Como hace unos días hablé de la aparición en DVD de la Tosca “en los lugares y horas de la acción” de 1992 con Mehta, Malfitano, Domingo y Raimondi (enlace), me parece oportuno realizar una comparación entre otras dos filmaciones que he visto recientemente. Una, la del Metropolitan de Nueva York de 1985 editada por Deutsche Grammophon bajo la dirección de Sinopoli y Zeffirelli. La otra, la original producción escénica de Nikolaus Lehnhoff para la Opera de Holanda que contó en el foso nada menos que con la Orquesta del Concertgebouw y Ricardo Chailly; filmada en 1998, ha sido editada no hace mucho por el sello Decca.
Las dos puestas en escena me parecen magníficas. La del Met responde plenamente a los gustos del teatro neoyorkino y, obviamente, de Zefirelli: espectacularidad, naturalismo y minuciosidad a partes iguales. Claro que lo que en otras ocasiones termina lastrado los resultados artísticos aquí funciona de maravilla, en parte porque Zefirelli está más contenido que de costumbre y porque comprende plenamente los resortes de este drama, en parte porque a Tosca, página “teatral” como ella sola, le sienta bastante bien semejante desmelene.
Lo de Lehnhoff es otra cosa. Ni sensualidad italiana, ni grandiosidad barroca ni nada de nada. La acción es intemporal. La escenografía, extremadamente opresiva. Los diferentes escenarios son, en palabras del director, trampas mortales de las que no hay salida. El vestuario, bastante feo y de corte sado-maso, contribuye a acentuar la atmósfera gótica y siniestra. Scarpia es una especie de Mefistófeles y en el Te Deum, espectacular, parece que se huele el azufre. ¿Discutible? Muchísimo. Pero uno termina entrando en el juego, sobre todo porque la propuesta está plagada de detalles de extraordinaria inteligencia y la dirección de actores, no hace falta decirlo, es perfecta.
Decepciona la dirección de Sinopoli, pues aunque el maestro veneciano despliega aquí una admirable teatralidad y hace gala de esa riquísima gama de colores a la que nos tiene acostumbrados, su habitual nervio resulta en esta ocasión excesivo y tanta crispación perjudica los resultados, especialmente durante el primer acto, llegando incluso a haber momento brutales y atropellados. La Orquesta del MET parecía estar en baja forma. Todo lo contrario que la del Concertgebouw, claro, dirigida por un Chailly seguramente no genial, pero siempre ortodoxo, brillante, emotivo y, al contrario que su colega, desplegando una gran cantabilidad; ofrece además algunos detalles creativos de gran interés.
En 1985 Hildegard Behrens estaba ya fatal de voz, hasta el punto de que se hace insufrible escucharla en el primer acto; ahora bien, su electricidad, garra y apasionamiento del duelo con Scarpia son sensacionales y por ello merece la pena atender a su recreación. Catherine Malfitano tiene problemas en el grave y, obviamente, se encuentra peor de voz que en su citado registro con Domingo seis años atrás, pero ofrece una interpretación de gran intensidad ; soberbia actriz, se muestra aquí más controlada que en otras ocasiones y ofrece, en su visión temperamental y enajenada del personaje, una recreación de alto voltaje.
Domingo está arrollador, muy entregado y sincero, perfecto en el estilo, vocalmente pletórico y, como siempre, mucho más atento a la verdad dramática del personaje que al exhibicionismo canoro. Al lado de tan portentosa recreación de Cavaradossi (mucho mejor que la del 92, claro), poco tiene que hacer, en la producción holandesa, un Richard Margison de bella y adecuada voz, solvente técnica y buenos agudos, pero plano y sin morbidez en la línea de canto.
Ya muy mayor y algo primario, aunque con autoridad, el gran Cornell MacNeil en el Met. Interesa más el Scarpia de Bryn Terfel, cuya voz de primerísima calidad se encuentra, esta vez sí, lo suficientemente aprovechada por un artista que en tantas ocasiones tiende a la vulgaridad; desde luego aún podría ofrecer más matices canoros en su recreación, pero su talento escénico resulta impagable.
En Nueva York se muestran solvente el Angelotti de James Cortney, mediocre el sacristán de Italo Tajo y sobresaliente el Spoletta de Anthony Laciura. En Amsterdam destaca el magnífico Angelotti de Mario Luperi por su capacidad para matizar dramáticamente sus frases. ¿Conclusión? Si la Behrens no estuviera tan mal de voz, el DVD del Met sería imprescindible. El de la Nederlandse Opera no en en absoluto para todos los paladares, pero merece la pena para disfrutar de una recreación orquestal de primerísimo orden y para dejarse fascinan por una propuesta escénica muy diferente a lo que estamos acostumbrados.
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