofrece más que elegancia una rusticidad aquí muy adecuada y que, por descontado, su visión de las partituras chopinianas ofrece un profundísimo sentido humanista que solo los más grandes han sabido alcanzar.

La Staatskapelle de Berlín, que sonó esa noche del viernes nueve de julio de manera bellísima y sin mácula alguna, estuvo dirigida por un Julien Salemkour que comenzó algo nervioso con el Segundo Concierto (el primero en el tiempo, como es sabido, y el de menor valía) y poco a poco se fue centrando para ofrecer una lectura ortodoxa y muy solvente. El Primer Concierto, que fue el único que se ofreció en Madrid, estuvo en mi opinión mejor dirigido, aunque me sobró algún portamento en el tercer movimiento.

El éxito entre el público fue inmenso (con toda justicia) y Barenboim se animó a dar dos propinas. La primera fue su habitual Nocturno op. 27, nº 2. ¿Alguien lo ha interpretado alguna vez con semejante concentración y tan conmovedora belleza? Lo dudo. La Polonesa Heroica que vino después debió de hacer las delicias de los numerosos beckmessers que odian al artista, ya que su endiablada dificultad técnica dejó en evidencia algunas limitaciones –meramente digitales- de Daniel Barenboim. A mí no fue eso lo que me impresionó, sino la enorme fuerza, creatividad y lógica musical del de Buenos Aires, que enunció el celebérrimo tema principal de manera mucho menos enfática y más lírica de lo habitual para ir acumulando progresivamente tensiones hasta alcanzar un final abrumador. ¿Y de qué se trata, señores? ¿De dar todas y cada una de las notas con una limpieza impecable o de hacer música? Porque para lo primero ya hay por ahí muchos jovencitos con siete dedos en cada mano y muy pocas cosas interesantes que decir en lo expresivo. Pero para lo segundo…

Beethoven

La noche del sábado se abrió con sorpresa, pues estaba prevista únicamente la interpretación de la Sexta de Bruckner (en Madrid la sinfonía se hizo con el Primero de Chopin) y nos encontramos con que Barenboim se había animado a tocar y dirigir el Cuarto Concierto de Beethoven. Es decir, la más grande de las obras concertantes de su autor en manos del más grande recreador del universo beethoveniano que se haya conocido. ¿Qué les podría yo decir a estas alturas, aparte de que el estilo fue perfecto, la sinceridad absoluta, la profundidad admirable y enorme la riqueza expresiva? Bueno, pues diría que –al menos esa fue mi impresión y la de mi melómano acompañante- se trató en esta ocasión de una lectura más “clásica” que otras que nos ha ofrecido el artista, quizá esta vez menos atento al detalle (los mismos acordes iniciales sonaron algo expeditivos), menos visionario y más preocupado por la elegancia, la naturalidad, la transparencia, el equilibrio expresivo, la delicadeza… No sé, son matices sin importancia, porque el conjunto me pareció una versión de una belleza, una cantabilidad y una riqueza expresiva abrumadoras, con un segundo movimiento –qué música tan breve y tan genial- que fue auténtica marca de la casa y un tercero lleno de brío. Fabulosa la orquesta, no solo por su musicalidad (la cuerda, para derretirse) sino también por su adecuadísimo sonido. Total, una interpretación que hoy día ni un solo pianista (¡o director!) es capaz de superar… o de alcanzar siquiera. Tremendo.

Bruckner

Hace dos años ofreció Barenboim en el Carlos V –complicada acústica- las sinfonías nº 7, 8 y 9, y lo hizo con resultado magistrales, sobre todo en las dos últimas (enlace). La Cuarta del año pasado (enlace), siendo muy personal y bastante notable, pilló al de Buenos Aires un tanto desconcentrado: nada que ver con la tremebunda recreación grabada unos meses antes que ha comentado Carrascosa en su blog (enlace). En este 2010 el nivel ha vuelto a recuperarse, muy particularmente con una Sexta de quitarse el cráneo, que diría Valle-Inclán. Escuché pocos días antes su primera grabación de la partitura, la que realizó en 1977 para DG, y se maravilla uno de cómo se ha enriquecido el Bruckner de Barenboim. El concepto es el mismo, mucho antes dramático que épico y bastante más amargo que lírico, además de ajeno a cualquier tipo de misticismo: es comprensible que no convenza a determinadas sensibilidades. En cualquier caso ahora la arquitectura está muchísimo mejor controlada, porque el artista es ya capaz de dominar el enorme fuego interior que alienta sus interpretaciones con una planificación más cerebral y un fraseo más concentrado, sin que haya lugar a caídas de pulso ni a precipitaciones. Claro que lo más interesante es como, sin perder nervio, visceralidad y garra dramática, hay ahora una dosis mucho mayor de sensualidad y hasta voluptuosidad, muy especialmente en un segundo movimiento paladeado con delectación y un increíble dominio de la agógica. Pese a algunos fallos ostensibles (para un alemán debe de ser una tortura empezar una obra como esta a las 11:40 de la noche), la orquesta rindió a un gran nivel y, tratada con asombrosa plasticidad por parte de la batuta, se mostró como ideal para semejante repertorio.

La clausura del Festival se realizó la noche del domingo 11. A pesar de que las entradas volaron en el momento de ponerse a la venta, faltó aproximadamente un veinte por ciento del público: la presencia de la selección española en la Mundial de fútbol era demasiada competencia. Y también fue una molestia para la interpretación de la Quinta Sinfonía, porque desde que en un pianísimo del primer movimiento se escuchó un tremendo berrido en el exterior del Carlos V (algo así como “goooooooooooool”), los cohetes se sucedieron, el público se distrajo y hasta el propio Barenboim parecieron perder un poquito la concentración. No sé si fue en parte por ello por lo que nuestro artista se despachó el segundo movimiento, que siempre ha hecho un tanto rápido, en aproximadamente quince minutos (17’18’’ le duró en su registro de Chicago y 16’20’’ en el de Berlín). La verdad es que me hubiera gustado más paladeado y, por qué no, con una dosis de “misticismo” que esta página en concreto parece pedir y que Barenboim, como Klemperer, está siempre decidido a regatear. Hubo en su lugar, eso sí, una enorme tensión y un aliento anhelante de lo más atractivo dentro de una lectura visión eminentemente rebelde, muy tensa en los movimientos extremos, por momentos de una locura visionaria al borde del descontrol y siempre muy sincera, amén de muy atenta a la polifonía. Impresionante en este sentido la sonoridad empastadísima pero también muy clara de la Staatskapelle, que pese a algún accidente puntual rindió a nivel aún superior al de la noche anterior. Total, una Quinta de Sobresaliente y una Sexta de Matrícula de Honor, más un Chopin sensacional en lo que a la parte del piano respecta. Para no olvidar. El año que viene, las tres primera sinfonías oficiales de Bruckner para completar el ciclo.

2 comentarios:

granaino dijo...

Creo que en segundo movimiento de la sexta Baremboim hizo un autentico milagro. Los conciertos de Granada fueron estupendos,y en la Quinta no va a ir mas allá porque el concepto que planteó es asÍ;aristado, conflictivo y ausencia de pathos a la manera de un celibidache,esta en linea con Furtwangler o Klemperer.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Seguramente, seguramente. En las dos Quintas que tiene en estudio y en una toma radiofónica con Chicago plantea ese movimiento de la misma manera, así que no es que esa noche en Granada le cogiera mosca, precisamente...

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