La última vez que escuché a la Philadelphia Orchestra fue también en el Palau de la Música de Valencia, concretamente en mayo de 2004 (enlace), con un Christoph Eschenbach que acababa entonces de llegar y que ahora está a punto de marcharse. Me impresionó entonces, como en 1992 con Muti en Sevilla, el sonido corpulento y compacto de la formación norteamericana, muy especialmente las maderas y la cuerda grave. Me ha vuelto a dejar pasmado ahora en un concierto, el del pasado domingo 8, que ya sólo por su difícilmente igualable calidad de ejecución tenía que ser memorable. Pero hubo más. Mucho más.
La Sinfonía de cámara nº 1 de Arnold Schoenberg, que se ofreció en su versión original para agrupación de dieciocho instrumentistas y no en su transcripción sinfónica, nos mostró a un Eschenbach intenso, en una lectura antes expresionista que romántica que me recordó un tanto a la grabación de Boulez, y que por ello mismo, aun siendo espléndida, puede no ser preferible ante acercamientos de más rico colorido y de mayor atención al peso de los silencios. En cualquier caso, impresionantes los instrumentistas de Philadelphia.
Lentísima y muy concentrada, aunque aquí curiosamente no todo lo visceral que podía haber sido –al menos en el tercer movimiento- fue la dirección de Eschenbach en el Concierto para violín de Sibelius. Claro que lo que aquí se salió de madre fue la actuación de Leonidas Kavakos. Dotado de un sonido robusto y un tanto metálico seguramente no idóneo para Mendelssohn pero muy adecuado para el compositor finlandés, armado además de un virtuosismo sin mácula indispensable en esta difícil partitura, Kavakos ofreció una interpretación doliente, rebelde y muy tensa –aunque controladísima en todo momento- que se aleja de equivocadas visiones ensoñadas y paisajísticas para ofrecernos la cara más intensa, personal y sincera de Sibelius. Magnífico el Bach de propina.
Lo mejor estaba aún por llegar. ¡Qué Quinta de Prokofiev! Repaso la lista de las veintiséis grabaciones que he escuchado y no dudo en colocar a ésta a la altura -o casi- de las que más me gustan, la de Leinsdorf con Boston y la de Bernstein con Israel. Sólo la toma radiofónica que pude grabar hace muchos años de Maazel con la Filarmónica de Viena (no así su grabación oficial en Cleveland) me gusta quizá más aún que las citadas.
¿Qué tuvo la de Eschenbach para ser tan grande? Primero, sonar claramente “a Prokofiev”, en lo que tuvo mucho que ver la carnosidad de la madera grave de la orquesta. Segundo, poseer una arquitectura trazada de manera meticulosa, con las tensiones perfectamente calculadas, en la que sólo hubo que reprochar algún pasaje algo más nervioso de la cuenta en el primer movimiento, por lo demás bien conducido hasta un clímax terrorífico. Tercero, desmenuzar con claridad el complejo entramado orquestal de la partitura. Cuarto, hacer gala de una rica paleta de colores, aristada pero no estridente, y de una gran brillantez que en ningún momento conocieron concesión alguna al efectismo, lo que en una partitura como esta es un verdadero peligro. Y quinto, estar interpretada desde un enfoque expresivo que sabe ser mucho antes dramático que épico en el primer movimiento, tan ágil como sarcástico en el segundo, muy doliente en el tercero –aunque a mí me gusta más lento y ominoso- y adecuadamente ambiguo en el engañoso final: el último minuto alcanzó una tensión, una rabia y una mala leche espeluznantes.
De propina, nada menos que Montescos y Capuletos: no recuerdo haber escuchado nunca una introducción lenta tan acongojante. ¡Tremendo! Tras este larguísimo concierto tuve que conducir, soportando un fortísimo viento y a ratos adentrándome en una densa niebla, durante cuatro horas. Espero no tener que repetir semejante locura, pero la monumental paliza, entre lo de Eschenbach y lo de Maazel del día anterior, me mereció la pena.
Una última cosa. La página web de la Philadelphia Orchestra (enlace) permite descargarse en formato FLAC, por el precio de seis dólares -unos cuatro euros y medio- y con espléndida toma sonora , la Quinta de Prokofiev que ofrecieron con Eschenbach el pasado mayo. Yo he pagado la cifra muy a gusto: acabo de escuchar la grabación y es tan memorable como la del concierto valenciano. Se la recomienzo vivamente a todos los amantes de Prokofiev.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo, uno de los mejores conciertos de esta temporada en Valencia. La O. de Philadelphia -es una máquina- en manos de Eschenbach y Prokofiev me dejaron anonadado.
Por cierto, no estoy muy de acuerdo con tu apreciación sobre la acústica del auditorio del Palau de les Arts, es una sala en la que los ingenieros de sonido no paran de trabajar desde que se inauguró el teatro, cada vez que voy hay cosas nuevas, al principio quedaba algo del cristal primigenio en el techo, ahora prácticamente ha desparecido y el mural cerámico de atrás no le hace ningún bien. Es posible, si sólo has asistido al último concierto, que por tu ubicación no la encontraras mala, es una sala de acústica cambiante según la posición en la que te encuentres. Cuidado con el coche y las nieblas. Hace años hice una locura parecida volviendo de una ópera en el Real y tuve que parar a mitad de camino por el cansancio producido por la espesa e incesante niebla, llegué a casa a las nueve de la mañana.
Era la primera vez que iba al Auditori del Palau. Como me gusta estar cerquita había comprado fila siete. La verdad, encontré la acústica algo turbia, pero desde luego no tan mala como se venía diciendo. Tal vez sea por los diferentes arreglos que, a mí también me consta, se han tenido que hacer. Una lástima que Calatrava no pensara en estas cuestiones antes: se hubieran ahorrado un montón de dinero.
Lo del coche fue una locura, sí, pero al día siguiente entraba a trabajar a las ocho y cuarto. Quien algo quiere, algo le cuesta. ¡Menos mal que lo de Chailly será un viernes! Un saludo.
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