Antonio Pappano se ha llevado largos años, primero en Bruselas y luego en Londres, diciendo mucho y muy bueno en el mundo de la ópera, pero tan intensa actividad le ha mantenido en exceso alejado del campo sinfónico. Por eso es buena noticia que haya cambiado la titularidad de la Royal Opera House por la de la London Symphony; están empezando a llegar grabaciones y filmaciones en la que queda claro que ahí también tiene mucho que decir.
Por ejemplo, en este concierto del 18 de septiembre de este mismo año en el Barbican Hall disponible en la plataforma Stage+. En primer lugar, el maestro británico se marca una de las mejores interpretaciones de la Sinfonía nº 9 de Shostakovich que recuerdo. Rozhdestvensky y Michael Sanderling (aquí discografía comparada) me gustan un poco más, pero esta es de primera. Pappano no solo logra que la cosa suene a lo que tiene que sonar, sino que además atiende con plenitud a todas las aparentemente contradictorias facetas de la página sin dejar a un lado, al contrario de lo que le ocurre a otros grandísimos directores, a ninguna de ellas: tremendo carácter burlesco en el movimiento inicial, desazón en el segundo, rebeldía en el tercero –chulesca e implacable la trompeta–, silencioso dolor en el cuarto y una perfecta mezcla de rabia y sarcasmo antimilitarista en el quinto. En este sentido, la etiqueta de "director objetivo" resulta por completo pertinente, porque si con otras batutas quizá se ha logrado profundizar más en otros aspectos, con casi ninguna se ha conseguido una síntesis tan equilibrada e intensa. Por descontado, todo eso no sería suficiente de no haber de por medio al mismo tiempo un soberbio trabajo de tensiones, planos sonoros, agógica y matices con la orquesta, una Sinfónica de Londres en magnífica forma a la que solo se le puede poner un reparo: la fagotista arriesga mucho y lo pasa un poco mal. Por supuesto, interpretación infinitamente superior a la de Kirill Petrenko con la Filarmónica de Berlín.
Sigue el Concierto para piano nº 2 de Prokofiev. Pappano repite la soberbia dirección que realizó para Beatrice Rana: carnosa en la sonoridad, absolutamente perfecta en el estilo, encendida en el temperamento, pero siempre bajo el más absoluto control y no quedándose, en absoluto, en el carácter "explosivo" de la página, sino indagando bien en las notas. En cualquier caso, en esta partitura el protagonista absoluto es el piano, en este caso un Seong-Jin Cho que nos deja boquiabiertos: si sabíamos que este señor era capaz de ofrecer las más delicadas exquisiteces de Ravel, pero no que pudiera lidiar con semejante monstruo que pide no solo agilidad extrema, sino también una potencia sonora fuera de lo común. A todo ello añade expresividad, sutilezas y el vuelo lírico que la música también pide, así que firma una versión de referencia. Hay que ir a Kissin para escuchar algo aún mejor.
Sinfonía nº 5 de Beethoven en la segunda parte. Una recreación de carne y sangre, en la que el abundante músculo de la sonoridad no resta agilidad ni equilibrio de planos. Recreación con la que retornamos al sonido y al concepto maravillosamente tradicionales que estamos perdiendo en medio de una verdadera marea negra (¡alucinante comprobar las entusiastas críticas ha recibido Herreweghe en su gira española!) de interpretaciones ora canijas, ora esquizofrénicas, casi siempre triviales, de la peor escuela historicista. Luego se podrá advertir que en esta lectura londinense el primer movimiento resulta algo lineal en sus tensiones, que al segundo le falta vuelo poético y que en el resto el trazo resulta un tanto primario, poco atento al refinamiento, a los matices y a la sutileza expresiva, pero a la postre resulta un privilegio escuchar una Quinta con la que podemos volver a sufrir, a gozar, a rebelarnos, a dejarnos llevar por la pasión, a lanzarnos en plancha ante lo mucho que hay de dionisíaco en una música especialmente genial.

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