Entre las diferentes grabaciones digitales de Deutsche Grammophon que, por sorpresa para todos, han pasado a incorporar el baratísimo catálogo de Brilliant Classics, me permito recomendar el que incluye páginas sinfónico-corales de Lili Boulanger (1893-1918), más la célebre Sinfonía de los salmos stravinskiana, a cargo de John Elliot Gardiner, su Coro Montenerdi y la Sinfónica de Londres. Y no por la interpretación de la página de Stravinsky, notable en cualquier caso, sino por la calidad de las obras de la malograda compositora parisina. Para mí, pobre ignorante, ha supuesto un maravilloso descubrimiento.
Puede que no sea una música de primera fila, eso es cierto. Pero está escrita con enorme conocimiento de los medios a su disposición, posee un riquísimo colorido, desprende un amplio aliento poético y, estilísticamente, sabe hacer gala de las enseñanzas de la escuela francesa -de sus predecesores y de sus más ilustres contemporáneos- sin dejar de mirar al futuro: tienen razón los que afirman que aquí se anticipan hallazgos de un Honegger o un Messiaen.
El Salmo XIV, el Salmo CXXIX, la oración budista Vieille prière bouddhique y, sobre todo, su larga e impresionante elaboración musical del Salmo CXXX ofrecen cuarenta y siete minutos de música cautivadora, llena de fuerza expresiva, que se mueve entre la épica, la sensualidad y la incertidumbre ante lo desconocido. Sólo nos queda imaginar cómo hubiera evolucionado esta chica de no habérsela llevado una enfermedad a los veinticuatro años.
No hace falta decir que Gardiner dirige con plena convicción sobre el valor de la obra de Boulanger y que su coro está sensacional. Los solistas vocales cumplen sobradamente en sus breves intervenciones. Habida cuenta de que el CD se vende por poco más de tres euros, queda claro que este disco hay que pillarlo.Y eso que la toma sonora, realizada por los técnicos del sello amarillo en julio de 1999, no es todo lo extraordinaria que podía haber sido.
De la interpretación de la genial partitura de Stravinsky que completa el compacto se puede reprochar que la orquesta no está del todo trabajada, echándose de menos una mayor claridad en las líneas instrumentales. Por lo demás, es el de Gardiner un acercamiento que le hubiera encantado al propio compositor: terriblemente austero, seco y de sonoridad muy “arcaizante”, lo que no impide que, aun habiendo poca “atmósfera”, se alcance una tensión implacable en el segundo movimiento. Sea como fuere yo prefiero otro tipo de aproximaciones a la partitura. Por ejemplo, la reciente de Simon Rattle para EMI, de la que espero hablar próximamente.
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