Aparte de diferentes tomas radiofónicas de calidad sonora presumiblemente discreta, existen dos registros en estudio de las sinfonías brahmsianas a cargo del mítico Bruno Walter: el de la Filarmónica de Nueva York, grabado entre 1951 y 1953 y disponible hoy a buen precio, y el mucho más conocido de la Sinfónica de Columbia, que se registró entre 1959 y 1960 con notable sonido estereofónico, del que aún se pueden encontrar algunas copias en la edición presentada hace años por Sony Classical. De este último es del que voy a hablar.
Para mí escuchar este ciclo fue un verdadero chasco. No porque sea malo, que no lo es, sino porque tanta es su fama que esperaba algo más. ¿Qué falla? Dos elementos, a mi modo de ver. Uno, la calidad de la orquesta: por mucho que la Columbia Symphony de estas grabaciones fuera un conjunto de músicos específicamente seleccionados de entre los disponibles en la costa oeste norteamericana por el octogenario Walter para volver a grabar, en el novedoso sistema estereofónico y con las mejores condiciones artísticas posibles, su repertorio “de toda vida” (Mozart, Beethoven, Mahler, etc), los resultados dejaron que desear, tal vez debido a que muchos de estos instrumentistas no estaban acostumbrados a trabajar en formaciones sinfónicas.
El otro elemento que falla es el propio Walter. Ya sabemos que su concepción de la música es con frecuencia apolínea y luminosa. Eso en sí mismo no es absoluto reprochable. Ahora bien, la música de este compositor necesita un sonido muy particular, oscuro y denso, que habitualmente se suele calificar de “brumoso”, que el director berlinés dista de conseguir. Logra, eso sí, una irreprochable transparencia, pero este Brahms no suena a Brahms. En lo expresivo, además, la batuta evidencia importantes desigualdades.
Así, de la Primera Walter ofrece una lectura muy ortodoxa y bien encaminada, pero falta de inspiración elevada y, a la postre, más bien prosaica. Muchísimo mejor la Segunda, que siendo antes extravertida y brillante que otra cosa, ofrece un adagio especialmente dramático; siendo intenso el cuarto movimiento, en los impares se echa de menos una mayor dosis de magia y poesía.
De la Tercera Walter no parece tener una idea clara, ofreciendo una lectura tan vistosa como superficial: faltan humanismo, poesía, ternura... y también carácter siniestro. De la Cuarta realiza una interpretación no menos brillante, pero de nuevo sin elevación poética; las tensiones no están del todo bien planificadas, lo que conduce a unos clímax en los que se echa de menos mayor desgarro.
Magníficas las Variaciones Haydn, en interpretación comunicativa antes que intimista o lírica; la batuta no se muestra muy refinada, pero tanto entusiasmo y naturalidad terminan convenciendo. De nuevo excelente la Obertura trágica, siempre en una línea extrovertida e -insistimos- con pocas brumas. La Académica resulta muy alegre, vistosa y adecuadamente festiva, pero parca en vuelo poético, además de algo tosca en lo sonoro y un tanto “pueblerina”. ¿Un Brahms a conocer? A mi modo de ver, y con lo que ha llovido desde entonces (Giulini, Barbirolli, Böhm, Haitink, Solti, Bernstein, Sanderling), me parece que no, lo cual, dicho así, debe de ser motivo de excomunión. Por lo menos.
3 comentarios:
Creo que esta segunda de Walter es de lo mejorcito, y la tercera casi aunque me guste más Szell.
El Brahms de Walter es "camerístico". Convierte la orquesta en un juego de grupos instrumentales. En enfoque es apolíneo, muy natural, campechano podría decirse. La música está muy bien diseccionada, y Walter saca oro de esa orquesta de conveniencia.
En Londres se pudo reunir una Philharmonia porque había muchas orquestas, y muchos músicos refugiados de toda Europa después de la guerra, pero hacer algo parecido en Los Ángeles no era tan fácil. Los estudios de cine sí tenían contratados músicos que trabajaban grabando bandas sonoras para películas. Además, la Filarmónica de Los Ángeles tuvo a un asistente de Mahler en sus primeros años (Walter Henry Rothwell) y pasaron buenos directores invitados por allí. En Estados Unidos en esa época había pocas orquestas de gran nivel (Filadelfia, Chicago, Cleveland y Boston, y para de contar). Compositores europeos de primer nivel acabaron varados allí, y probablemente muchos buenos músicos. Vamos, que había actividad musical de cierta altura. En Los Ángeles había una clase adinerada y culta de bastante peso, aunque la ciudad era (y es) un descampado. Aquello no era Viena desde luego, pero tampoco estaba tan mal.
En definitiva, a mí el Brahms de Walter me gusta mucho, en su estilo. Menos mal que pudo grabar en estéreo un montón de cosas, y al menos nos queda este legado suyo.
Muchas gracias por su sustanciosa aportación, Fouquier, aunque este texto es ya antiguo. Tengo la caja gorda de Bruno Walter con los nuevos reprocesados, pero aún no los he escuchado. Confieso que soy de los pocos a los que no les entusiasma el Brahms de Walter. No me siento orgulloso de ello, porque no soy de los que se complacen en "ser diferente", pero disimular que ese Brahms me deja a medias tampoco tendría mucho sentido. Puedo estar equivocadísimo, pero mentir no voy a hacerlo.
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