Recuerdo muy bien la primera vez que György Rath se puso al frente de la Sinfónica de Sevilla: programa Gershwin en la Sala Apolo en marzo de 1991. También me acuerdo de lo mucho que disfruté –yo tenía diecinueve años– a pesar de que la pianista dejó bastante que desear. Tras numerosas visitas, el maestro húngaro volvía esta semana para hacer un homenaje musical a su tierra con un programa atractivo a más no poder: Los preludios de Liszt, el Concierto para piano nº 2 de Liszt –con Eldar Nebolsin–, el Concierto rumano de Ligeti y la suite de El mandarín maravilloso de Bartók. Saqué mi entrada –en primera fila, que es más barato– y me fui para el Teatro de la Maestranza. Pero no voy a escribir reseña alguna.
¿Por qué? Por lo de siempre: agravio comparativo. La directora de relaciones externas de la orquesta decidió hace años dejar de invitarme, es decir, de considerarme como un crítico más, a pesar de que llevaba siguiendo a la ROSS desde su mismísima fundación y escribiendo en ella en diferentes medios digitales desde 1998. Decisión unilateral y de la que nunca he recibido explicación alguna por su parte. Alguien, quizá de su entorno, me escribió anónimamente eso de que "no se puede invitar a un blog, porque entonces cualquiera se abre uno y pide invitaciones". Pues miren ustedes, mi blog no está precisamente recién abierto. Lleva desde 2008 y es muy leído. Y yo no soy un fulano que quiere que le inviten por todo el morro: llevo en esto de la crítica musical muchísimo tiempo, tengo infinidad de publicaciones en revistas especializadas –críticas de discos sobre todo, pero también entrevistas y artículos de divulgación–, he escrito no pocas notas al programa y me parece haber demostrado que sé de lo que hablo. Además, tengo un libro de Barenboim en el que –perdonen la inmodestia– creo que queda claro que, con mis aciertos y con mis errores, se evidencia que puedo matizar bastante entre una interpretación y otra incluso cuando pertenecen a un mismo artista.
Pese a todo, la citada responsable prefiere contar solo con otros medios, a pesar de que algunos de ellos no tengan más lectores que el mío. Hace poco tiempo una persona intentó ejercer de mediadora entre Dña. María Jesús Ruiz y un servidor. Misión imposible: ella se cierra en banda y con indisimulada animadversión hacia mi persona. "Esa barrera está ahí y no hay nada que hacer", me decía un amigo antes del concierto. Pues sí. "Hasta que se jubile, no tienes nada que hacer", me refería otro en el intermedio. Cierto, salvo una cosa: seguir protestando en este blog, que es lo que hago. Por lo demás, disfruté del concierto más que otras veces al no tener que estar pensando qué tendría que escribir al día siguiente.
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