Zeffirelli
Al contrario de lo que ocurrió con su Bohème de hace años (en el Don Giovanni del 92 no recuerdo si contamos con su presencia), esta vez no ha venido el veteranísimo regista y cineasta italiano a Sevilla. Ni falta que ha hecho, porque esta producción respira su peculiar personalidad por los cuatro costados, para lo bueno y para lo malo. Zeffirelli conoce muy bien el mundo de la ópera y sabe manejar las claves del melodrama romántico, eso es indiscutible. Pero teatro, lo que se dice teatro, ofrece poco: con tanta obsesión por llenar la escena de figurantes, mobiliario y decoración, los personajes principales parecen un elemento más de la escenografía que otra cosa, con el resultado de que no solo la psicología de los mismos queda desdibujada, sino que por momentos su acción puramente física sobre las tablas resulta difícil de seguir. Por eso el artista debería tener guardada su afiladísima lengua cuando desea atacar a otros colegas, porque hay quienes aun ofreciendo esas “reinterpretaciones” que tanto molestan al director de Hermano Sol, Hermana Luna, se muestran mucho más respetuosos con el drama servido por compositor y libretista, elemento que para Zeffirelli parece ser una mera excusa para dejar volar su imaginación como escenógrafo y figurinista.
Sobre el aspecto plástico también habría mucho que discutir. En esta Traviata la casa de Violetta está muy conseguida, beneficiándose además de un espléndido vestuario, mientras que el invernadero del primer acto del segundo cuadro es de una belleza espectacular. Ni los más “modernos” deberían discutir que el mero goce de belleza visual es un elemento fundamental del género operístico. El problema es que de vez en cuando Zeffirelli se suelta la melena y evidencia una vena (esa vena, ustedes me entienden) megalómana y de mal gusto que le caracteriza, que es justamente lo que ocurrió en su recreación de la casa de Flora, tanto por la escenografía (propia de una caseta de feria hortera, incluyendo farolillos psicodélicos) como por los figurines (dignos del Orgullo Gay más descocado). El público aplaudió nada más levantarse el telón de este cuadro, lo que me deja seriamente preocupado.
El foso
La Sinfónica de Sevilla sigue siendo una muy buena orquesta. No en balde ha sido durante años una de las mejores de las que, al margen de sus temporadas de concierto, actuaban regularmente en fosos operísticos en España. El problema es que los que nos estamos acostumbrando a acudir al Palau de Les Arts empezamos a notar que aquí falta algo: virtuosismo, rotundidad, precisión, brillantez… Por otra parte no tenemos derecho a quejarnos en este sentido, porque el presupuesto del teatro valenciano es muy superior al del Maestranza. El coro tampoco es el de la Generalitat, pero realizó una labor realmente satisfactoria, sobre todo en la función del sábado. Tuvo además la suerte de que el director escénico de la reposición, Pier Paolo Pacini, dirigió a sus miembros muy bien sobre las tablas, cosa que no hizo con los solistas.
Dirigía musicalmente Andrea Licata. No me terminó de convencer, ni por estilo (no sonó del todo a Verdi) ni por convicción (no hubo mucha fuerza dramática, y sí algunos caprichos innecesarios). Ni siquiera en los aspectos técnicos (se apreciaron algunos desajustes y en más de un momento sepultó a las voces). Pero al menos ofreció una labor de aceptable rutina, sin el aburrimiento y el mal gusto que caracterizan a no pocos de los directores de foso que deambulan por ahí.
Así las cosas, con una escena tan vistosa como superficial y una batuta solvente sin más, la función no podía bajar de lo correcto pero tampoco aspirar a lo brillante. Fueron las voces las que terminaron marcando la diferencia entre una función más bien aburrida, la del viernes, y otra realmente emocionante, la del sábado.
Las voces
A Norah Amsellen le escuché en Madrid una estupenda Mimì y le he visto dos filmaciones en las que encarna irreprochablemente a Micaela. Pero en la reciente Liù en Sevilla (enlace) ya se notaba que algo no iba bien. Su voz no corre con la facilidad de antaño, y se la ve tan preocupada por los problemas técnicos que no termina de matizar un personaje, el de Violetta, al que en cualquier caso sabe dotar de sensibilidad y de adecuada presencia escénica. Se mantuvo a un nivel muy mediocre en el primer acto para luego mejorar de manera considerable (no hace falta insistir en las muy distintas exigencias vocales de Verdi a lo largo de la función) y ofrecer una actuación correcta en la que por momentos llegó a emocionar con unos reguladores de gran belleza. Cumplió sin convencer, pues, aunque fue salvajemente braveada por un admirador incontrolado que al terminar la función la llenó de flores.
La gran triunfadora, como ya dije, ha sido -está siendo, aún queda una función para ella- Mariola Cantarero. Existen hoy día Violettas con un instrumento más bello y suntuoso (Netrebko), con una técnica superior (Devia), más emocionantes (Gallardo-Domas) o con más glamour sobre la escena (Gheorghiu), pero dudo que haya muchas que reúnan en tan alto grado los componentes que debe tener toda intérprete que aborde este rol, sin fallar en ninguno de ellos: voz extensa y flexible, dominio de los recursos belcantistas, sensibilidad a la hora de matizar en lo expresivo -sin caer ni en el distanciamiento ni en el narcisismo- y credibilidad escénica. Por eso pienso que Mariola Cantarero, cantante de muy buena técnica (preciosos filados), enorme musicalidad e innatas dotes teatrales, es sencillamente una de las mejores Violettas del momento. ¡Y eso que está debutando el papel! Que en la cabaletta hubiera algún sobreagudo metálico es lo de menos. El Maestranza se puso todo en pie cuando la granadina salió a saludar, corroborando un triunfo del que se va a hablar durante mucho tiempo.
En los Alfredos también hubo diferencias sustanciales. Teodor Ilincai posee una buena y adecuada voz de tenor lírico, pero la emisión parece forzada, muscular, por lo que el timbre, que no es feo, suena muy empobrecido. Canta con buen gusto, eso sí, aunque tiene que mejorar mucho su técnica para desarrollar el potencial que tiene. También debería pensarse dos veces dar el agudo de la cabaletta: tan breve resulta toda una decepción para quien guste de semejante tipo de exhibiciones, aunque a mí esa nota me parece una horterada con él, con Jordi y con cualquier otro.
Ismael sí que estuvo estupendo. Es verdad que mi paisano y amigo (ojo: soy quien mayores palos le ha dado) sigue teniendo una voz pequeña y no muy adecuada para Verdi, pero esta vez ha redondeado una actuación sobresaliente. La evolución desde el debut del rol en noviembre de 2004 es clara. Precisamente hace unos días estuve repasando un vídeo de 2005 en La Coruña (con Ángeles Blancas) y las diferencias saltan a la vista. La voz (aunque pequeña, insisto) corre muy bien (nada que ver con Ilincai, que la tenía más grande y adecuada pero muy atrás). La dicción es estupenda. Sus medias voces siguen siendo de una belleza extrema. Pero ahora la seguridad es mayor y los matices no ya son más ricos, que también, sino que están más sabiamente administrados. Y la cabaletta, donde en alguna ocasión ha tenido problemas (recuerdo ahora una retransmisión radiofónica con Poplavskaya) le ha salido con una naturalidad pasmosa. Únicamente sigue sin gustarme el sobreagudo final con que la remata (supongo que hay que complacer al público). En el plano escénico ha mejorado muchísimo. Confío en que siga progresando para ofrecer un Alfredo más entregado y más claramente verdiano.
Cancelando a última hora Fabio Maria Capitanucci, Giorgio Germont quedó exclusivamente en manos de George Petean, quien puso una voz hermosa y una buena línea de canto al servicio de una concepción del personaje demasiado distanciada, sin los pliegues psicológicos que debe tener en su fundamental dúo con Violetta. Se le escuchó con placer, pero nada más. Como actor tiene muchísimo que mejorar. Entre los secundarios (Menxaka, Amores, Guerrero, Miotto, Galán, Todisco, Morales) hubo de todo, bueno y malo, aunque el nivel medio fue más bien alto.
Total, una velada -la del sábado- no redonda, porque para ello hubiera hecho falta una dirección musical y escénica de fuste, pero sí muy emotiva y emocionante merced a la labor de los dos jóvenes cantantes andaluces que la protagonizaron. El triunfo es para ellos.
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