Llevo ya tiempo analizando la existencia de un "estilo tardío" en el arte de Daniel Barenboim. Desde esta entrada de 2011, concretamente. En ella citaba la referencia que, acercándose a las últimas sonatas de Schubert, hacía Luis Gago al libro de Edward Said sobre semejante fenómeno estético perfectamente identificable en numerosos genios de la creación artística, y planteaba esa misma evolución hacia territorios –digámoslo así– esenciales y desmaterializados podría apreciarse en las maneras de hacer del artista de Buenos Aires.
Con el tiempo me fui asentando en mis convicciones, y dos años más tarde ya le dediqué un par de entradas (aquí y aquí) a ese estilo tardío barenboimiano a propósito de sendos conciertos en Granada. El asunto estaba claro: el maestro que reivindicaba la música como conflicto a partir de unos imperativos no solo estéticos, sino también éticos, daba paso a un artista que ya no necesitaba adoptar posiciones extremas; que sabía y quería encontrar la reconciliación y el equilibrio llamémosle "clásicos"; que ya no tenía reparos en poner en primer plano la belleza sonora, la sensualidad, la ternura e incluso el encanto sin por ello renunciar a la potencia dramática ni –menos aún– al carácter reflexivo de la música.
Entiendo que en semejante devolución no habría ningún deseo de imitar a los Furtwängler, Giulini o Celibidache tardíos, a pesar de los obvios paralelismos, por la sencilla razón de que si de una voluntad de mímesis se tratase, el cambio se hubiera producido mucho antes. Se trata de una evolución natural, que –insisto en ello– es común a un buen número de grandes artistas y que tiene toda su lógica, aunque también es verdad que puede haber "detonantes" que muevan en esa dirección. En este caso concreto, para mí está claro que la clave se encuentra en el estudio de los dos libros de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach a principios del nuevo siglo. ¿Le inspiró tal vez el carácter al mismo tiempo eminentemente abstracto y altamente expresivo de la obra bachiana? ¿Lo hizo también la naturaleza de su polifonía, en el sentido de que solo la perfecta integración de las partes puede conducirnos a un análisis acertado de nuestro objeto de estudio? Lo cierto es que su arte como director y como pianista fue perdiendo en radicalidad y ganando en riqueza conceptual; también en belleza, en hondura y en inspiración poética.
Pero hete aquí que llegaron, de manera sucesiva, la pandemia global y varias enfermedades que van minando su fortaleza física. Y se produce un nuevo giro. ¿Un "segundo estilo tardío"? Sí, exactamente eso. O quizá una nueva vuelta de tuerca sobre el anterior. Esta vez el asunto se hace muy evidente para toda suerte de melómanos debido a la considerable ralentización de los tempi, aunque ni mucho menos se trata solo de eso. Algunos ignorantes, confundiendo el tocino con la velocidad, hablan de decadencia, incapacidad para mantener la tensión interna y cosas semejantes, cuando se trata justo de lo contrario. Su última grabación de las sinfonías de Schumann podría ser un ejemplo, como también sus cuatro sinfonías de Brahms con la Filarmónica de Berlín en la Digital Concert Hall –serie aún superior a los dos registros, primero audio y después vídeo, que tiene con la Staatskapelle–. Lo mismo se puede decir de las tres últimas sinfonías de Mozart con las huestes de La Scala, tristemente desaparecidas del streaming, aunque los testimonios supremos son para mí la Grande de Schubert y la Heroica de Beethoven que le he disfrutado en dos veranos sucesivos en Bremen al frente de la WEDO. Curiosamente, se cierra el círculo: Luis Gago le escucha la página beethoveniana en Salzburgo y, por completo deslumbrado, habla también de estilo tardío (crítica en El País).
Así las cosas, estaba claro que lo que iba a pasar en el programa de la pasada semana al frente de la Filarmónica de Berlín, si es que finalmente se terminaba celebrando después de sufrimientos varios y una aparatosa caída del maestro que le hizo cancelar anteriores compromisos. Se celebró. Barenboim accedió al podio en condiciones de fragilidad extrema, pero no quiso ayuda. Incluso renunció a la banqueta. El vídeo, ya disponible en la Digital Concert Hall, evidencia el avance del maldito párkinson y la escasa cantidad de movimientos físicos a la hora de dirigir. También el brillo en los ojos, la fuerza de un pequeño gesto. Y se produjo el milagro: Barenboim no solo hizo de las obras de Weber, Schubert y Beethoven realizaciones superiores, muy superiores o aplastantemente superiores a las que él mismo había hecho con anterioridad, sino que se elevó a lo más alto de los últimos cien años de la dirección de orquesta con una verdadera apoteosis de este "segundo estilo tardío". Se lo cuento en la próxima entrada.
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