miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pedro Halffter, virtudes e insuficiencias

Lo he dicho muchas veces, pero por si las moscas lo vuelvo a repetir: Pedro Halffter me parece un director que alberga un enorme talento, con el que es capaz de hacer cosas no ya muy buenas sino magníficas, pero también lo veo como un músico con evidentes limitaciones que con frecuencia terminan lastrando los resultados.

En un platillo de la balanza, su enorme cuidado para hacer que la orquesta suene bien, su excelente manejo de las texturas orquestales, su capacidad para paladear con concentración los pasajes más líricos y la gran morbidez de un legato con el que puede ofrecer frases amplias llenas de calidez y elegancia. En el otro platillo, su incapacidad para sostener la tensión en las arquitecturas más amplias, su tendencia a limar aristas sonoras y sus ocasionales caídas en el efectismo.

En la Sexta de Tchaikovsky que ha ofrecido en la noche del 22 de diciembre al frente de la Sinfónica de Sevilla el director madrileño ha mostrado las dos caras de la moneda: muy bien los movimientos pares, mal e incluso bastante mal los impares. Siempre a juicio de quien suscribe, claro.

El movimiento inicial comenzó flácido y mortecino, mucho antes tristón que propiamente patético. Transcurrió sin pena ni gloria hasta llegar al Allegro vivo, en el que Halffter sacó la artillería pesada para buscar un triunfo basado en el aspaviento más teatral y menos sincero, un poco a la manera de Gergiev, pero sin tanta corpulencia sonora. El resultado, quizá vistoso para algunas sensibilidades, me pareció vulgar.

Me gustó mucho el Allegro con grazia, dicho con entusiasmo y comunicatividad, y sin rastro de la blandura y el amaneramiento que con algunos directores le aquejan. Le sonó aquí muy bien a Halffter la cuerda de la ROSS, cosa que no ocurrió durante el resto del concierto, en los que los problemas de empaste de los primeros violines (¿cosa del concertino invitado, nada menos que el de la Filarmónica de Múnich?) fueron evidentes.

La marcha empezó con viveza y gran atención a las diferentes líneas melódicas: el trabajo con la orquesta se hizo notar. Pero a medida que avanzaba el movimiento hicieron su aparición primero la rigidez, después la machaconería y finalmente el desmadre decibélico. ¿Resultados? Todo sonó muy aparatoso, efectista y vulgar: pura exhibición de músculo de cara a la galería, sin una bien planificada acumulación de tensiones.

Como gran sorpresa de la velada ofreció Halffter un magnífico movimiento conclusivo, paladeado con más sosiego de lo habitual (lo que me parece un acierto), dicho con admirable vuelo lírico, de elevada y muy sincera fuerza expresiva y muy trabajado en las imprescindibles sonoridades oscuras, sobre todo en lo que a las maderas se refiere. Para quitarse el sombrero. ¿Ustedes lo entienden? Yo tampoco.

El programa se había abierto con una obra del propio Halffter, la Paráfrasis sobre el purcelliano “lamento de Dido”. Que el recurso a la construcción y deconstrucción de una melodía preexistente resulte manido no le resta efectividad a esta página correctamente escrita que se deja oír con agrado sin que nadie se siente herido en su sensibilidad, aunque el mayor mérito de su belleza corresponda al genial compositor inglés.

Sobre los Lieder eines fahrenden Gesellen no hay mucho bueno que decir: Mónica Groop mostró continuos problemas de afinación y en lo expresivo solo convenció plenamente en los momentos desgarrados (esta obra requiere un enfoque mucho más rico), mientras que la dirección de Halffter, en todo momento correcta, resultó flácida en su trazo y un tanto ajena al universo mahleriano. Virtudes y limitaciones pues, de un director al que algunos siguen enjuiciando mucho antes desde una óptica partidista (puro enfrentamiento PP-PSOE) que teniendo en cuenta aspectos musicales.

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