Se me erizaron los cabellos cuando leí esta mañana que Gregorio Marañón pretende convertir a Daniel Harding en nuevo titular del Real y que las conversaciones están presuntamente avanzadas. Hombre, soy el primero en desear que el cada día más rutinario y mediocre López Cobos se vaya cuanto antes, pero lo del británico podría ser aun peor dada la irregularidad que, para mi gusto, el joven director viene mostrando. En Jerez le escuché en directo un Schumann estimable, en el vídeo de The turn of the screw me pareció excelente y en el del Idomeneo de La Scala, a pesar de algunos excesos y caídas en lo pimpante, me interesó por tratarse de una dirección muy teatral y contrastada, llena de aristas, atrevida en la tímbrica y por descontado muy deudora de la línea historicista, una filiación que Harding reivindica con orgullo. También recuerdo haberle escuchado algún Rameau bastante convincente.
Sin embargo su primer Don Giovanni (el de Aix, el de Salzburgo no lo conozco) me pareció precipitadísimo, disparatado y pretencioso, calificativo este último que también se puede aplicar a su aburrido disco con oberturas de Beethoven. Por eso he decidido hoy escuchar un par de grabaciones que tenía pendientes para hacerme así una idea más cabal de lo que este chico es capaz de hacer. Y los pelos se me han vuelto a poner de punta.
Primero he visto una Segunda de Brahms, en formato DIVX y fácilmente localizable en el Emule, que ofreció en Japón al frente de la Mahler Chamber Ochestra. Con esta reducida formación el director británico propone una visión camerística en la que, paradójicamente, los mejores momentos son los épicos, a pesar de algunas caídas en el efectismo al poner énfasis en percusión y metal. Los líricos, por el contrario, resultan ingrávidos en su sonoridad y rozan la cursilería en lo expresivo. De sonoridad brahmsiana, nada de nada. El resultado es aburrido, y por momentos irritante.
Finalmente he escuchado su lanzamiento estrella en Deutsche Grammohon, la Décima de Mahler (versión Cooke) grabada en 2007 en el que era nada menos que su debut al frente de la Filarmónica de Viena. La acongojante partitura no es precisamente fácil para cualquier batuta, y de hecho conozco algunos sonados patinazos -Sanderling, Levine, Barshai- a la hora de enfrentarse a ella. Pero lo de Harding es peor. Es la suya una lectura blanda, fría y superficial, sin apenas tensión interna, carente de contrastes y difuminada en sus aristas, interesada tan sólo en la belleza del sonido y por completo ajena al humor negro, la rebeldía y el nihilismo de la página. Tanto, que a ratos en manos de Harding la partitura llega a sonar frívola y dulzona. Y el problema no es que el director británico carezca de técnica ni de talento, sino que, sencillamente, a este señor le gusta que la música sea, ante todo, una distendida combinación de sonidos más o menos hermosos. Por ello no es de extrañar que Abbado -el Abbado reciente, no el genial de hace lustros- haya sido su protector. En fin.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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2 comentarios:
bueno, lo del patinaje con Don Giovanni es comprensible. Es probablemente la opera mas dificil del repertorio, y para que quede bien hay mil factores, si no, aburre a las ovejas
Eso es verdad, pero a mi modo de ver el problema de su Don Giovanni no está en la dificultad de la obra, sino en que Harding va de listo y pretende ofrecer una interpretación que la haga sonar completamente nueva. Pero lo hace mal, confundiendo la eliminación de los "romanticismos espurios" con la adopción de unos tempi atropelladísimos y con permitirse acentuar de manera caprichosa y exagerada. El resultado, para mi gusto, es abominable.
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