Me acusa un buen amigo de profesar odio a Rolando Villazón -por algunos comentarios sarcásticos que he realizado en privado- y me pide explicaciones al respecto. Le respondo, desde este blog, que de odio nada de nada. Al contrario, como persona me cae estupendamente. Pero no puedo dejar de comentar, con toda la ironía que haga falta, cómo el cantante ha ido transformándose en una enorme pompa de jabón hasta estallar en plenas narices de sus apasionados seguidores.
Antes debo dejar bien clara una cosa: el tenor mexicano siempre me ha parecido un muy buen cantante, y algunas de las cosas que ha hecho me han gustado muchísimo, al mismo tiempo que -también desde siempre- le he visto limitaciones tanto en el plano técnico como en el expresivo. Sobre la cuestión ya escribí hace meses en otro lugar de la red, Forum Clásico, y allí remito (enlace) a quienes tengan curiosidad. Ahora lo que me corresponde es hablar no de Villazón como artista, sino como ejemplo de lo que no debería ser una carrera lírica.
El fenómeno Villazón tiene mucho de "Operación Triunfo", es decir, de la búsqueda del éxito y la fama inmediatos explotando al máximo un potencial preexistente -que puede ser, y en el caso del mexicano lo es, bastante importante- sin reparar en la falta de una base sólida y de una planificación sensata de la trayectoria. Por utilizar una expresión por completo ajena al mundo de la lírica pero bastante de moda, el cantante no ha tenido en cuenta el "desarrollo sostenible". No ha temido agotar sus recursos intentando, y son sus propias palabras, "tenerlo todo: éxito, diversión y actuar en todas partes". Ahora se arrepiente, cuando las consecuencias saltan a la vista.
Villazón cuenta (contaba) con una voz de gran calidad, un ardiente temperamento expresivo y una comunicatividad de la mejor ley. Los aplausos, a mi modo de ver justificadísimos, no le tardaron en llegar. El alicaído mundillo discográfico encontró un filón que explotar. El artista hizo caso a esos mortales cantos de sirena que son los elogios indiscriminados y se olvidó no sólo de algo tan importante como es la diferenciación de personajes y estilos, sino de lo más básico: tener una técnica suficiente para abordar repertorios muy variados (y no siempre adecuados para la naturaleza de su voz), así como para cantar con tanta frecuencia como ese fenómeno inimitable, pero por él claramente imitado, que es Plácido Domingo. El resultado está ahí: segunda retirada de Villazón. Y esta vez va para largo.
Si semejante actitud me irrita es, precisamente, porque ha echado a perder a un cantante que podía haber dado muchísimo de sí. Y porque sigue echando a perder a muchos artistas presas de semejante "star-system". Por no salir de España, ahí está Carlos Álvarez, al que se puede aplicar casi todo lo anteriormente dicho sobre el mexicano.
Otro caso, este mucho más cercano a quien suscribe, y salvando las distancias artísticas que se quieran, es el de mi paisano Ismael Jordi. De nuevo un enorme potencial en manos de un artista que se siente comodísimo entre los referidos cantos de sirena y que poco a poco pierde el contacto con la realidad para dejar la técnica a un lado, olvidarse de la expresión (Nemorino forever) y adentrarse en repertorios que definitivamente no le van; Ismael sigue en activo y con la voz en buena forma, pero la grabación radiofónica de su reciente Traviata en Amsterdam (¡qué cabaletta, cielo santo!) es de las que dejan a uno seriamente mosqueado.
¿He aclarado por qué "odio" a Villazón? Dicho esto, no niego cierta rechifla (del tipo "ya te lo decía yo") al confirmar lo que muchísimos aficionados decíamos de este tenor: como siga por este camino acabará mal. Pero es que todos somos humanos...
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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