A Rattle se le puede discutir bastante como director del repertorio decimonónico (aunque tiene cosas geniales: Primero de Brahms con Barenboim). Para las cosas del siglo XX, sin embargo, resulta un espléndido director, lo que viene a corroborar este soberbio disco que pude adquirir en mi reciente visita a la capital alemana. Grabado en directo en la Philharmonie berlinesa en noviembre de 2007 por el sello EMI, incluye tres de las cuatro “sinfonías” del autor de La consagración de la Primavera: falta la escrita para instrumentos de viento.
¿Virtudes de su acercamiento a Stravinsky? Frescura, vitalidad, sensualidad, un agudo sentido del ritmo y, sobre todo, una admirable comunicatividad, presiden estas lecturas llenas de fuerza y garra. Lo mejor del disco es seguramente su recreación de la Sinfonía en tres movimientos, una interpretación extrovertida, marcada por la tensión sonora, que sin renunciar a lo dramático desprende chispa, jovialidad, sentido del humor y ganas de vivir. Algo muy parecido se puede decir de su recreación de la floja Sinfonía en Do, muy alejada del mero juego intelectual planteado por el autor.
En cuanto a esa obra maestra absoluta del siglo XX que es la Sinfonía de los Salmos, Rattle nos ofrece una lectura intensa, más sensual que aristada y más emocionante que fantasmagórica, aunque no por ello el director británico, de nuevo con el ritmo en los huesos, pierde de vista el estilo stravinskiano. A destacar la sección del final del tercer salmo, llevada con lentitud pero con un pulso férreo.
La Berliner Philharmoniker y el Coro de la Radio de Berlín están tan soberbios como en el disco grabado por Pierre Boulez en 1996 para Deutsche Grammophon con un programa parecido: el francés no ofrece la Sinfonía en Do, pero a cambio incluye una incisiva recreación de la Sinfonía para instrumentos de viento. Se trata, sin duda, de un disco complementario a éste, y no sólo porque trae la obra que aquí se echa de menos, sino porque Boulez nos ofrece ese Stravinsky, aquí sí, objetivo y analítico que se encuentra en las antípodas del de Rattle.
En comparación con el reciente compacto al que nos referimos, Boulez sale perdiendo en la Sinfonía en tres movimientos, en la que se echan de menos tensión, chispa y rusticidad, al menos en los movimientos extremos. Triunfa, sin embargo, en un segundo movimiento de fascinante espiritualidad. De nuevo una esenciada espiritualidad, mezclada con acongojante rebeldía, preside su interpretación de la Sinfonía de los Salmos, muy diferente de la propuesta por Rattle. Fascinantes ambas, en cualquier caso. El disco de Rattle conviene tenerlo. El de Boulez es muy recomendable. Y los dos juntos vuelven a poner en entredicho esa afirmación de Stravinsky según la cual la interpretación no existe.
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