Al Concierto para violonchelo nº 1 no termina Maazel de cogerle el pulso. Siendo su solvencia y musicalidad innegables y ofreciendo una lectura de excelente arquitectura, esta partitura parece necesitar una aproximación mucho más visceral, más intensa y contrastada. Lynn Harrel, por su parte, ofrece un sonido muy hermoso y una gran cantabilidad, pero se queda corto en lo expresivo: el chelo aquí tiene que reír y llorar al mismo tiempo, ofrecer sarcasmo y rebeldía a partes iguales y hacer gala de una teatralidad de primera magnitud. La tremenda cadenza de la obra deja de relieve las relativas insuficiencias del chelista norteamericano, quien además exhibe cierta tendencia a la blandura aquí muy inconveniente. Sólo en el último movimiento Maazel y Harrel logran sintonizar con el sentido último de la obra y consiguen que su interpretación global alcance, cuanto menos, una gran dignidad. Formidables la orquesta y su solista de trompa.
Impresionante lectura la que Maazel ofrece de la Quinta Sinfonía. Impresionante y atrevida, porque alcanzar los 20’30’’ en el Moderato inicial es un verdadero riesgo. El veterano director lo hace sin que decaiga la tensión, proeza que está reservada a técnicas de batuta de primerísimo orden como la suya. Pero es que además el maestro acierta al evitar una aproximación digamos “romántica”, decantándose por un calculado distanciamiento -auténtica llama fría- que evita los excesos de retórica y de emotividad pero que en absoluto deja a un lado los aspectos más inquietantes de la obra, muy especialmente en un Largo de un marcado nihilismo que Maazel sabe conducir hasta un clímax sobrecogedor. En el último movimiento no hay, por fortuna, la menor retórica triunfalista, aunque aún se podría incidir más en su carácter ambiguo y opresivo.
¿Mis versiones favoritas? Del concierto me parecen difícilmente superables las dos de Eugene Ormandy, la primera de ellas con Rostropovich y la segunda con un joven pero ya sensacional Yo-Yo Ma (ambas en Sony), seguidas por la del citado Rostropovich con Ozawa (Erato). Para la Quinta me quedo con la visceral de Rozhdestvensky (Melodiya), seguida quizá por la de Bernard Haitink (Decca), ambas por encima de la mítica de Bernstein del 79 (CD en Sony y DVD en Kultur, zona 1), fabulosa en los dos movimientos centrales pero en exceso festiva en el último.
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