lunes, 10 de febrero de 2025

Sonata para piano op. 80 de Tchaikovsky: discografía comparada

Ya comenté que el pianista Daniil Trifonov trae a España un programa que, salvando la selección de valses de Chopin, resulta bastante inhabitual. Entre otras páginas, la Sonata en do sostenido menor op. 80 de P. I. Tchaikovsky. Presunta op. Post., es en realidad una página escrita en 1865, cuando el autor contaba 25 años y andaba aún por el conservatorio: muy poquito después, utilizaría el primer tema del Scherzo en el mismo emplazamiento de su Sinfonía nº 1 (aquí discografía comparada). Al compositor no le hizo gracia y nunca la publicó. ¿Obra menor? Personalmente creo que no termina de funcionar, pero resulta interesante y se encuentra llena de hallazgos, no solo melódicos. Por eso mismo recomiendo vivamente su audición. Para mí ha sido una grata sorpresa.


1. Gilels (Melodiya, 1962). Con buen sonido estereofónico y un buen puñado de toses nos llega este registro realizado en la Gran sala del Conservatorio de Moscú en el que uno de los más grandes pianistas que han existido hace lo que mejor sabe hacer, esto es, utilizar su sonido poderosísimo, de especial densidad armónica pero jamás emborronado, para ofrecernos la más increíble mezcla ente pasión y control. Vale, más de lo segundo que de lo primero, pero haciendo gala de una delectación melódica, una emotividad poética y una sensibilidad para el matiz difíciles de igualar, Por no hablar de su capacidad para ofrecer grandeza cuando debe, o de su increíble dominio de la agógica y de las transiciones. ¿Es posible que en el movimiento conclusivo se le vaya un poco la mano? No lo sé. Quizá es que tanto hielo ardiente tenía que dejar salir la pasión por algún lado. (10)


2. Postnikova (Erato, 1991). El sonido pianístico de la Postnikova no es menos adecuado que el de Gilels, y tampoco no anda ella precisamente corta de virtuosismo, pero la comparación con lo que hace su colega nos obliga a reconocer que su enfoque, bastante más temperamental, carece de la concentración y profundidad necesaria en un primer movimiento al que se le podría sacar más partido. Su gran baza es el Andante, paladeado de manera exquisita, pero globalmente carece del máximo grado de implicación y creatividad posible. A la postre, una interpretación que se queda en el notable alto, quizá algo más arriba aún. No es poco. (9)


3. Rachkovsky (Naxos, 2007). En su incesante deseo de grabar repertorios pocos frecuentados, Naxos acude a un pianista de veintitrés años para que apechugue con una obra más exigente de lo que parece. Lo hace bien, paladeando con gusto las melodías y ofreciendo detalles de enorme sensibilidad, pero desde un prisma en exceso apolíneo, no del todo contrastado, en el que los dos primeros movimientos tienden en exceso hacia la ensoñación: esta música necesita mayor pulso interno. El efecto “protoimpresionista” se incremente con una toma en exceso difuminada. (7)


4. Meecham (SOMM, 2012). La joven británica Nicola Meecham ofrece una propuesta de interés: como se trata de una obra escrita por su autor en su último año de conservatorio, en lugar de mirar hacia el Tchaikovsky futuro se indaga en las raíces de la escritura, concretamente en el piano de Robert Schumann. Así, frente a la delicadeza no exenta de claroscuros -aunque sí revestida de cierta fragilidad no sé si del todo adecuada- de los dos primeros movimientos encontramos un cuarto muy nervioso y agitado, también muy ágil, como si se quisieran reflejar las dos consabidas caras schumannianas. Hay, por lo demás, belleza sonora y variedad en el toque. (8)

5. Hertzka (Skarbo, 2012). El pianista israelí Nadav Hertzka se mueve en el mismo campo apolíneo que Rachkovsky, superándole en elegancia y depuración sonora, pero quedándose rezagado en lo que a efusividad se refiere: su recreación, técnicamente impecable y clarificadora, resulta en exceso fría. El último movimiento es lo que mejor le sale, poderoso sin excesos temperamentales y muy bien delineado. Soberbia toma realizada en el Henry Wood Hall. (7)

6. Lisitsa (Decca, 2017-18). Sorprende gratamente la tremenda pasión con que toca la pianista nacida en Kiev. Pasión, ciertamente, pero no la concentración, la limpieza, la variedad en el toque ni el cuidado en las transiciones de sus compañeros. ¿Un bluf? No, tampoco es eso. No nos dejemos llevar por las simpatías de esta señora hacia Vladimir Putin: aquí hay detalles de enorme clase, particularmente cuando se trata de sacar a la luz el lirismo tchaikovskiano. (7)


7. Kholodenko (Harmonia Mundi, 2019). Al contrario que el de su paisana Lisitsa, no es el sonido de Vadym Kholodenko el un tanto estandarizado de la actualidad. El suyo recuerda al de la gran escuela rusa a la que pertenecían Gilels y Postnikova. Quizá haya también algo de la grandeza interior del primero de los citados: su recreación es noble, honda e interiorizada, delicada sin blanduras y llena de músculo cuando debe, pero sin que se le mueva un pelo. Desconcierta, ciertamente, la articulación en exceso recortada, casi sin pedal, con que aborda la sección inicial del hermoso Andante, como si no quisiera hacer sitio para la menor ensoñación. En contrapartida, el Allegro vivo conclusivo alcanza un gran equilibrio entre fuerza y control. Lástima que la toma, aun en streaming de alta resolución, no sea la mejor posible. (8)

1 comentario:

Observador dijo...

Excelente. Muchas gracias.

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