Esta entrada parte del recital del Cuarteto Danel que tuve la oportunidad de escuchar en la Gewandhaus de Leipzig el pasado 24 de mayo con los cuartetos nº 6, 8 y 11 de Dimitri Shostakovich. Escuché varias versiones de cada uno de ellos de manera previa antes de acudir a tierras sajonas, y luego he querido escuchar los registros de la referida agrupación –realizados allí mismo tres años atrás– y añadir algún otro registro sonoro o videográfico.
El Cuarteto nº 6 del autor de La nariz fue escrito en 1956. El monstruo Stalin había desaparecido, pero sus huellas estaban ahí. Hay quienes quieren ver aquí una página relajada y luminosa con tintes pastoriles, una especie de liberación tras los terrores sufridos. Otros advierten que la música posee muchos más pliegues de los que aparenta, que el dolor está ahí y que es necesario sacarlo a la luz. Finalmente están los que quieren ver música y solo música, sin referencias ajenas a ella misma, pero sin que ello signifique, más bien todo lo contrario, la renuncia a las tensiones internas, a las aristas sonoras y a los contrastes diversos. Ni que decir tiene que cada una de las agrupaciones se acercan más a alguna de esas ópticas que a las otras.
El primer movimiento es un Allegretto que comienza con una melodía que respira amenidad, incluso cierto carácter naif, para en la sección de desarrollo plantear unos conflictos que pueden ser más o menos acentuados según los intérpretes. La decisión que se tome marcará el tono de las respectivas lecturas.
El Moderato con moto ejerce de Menuetto. Posee al mismo tiempo un carácter amable y onírico, que algunos intérpretes pueden conducir al terreno de lo fantasmagórico, incluso de esos pasajes de "locura como resistencia al sufrimiento" tan habituales en la música de su autor. A mí me recuerda por momentos a la ironía misteriosa y amarga, incluso un punto circense, de ese compositor más interesante de lo que parece llamado Nino Rota.
Lento a continuación. Aquí es fácil establecer la relación con otras passacaglias de Shostakovich, pero habré quienes insistan en el dolor y quienes prefieran ofrecer una evocación lírica desde la distancia.
Sin solución de continuidad llega el conclusivo Allegretto en el que los redactores de la Wikipedia quieren ver referencias a la Suite Lírica de Alban Berg y al Richard Strauss de Metamorfosis. Pues sí, algo de eso hay, pero a mí me parece más coincidencia anímica que inspiración directa. El pico de tensiones, por su parte, habla claro sobre lo que subyace en esta música.
2. Cuarteto Borodin (Praga, 1966). Esta toma radiofónica diez años posterior al estreno nos muestra a un Borodin bien distinto al Beethoven: articulación menos mórbida, ataques más incisivos, vibrato menos presente, menor cantabilidad y tensiones más marcadas. ¿Estilo más apropiado, pues? En realidad, son ellos los que están creando el estilo. Y también, aunque tendrán más delante la oportunidad de madurar su propuesta, los que abren las puertas a una visión menos complaciente de esta música: el expresionista clímax del movimiento conclusivo lo deja claro. (9)
3. Cuarteto Fitzwilliam (Decca, 1975-77). Sencillamente ideales para una obra como esta las maneras del Fitwilliam. Su visión no es complaciente, pero tampoco negra: los británicos van a optar por la esencialidad, el equilibrio, la elegancia en el fraseo y hasta la belleza sonora (¡asombrosa!) haciendo gala de un lirismo que en absoluto es luminoso o consolador, sino más bien onírico. En este sentido, interesa el modo algo fantasmagórico en que está recreado el segundo movimiento, mientras que el tercero, concentradísimo, logra resultar lacerante sin necesidad de cargar las tintas ni –menos aún– de caer en lo quejumbroso. La toma es una maravilla. (9)
4. Cuarteto Borodin (RCA, 1981). Toma en vivo en la que el Borodin, una vez más, deja bien claro que no va a sintonizar con el espíritu presuntamente naif de los dos primeros movimientos, a los que va a llenar de tensiones internas y sonoridades aristadas. Por descontado, se sienten más cómodos en la hondura y la concentración del tercero y en el pesimismo del cuarto. Ideal para quienes son partidarios de un Shostakovich doliente ante todo, entre los que me encuentro. (10)
6. Cuarteto Emerson (DG, 1998). Esta es una visión no ya lírica, sino blanda y desarticulada, en la que no solo apenas se perciben aspectos inquietantes o conflictos en la partitura, sino que además hay que aguantar el sonido canijo, llorica incluso, del primer violín, aquí Eugene Drucker. Solo se pueden destacar los pizzicati del violonchelo en el segundo movimiento. (6)
7. Cuarteto Jerusalem (Harmonia Mundi, 2006). Interpretación de belleza formal extrema, fraseada con una naturalidad admirable, muy matizada en las dinámicas pero no precisamente exenta de tensiones internas y de sentido de lo inquietante. Los tempi de los dos primeros movimientos son más lentos que los del Borodin, lo que hace estas interpretaciones más cantables y holgadas, pero en el tercer movimiento, Lento, van apreciablemente más rápido y eso se nota, porque se ahonda bastante menos en la densidad y en la negrura de la página. Toma sonora excepcional. (9)
8. Cuarteto Jerusalem (YouTube, 2013). La repetición de la jugada nos deja las cosas más claras. Haciendo gala de una sonoridad hermosísima, muy empastada, y de un fraseo de una naturalidad como pocas veces se ha escuchado en este repertorio, los del Jerusalem arrancan de manera tranquila y relajada, sin prisas, paladeando las melodías y aportando una enorme sensualidad a la música. Pronto queda claro que, compartiendo el humanismo del Borodin pero situándose en el extremo opuesto a su visión abiertamente negra –en el tercer movimiento, marcado Lento, van apreciablemente más rápido y eso se nota–, la apuesta es por una interpretación cercana a la del Brodsky, esto es, entendiendo la obra como una liberación de los terrores de la era estalinista, solo que haciéndolo con una inspiración poética mucho mayor que la de los ingleses, resolviendo mejor los picos de tensión –a los que se llega con plena lógica– y aportando mayor claridad polifónica. Ideal para quien busque indagar en la faceta más lírica de su autor evitando caer en frivolidades o blanduras; el que quiera grandes tensiones y acentos lacerantes, deberá buscar en otro sitio. (9)
9. Cuarteto Brodsky (Chandos, 2016). Ya no está Michael Thomas como primer violín, pero el concepto sigue siendo el mismo que el de veintisiete años atrás: un Shostakovich “para todos los públicos”, hermoso y muy bien cantado, en absoluto soso o distanciado, pero sí bastante ajeno a los claroscuros, las incisividades y los acentos dolientes con que otros grupos han abordado esta música. Dicho esto, y aun siempre dentro de esta línea, funcionan bien los movimientos extremos; los centrales resultan algo desvaídos. Soberbia la toma en vivo. (8)
10. Quatuor Danel (Accentus, 2022). Comienza la interpretación con agilidad y decisión, como si los intérpretes creyesen en el optimismo de la página. La sección de desarrollo del primer movimiento, sin embargo, apuesta por las tensiones y los conflictos, diríase que antes sonoros que expresivos, todo ello haciendo gala de tempi rápidos y sonoridades afiladas. Efectivamente, el cuarteto franco-belga se aparta por completo del “romanticismo” lírico y sensual del Beethoven, como también de la negrura del Borodin, para decantarse por una especie de “Shostakovich moderno” en el que lo interesante radica en la fuerza de la propia escritura, en las líneas de tensión que esta dibuja los artistas al margen de subtextos más o menos políticos, más o menos personales. Sensacional la toma, realizada en vivo en la sala de cámara de la Gewandhaus de Leipzig. (9)
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