He visto en los últimos días dos filmaciones de la Tercera Sinfonía de Mahler, dirigidas respectivamente por Zubin Mehta y Mariss Jansons. La primera corresponde a un concierto de la Filarmónica de Berlín ofrecido el 21 de diciembre de 2008 y disponible para su disfrute en la Digital Concert Hall de la que últimamente venimos hablando (enlace). La segunda es una retransmisión del canal Arte desde el Concertgebouw de Ámsterdam registrada el 3 de febrero de 2010, y por tanto inmediatamente anterior a la gira de la formación holandesa por España. Merece la pena realizar comparaciones, toda vez que hablamos de las dos mejores orquestas de Europa y de dos directores de enorme prestigio.
Mehta triunfa en un magnífico primer movimiento, rocoso e incisivo en su sonoridad, planteado desde una óptica abiertamente dramática y trazado con firmeza, sin el menor devaneo sonoro. La cosa cambia en el segundo, paladeado con delectación pero impregnado de blanduras y cursilerías varias. Mejor resulta el tercero, a pesar de alguna levedad aislada. El cuarto es en manos del director hindú sobrio y concentrado, ya que no profundo, y ofrece una buena intervención de Lioba Braun. El quinto resulta un tanto premioso, y su orientación más bien épica se me antoja bastante discutible. Y el sexto me ha encantado: intenso, viril, poético sin caer en lo contemplativo y conducido con mano maestra hacia un final maravillosamente afirmativo.
El primer movimiento de Jansons resulta irreprochable en su estilo y en su trazo, pero carece del empuje, la fuerza y la sinceridad de un Mehta. En los dos movimientos siguientes el maestro letón resulta por el contrario muy preferible, ya que sabe apartarse del preciosismo melifluo al tiempo que canta las melodías con enorme entusiasmo. El cuarto no me parece tan bien dirigido, si bien aquí se cuenta con la voz carnosa y la sinceridad expresiva de Bernarda Fink (a la que por cierto le escuché la obra hace años en Valencia bajo la dirección de un soporífero Semyon Bychkov). En el quinto Jansons evita sabiamente la cursilería angelical, sin caer tampoco en la precipitación de Mehta. El sexto es lo menos interesante de la lectura de la Concertgebouw, toda vez que su director cae aquí en el tópico del Mahler lánguido, moroso y contemplativo: todo suena con gran belleza, pero la garra dramática solo aparece en los clímax.
Combinando los movimientos extremos de Mehta con los centrales de Jansons se podría conseguir una versión de primer nivel. En cualquier caso, creo que nos encontramos ante dos notables lecturas que debieron de hacer disfrutar mucho tanto al público berlinés como al holandés. Y me explico perfectamente el triunfo de Jansons en Valencia y Madrid con este mismo programa, pues sus resultados parecen muy superiores a los obtenidos por el maestro y su orquesta con el discreto Sibelius y el lamentable Brahms que les escuché en Murcia (enlace).
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