miércoles, 11 de junio de 2025

Concierto para violín de Mendelssohn: discografía comparada

Estúpidamente me dejé el pasado 1 de junio en el tintero, cuando renové esta entrada del 27 de diciembre de 2024, el comentario de la versión de Milstein/Abbado que tenía preparado. He aprovechado para escuchar cuatro versiones adicionales y llegar así a las treinta y cinco.


1. Milstein. Walter/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1945). 16 de mayo de 1945. Hitler se había suicidado dos semanas atrás. Faltaban tres meses para que cayeran las bombas atómicas. Difícil resistirse a hacer literatura barata y escribir que todo el dolor de la guerra aún no finalizada rezuma en esta interpretación neoyorquina de un Walter altamente fogoso y dramático que, aun bajando un poco la guardia en el Andante para que la música cante como es debido, pone en primer término la agitación, el conflicto y los acentos dolientes de esta música para relegar lo que hay de sensualidad, belleza y carácter contemplativo. Discutible pero interesante. El que no tiene mucho perdón es Nathan Milstein, por completo ajeno al espíritu de la música durante la mayor parte del primer movimiento; solo en la Cadenza llega a interesar. En el segundo conecta bien con la idea de la batuta, pero en el tercero se deja llevar por los fuegos artificiales; vistosísimos, ciertamente, haciendo gala de una efervescencia contagiosa y una agilidad digital digna de toda admiración, pero nada más. La toma se realizó en el Carnegie Hall y es muy digna para la fecha. (6)


2. Stern. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1950). Las comprensibles insuficiencias de la toma no deberían desanimar al buen melómano a la hora de acercarse a este registro: encontrará a un Isaac Stern en su mejor momento técnico ofreciendo una interpretación valiente, contrastada y encendida, aun siendo cierto es que no del todo atenta a lo que en esta música hay de sensualidad y ternura. También se muestra algo irregular, pues va de menos a más hasta culminar en un Allegro molto vivace que sabe aunar lo jovial y lo vibrante sin caer en la menor trivialidad. Una lástima que Ormandy no sea precisamente el colmo de la elegancia, el refinamiento ni la levedad mendelssohniana; al menos le pone ganas al asunto y dirige con una muy atractiva energía. (7)


3. Menuhin. Furtwängler/Filarmónica de Berlín (EMI, 1952). Batuta y solista –tan incandescente como controlado Menuhin– unen sus fuerzas para ofrecer una interpretación paladeada sin prisas y con naturalidad, apreciable carácter sensual y un intenso humanismo, sin dejar de aportar –faltaría más, tratándose de quiénes se trata– vigor dramático, claroscuros y cierto regusto amargo, particularmente en el final del primer movimiento y en buena parte del segundo. El robusto sonido de la orquesta no es el ideal para Mendelssohn, pero resulta perfecto para que materialice su concepto un Furtwängler que, aun en su etapa digamos que “serena”, sigue siendo él mismo. La toma ha quedado francamente bien tras el reprocesado en alta resolución de 2021. (9)


4. Oistrakh. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1955). Escuchar esta interpretación justo después de las de Stern y Menuhin sirve para darse cuenta de hasta qué punto fue inmensa la técnica de David Oistrakh, muy superior a la de sus dos citados colegas y por aquellos años solo comparable a la de Heifetz, muy inferior a todos ellos desde el punto de vista expresivo. Hay que descubrirse ante la homogeneidad, solidez y afinación de su sonido, ante su agilidad sin mácula, ante la tensión armónica de su fraseo, ante su manera de mantener la belleza tímbrica sin renunciar al carácter afilado que es propio del instrumento… Otra cosa es la visión que el gigante ruso ofrece de la partitura: intensísima y altamente dramática, por completo ajena a frivolidades y amaneramientos, pero un tanto unilateral: la poesía se le escapa un tanto de las manos. Ormandy, como con Stern, ofrece eficiencia antes que otra cosa, y sigue quedando un tanto relegado por la toma. (7)


5. Heifetz. Munch/Sinfónica de Boston (RCA, 1959). Independientemente de la seguridad de su mano izquierda y de la extrema pulcritud en la ejecución, poco bueno puede decirse hoy del mítico Heifetz desde el punto de vista expresivo. Este Mendelssohn no hace sino confirmar su palmaria mediocridad: empieza mecánico e insensible a más no poder, alcanza cierta intensidad en el clímax del Allegro molto, hace un Andante tan “bonito” como carente de poesía y ofrece un movimiento conclusivo saltarín y trivial a más no poder, virtuosístico en el peor de los sentidos, en parte por culpa de un Munch que apuesta por tempi rápidos y no deja a la música respirar. Cierto es que el maestro francés sabe ser tempestuoso cuando toca, que matiza dinámicas y que saca un excelente provecho de su espléndida orquesta, pero en general permanece ajeno al espíritu poético de la pieza y llega a caer en el tópico del Mendelssohn alado y juguetón. Soberbio sonido para la época en SACD, de asombrosa gama dinámica. (4)


6. Laredo. Munch/Sinfónica de Boston (RCA, 1960). Solo unos meses separan esta grabación de la anteriormente realizada por la misma orquesta y director, todo con vistas a promocionar a un chaval de 19 años. ¡Menuda apuesta artística y económica la de RCA! Lo cierto es que la diferencia es brutal a favor del nuevo registro. El boliviano le da mil vueltas al mítico Heifetz en la expresión: su hermoso sonido y su admirable limpieza de ejecución están al servicio de una lectura de enorme fluidez en el discurso, serena más no autocomplaciente, sutilmente matizada; lírica en el mejor de los sentidos, se encuentra bañada por una luz dorada y sensual que difumina la música sin renunciar a los claroscuros. Lo más asombroso es que Munch es ahora otro: con independencia de que el trabajo técnico con la orquesta sea igual de admirable, los tempi son muchísimo menos rápidos, la música respira como es debido y no se confunde la agilidad con lo pimpante. Teniendo en cuenta de que el joven Jaime Laredo no era nadie para dictarle a Munch cómo tenía que hacer las cosas, parece claro que el maestro alsaciano se plegó en la anterior ocasión a los muy antiestéticos designios del divo Heifetz. (8)


7. Francescatti. Szell/Orquesta de Cleveland (CBS, 1961). Decepcionante y –al mismo tiempo– curioso desencuentro entre un violín delicado y de amplio aliento lírico –no por ello incapaz de mantener las tensiones– y una batuta de fraseo enjuto y un tanto mecánico, incapaz de hacer volar a la música, pero muy interesada por los aspectos dramáticos de la página, amén de portentosa a la hora de clarificar las refinadísimas texturas mendelssohnianas y de construir tan severos como poderosos clímax. La toma es de buena calidad. (7)


8. Milstein. Hendl/Sinfónica de Chicago (DVD Vai, 1962). La batuta prosaica, cuadriculada y rutinaria de Walter Hendl podría ser uno de los motivos por el que Nathan Milstein, que hace gala de un sonido increíble, no termine de levantar el vuelo poético. O quizá no, y el problema se encuentre esencialmente en el gran violinista ruso. Sea como fuere, mejor los dos últimos movimientos que el primero. (6)


9. Perlman. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1972). A sus cuarenta y tres años y con Hollywood todavía no demasiado lejos –aún le quedaba por hacer Jesus Christ Superstar–, André Previn ofrece una dirección que a día de hoy aún permanece como una referencia: sin prisas, muy bien paladeada, de perfecto equilibrio entre agilidad y vuelo lírico, ajena a cualquier trivialidad y, eso por descontado, soberanamente expuesta: no muchas veces el maestro alcanzó la genialidad, pero casi todo lo que hizo con la London Symphony permanece como un modelo en lo que a la hora de planificar se refiere. Tampoco se queda precisamente corto de técnica el joven Itzhak Perlman –difícil es hacerlo mejor–, pero aquí hay un problema: su sonido afilado y un punto ácido no es el más adecuado para Mendelssohn. Eso sí, la tensión interna de su fraseo y la incandescencia emocional de que hace gala, manteniéndose alejadísimo de toda frivolidad, le convierten en un nombre inexcusable para un melómano que quiera profundizar en esta música. Gran versión, en definitiva, a la que solo le falta una dosis superior de belleza sonora y magia poética. (9)


10. Milstein. Abbado/Filarmónica de Viena (DG, 1975). Arranca la interpretación y arqueamos una ceja: algo le pasa a Milstein. El sonido vacila, parece inestable. Luego el asunto mejora en este sentido, aun con sus intermitencias, pero lo que no se arregla es la relativa falta de afinidad del mítico violinista de Odesa con esta música. Se confirma que cuando realizó la filmación con Hendl el problema no estaba solo en la dirección: era también él que no parece frasear con la concentración y riqueza de matices que demanda esta dificilísima música. Lo mejor, un Allegro molto conclusivo en cuya ligereza se mueve muy a gusto. El joven Abbado sabe hacer sonar a la fabulosa orquesta (¡qué increíble belleza sonora!) al mismo tiempo ágil y con cuerpo, sin esas sonoridades ingrávidas y relamidas que caracterizarán a sus acercamientos posteriores a este compositor, pero aún tendrá que dar una vuelta de tuerca a la obra. (8)

11. Szeryng. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 1976). Gratísima sorpresa ver al siempre adusto y objetivo –aquí también lo es– maestro de Ámsterdam acertar en un compositor tan difícil alcanzando el punto justo entre ligereza y densidad, entre extroversión y vuelo lírico, entre delicadeza y frescura juvenil: demasiados equilibrios como para que salga bien. Pero lo consigue, aunque ciertamente en una línea ante todo sensual, ensoñada, poética en grado extremo, en la que se pueden echar de menos los acentos dramáticos de un Furtwängler, y en la que los partidarios de un Mendelssohn saltarín, bullicioso y chispeante no encontrarán lo que buscan. Todo ello lo hace, en cualquier caso, obteniendo una claridad, una precisión y un equilibrio polifónico admirable de la sensacional Orquesta del Concertgebouw, y sintonizando plenamente con un Szeryng –octava grabación del violinista polaco– a la que le sienta muy bien la lentitud de los tempi para desplegar humanismo, delicadeza y cantabilidad. En lo que a virtuosismo se refiere, a decir verdad, aún se han escuchado cosas mejores. La toma es magnífica para la época. (9)


12. Chung. Solti/Sinfónica de Chicago (DVD Decca, 1979). Tomándose las cosas sin prisa, y dentro de una línea introvertida y poética –quizá un poco más objetiva de la cuenta–, Sir Georg ofrece una dirección francamente inspirada en la que la robustez sonora desmiente todos los tópicos sobre el autor. Lo mismo hace Kyung Wha Chung: violín poderoso y con cuerpo al servicio de un lirismo de altos vuelos, lo que no le impide en el tercer movimiento adelgazar el sonido hasta el límite y mostrarse adecuadamente grácil en la expresión. Un poco más de chispa, de garra y de personalidad convertirían a esta interpretación, ejecutada con increíble pulcritud, en verdaderamente extraordinaria. (9)


13. Mutter. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1980). Haciendo sonar a la Filarmónica de Berlín con su músculo habitual y la opulencia que a él le gusta –la recuperación en Blu-ray audio hace sonar a la cuerda grave con una robustez quizá excesiva para esta obra–, el salzburgués ofrece una recreación lenta –mágico el arranque–, de desarrolladísima cantabilidad, poderosa cuando debe, sensual a más no poder y muy atenta a la hondura reflexiva, dejando por ello a un lado los aspectos más luminosos de la escritura y apartándose todo lo posible de esa faceta saltarina que muchos asocian a Mendelssohn. Lo cierto es que la apuesta resulta particularmente atractiva en un Andante impregnado de poesía agridulce, antes doliente que ensoñado, en la que una adolescente Mutter –diecisiete años– despliega intensidad y concentración exhibiendo un sonido robusto, carnoso, muy cálido en el grave y de asombrosa brillantez en el agudo, capaz de enfrentarse a las tempestades sonoras desplegadas desde el podio. En lo que a la expresión se refiere, lo que esta chica hace es para derretirse: manteniéndose apolínea en todo momento, lo que significa que belleza sonora y equilibrio se ponen en primer plano, destila una intensidad poética como pocos violinistas han logrado. (10)


14. Stern. Ozawa/Sinfónica de Boston (CBS, 1980). No por ser algo conocido deja uno de entristecerse al escucharle: el pobre de Isaac Stern había perdido considerablemente sus facultades al final de su trayectoria y ofrecía un sonido que dejaba que desear. ¿Hizo mal en volver a grabar el concierto? Pese a lo dicho, creo que no, porque su visión es ahora mucho más lírica que la de años atrás y tiene cosas que decir. De Ozawa se podía pensar que ofrecería una interpretación aérea y curvilínea. Pues no; al menos, no hasta el último movimiento, porque en los dos primeros apuesta por tempi amplios que sacan el máximo provecho de la cantabilidad de la música, ofrece buenas dosis de calidez y no renuncia en modo alguno al músculo sonoro, en este caso el de una orquesta maravillosa pese a no estar del todo bien grabada. Mismo mes que la versión de Mutter/Karajan, por cierto, que suena bastante mejor. (8)


15. Mintz. Abbado/Sinfónica de Chicago (DG-Pentatone, 1980). El violinista ruso-israelí despliega un sonido maravilloso y una poesía infinita, además de un virtuosismo aplastante, mostrándose capaz de ofrecer mil matices sin menoscabo de la línea global y sin caer en el menor amaneramiento. Aporta además un apreciable regusto dramático en el Andante, sin que por ello se resientan la delicadeza y la elegancia propia del autor. Abbado mejora su grabación con Milstein adoptando tempi más lentos que, manteniendo siempre el pulso y garantizando la agilidad mendelssohniana, le permiten paladear mejor la música: memorable su manera de hacer cantar a la cuerda en el tercer movimiento, delicioso y sin el menor atisbo de frivolidad. Pentatone recupera en SACD la toma cuadrafónica con excelentes resultados, siempre con la orquesta al fondo y sin uso efectista de los canales traseros. (10)


16. Lin. Tilson Thomas/Orquesta Philharmonia (CBS, 1982). Un auténtico placer para los sentidos escuchar a Cho-Liang Lin –veintidós años cuando se realizó el registro–, de sonido increíblemente bello (¡qué registro grave!), enorme limpieza en la digitación y fraseo de musicalidad excelsa. Otra cosa es que podamos preferir enfoques más centrados en los conflictos, como también habrá quienes se decanten por acercamientos más efervescentes, porque el del violinista chino es eminentemente lírico, en buena medida tierno y amoroso, para decantarse en el Allegretto conclusivo por el encanto feérico. Le sigue ahí muy bien Tilson Thomas ofreciendo frases de enorme sensualidad, si bien en los dos movimientos anteriores hace sonar a la orquesta londinense de manera excesivamente musculada y no del todo clara. (8)


17. Mintz. Mehta/Filarmónica de Israel (DVD Huberman, 1983). Una vez más es increíble la labor de Shlomo Mintz, esta vez junto a un Mehta que dirige de manera pausada y atenta, pero sin resultar especialmente poético. (9)


18. Perlman. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (EMI, 1983). El maestro holandés vuelve a ofrecer una interpretación admirablemente expuesta, sensata en lo expresivo y muy bien enfocada en lo estilístico. Deja a un lado, eso sí, los aspectos más vivaces de la música mendelssohniana, con la intención de centrarse en lo que esta tiene de sensualidad, melancolía y vuelo poético, sin descuidar acentos dramáticos. En cuanto a Perlman, no solo su sonido ácido de Perlman sigue sin casar bien con esta música, sino que esta vez su personalidad parece un tanto ajena a los pentagramas en gran parte del primer movimiento. Por fortuna, en el último tercio del mismo ofrece algunas frases introvertidas de enorme belleza, para seguidamente destilar en el Andante ese lirismo tan intenso como contenido y un punto amargo que caracteriza a su arte. En el tercero está irreprochable, solo eso. Lástima que la toma sonora, extraña y ciertamente inferior a la anterior del propio Haitink en la misma sala, deje bastante que desear. (8)


19. Shaham. Sinopoli/Orquesta Philharmonia (DG, 1988). Recuerda aquí Sinopoli a lo que hizo con la Italiana del mismo autor: recreación lenta, cantable a más no poder, cálida al tiempo que agridulce, sensual y ensoñada sin por ello resultar otoñal… La orquesta se encuentra muy bien tratada, sonada “a lo grande” pero fraseando con enorme limpieza, lejos de la pesadez y haciendo que las maderas suenen con un punto aéreo muy adecuado. Junto al veneciano, un Shaham de diecisiete años decididamente, esta obra se le da muy bien a gente jovencísima hace gala de un sonido extraordinariamente firme, hermosísimo y lleno de carne, así como de una capacidad admirable para mantener la concentración a pesar de los tempi propuestos por la batuta y para hacer volar las melodías con poesía infinita. Un encuentro memorable, felizmente registrado con soberbia ingeniería. (10)


20. Vengerov. Masur/Gewandhaus de Leipzig (Teldec, 1993). Maxim Vengerov deslumbra no solo por la solidez de su sonido –brillante y afilado en el agudo, prieto en el centro– y la infalibilidad de su mano izquierda, sino también por la enorme carga de intensidad emocional que despliega en cada una de sus frases sin perder dos aspectos fundamentales en estas obras maestras: el sentido melódico y la elegancia formal. Pocos, muy pocos violinistas han volado aquí tan alto como él. La dirección de Kurt Masur es notable: todo en su sitio y dejando que la música vuele en el Andante, echándose de menos agilidad y frescura en los movimientos extremos. La toma se realizó en septiembre de 1993 y suena divinamente en el Dolby Atmos que ofrece Tidal. (8)


21. Kyoko Takezawa. Flor/Sinfónica de Bamberg (RCA, 1994). Pueden preferirse enfoques más vibrantes, incisivos y contrastados para la partitura, pero interpretada desde un prisma lírico es imposible imaginar una recreación más hermosa e inspirada que esta. Y lo es, sobre todo, por una Kyoko Takezawa de timbre bellísimo y depuración sonora extrema –increíble su mano izquierda– que frasea con un legato para derretirse, una ternura y una delicadeza que saben no confundir morbidez con amaneramiento, una infinita capacidad para ofrecer sutilezas sin merma de la lógica en el discurso y, sobre todo, una comunicatividad tan directa como sincera gracias a la cual la música nos llega con una frescura y una naturalidad admirables. Claus Peter Flor le concede todo el protagonismo poniendo a sus pies una dirección amplia, cálida y sensualísima, con toda esa particular ligereza mendelssohniana y buscando el mayor equilibro posible con el delicado sonido de la solista, pero sabiendo atender a las tensiones internas y a la necesidad de cierto músculo. Por si fuera poco, la toma es sensacional. (10)


22. Hahn. Wolff/Filarmónica de Oslo (Sony, 2002). Violín de sonido y afinación maravillosas, excepcional agilidad y musicalidad probada, aunque quizá no especialmente intenso, en compañía de una batuta sensata pero en exceso nerviosa y apremiante en el primer movimiento, carente de la poesía requerida aunque, eso sí, atenta a los aspectos dramáticos de la música. En el segundo solista y director sí que se muestran en perfecta sintonía y ofrecen una recreación tan hermosa como emotiva, para en el tercero optar por lo bullicioso, lo chispeante y extrovertido sin perder el más exquisito gusto. (8)


23. Mullova. Gardiner/Orquesta Revolucionaria y Romántica (Philips, 2002). No se puede decir, como ocurrirá en acercamientos posteriores de Sir John a Mendelssohn, que el fraseo sea cuadriculado y machacón, que la precipitación haga acto de presencia y que música no respire. Aquí, simplemente, Gardiner se limita a poner el piloto automático y a dejar que la música fluya de manera insulsa y anodina, no desdeñando los acentos dramáticos pero ignorando casi por completo el lirismo, la cantabilidad y la efusividad que esta música necesita. Es justo lo que también hace una Mullova fría y distanciada a más no poder, a ratos tímida y por momentos más frágil de la cuenta. Correcta sin más en los dos primeros movimientos, la interpretación termina de naufragar en un Allegretto non troppo al que le faltan chispa, nervio y luminosidad, y que no se anima hasta que llega la coda. En SACD la pureza tímbrica es extraordinaria, pero a la orquesta le faltan cuerpo y presencia. (6)


24. Midori. Jansons/Filarmónica de Berlín (Sony, 2003). La violinista de origen japonés hace gala de un sonido tan firme como luminoso y apabulla con la agilidad de su mano izquierda en una recreación que, además de virtuosística, sabe cantar las melodías con efusividad, ofrecer delicadeza y alcanzar el punto justo de equilibrio entre efervescencia, ternura y desgarro dramático sin perder la belleza de la forma. En contraste con su violín femenino en el mejor de los sentidos, Jansons despliega carácter y hace rugir a la maravillosa orquesta aprovechando bien su poderosísimo registro grave, aunque sin destilar mucha poesía ni atender lo suficiente a los detalles, ofreciendo a la postre una recreación vistosa pero un tanto expeditiva. Nueve para ella y los berlineses, ocho para él. Magnífica la toma en vivo. (8)



25. Mutter. Masur/Gewandhaus de Leipzig (YouTube, 2008). Han pasado veintiocho años desde su mítico registro con Karajan. Anne-Sophie sigue deslumbrando con uno de los más firmes, homogéneos y hermosos sonidos de violín que se recuerdan. También con un virtuosismo superlativo (¡qué cadenza!) y una capacidad asombrosa para combinar cantabilidad con brillantez. Se detectan 
ya saben ustedes cómo evolucionó esta señora algunos amaneramientos, pero importa poco frente a todas estas virtudes. Lo que sí importa es que en el Andante se muestra bastante menos inspirada, algo que puede tener que ver con un Masur más ortodoxo que Karajan, menos masivo y “romántico”, pero también bastante más lineal, rutinario incluso dentro de su más que solvente nivel de kapellmeister. La orquesta posee denominación de origen -la Gewandhaus está a unos metros de la casa donde falleció el compositor- y es la idónea para Mendelssohn por su perfecta combinación de músculo, sensualidad y ligereza bien entendida. No tengo seguridad alguna, pero entiendo que este vídeo se corresponde con la toma en audio publicada en CD por Deutsche Grammophon. (8)


26. Alina Ibragimova. Jurowski/Orchestra of the Age of the Enlightenment (Hyperion, 2011). No debemos confundir el uso de los instrumentos originales con el enfoque expresivo adoptado. El de Gardiner era distanciado, el de Vladimir Jurowski muy tempestuoso. La consecuencia es la esperable: junto a momentos muy vibrantes, con mucho empuje y entusiasmo y una gran atención a los conflictos, hay también un exceso de nervio, escasez de sensualidad, de vuelo lírico y de cantabilidad. Por lo demás, el tratamiento sonoro resulta bastante tosco y primario: el maestro no se lo ha currado lo suficiente. Alina Ibragimova evidencia enorme agilidad y apreciable sensatez dentro de su enfoque historicista, pero sin aportar inspiración especial. Toma a volumen altísimo y, por ello, con saturaciones. (6)


27. Tetzlaff. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2013). Temperamento a tope el de un Christian Tetzlaff rebosante de virtuosismo y dispuesto a dejarse la piel en una recreación dionisíaca a más no poder, muy alejada de cualquier suerte de ligereza o clasicismo mal entendido, pero en la que el arrebato emocional logra llevarse por delante –ya desde sus primeros compases, altamente prosaicos– buena parte de la poesía, la delicadeza, la sensualidad, la ternura que también alberga la sublime partitura mendelssohniana. Le sigue plegándose a sus maneras un Rattle que logra compatibilizar el músculo de Berlín con la ligereza mendelssohniana, pero que entre tanto fuego no logra encontrar la magia de la obra. En cualquier caso, el espectáculo que los dos artistas montan en el tercer movimiento en conjunción con los berlineses es para no perdérselo. La toma, siendo muy buena, se ve algo perjudicada por la acústica de la Waldbuhne. (8)


28. Znaider. Chailly/Gewandhaus de Leipzig (Blu-ray Accentus, 2014). Como en las dos grabaciones radiofónicas que le conozco junto a Barenboim, Znaider ofrece un verdadero derroche de belleza en el sonido violinístico –carnoso, homogéneo, de refulgente agudo–, de agilidad y de cantabilidad en el fraseo, así como una musicalidad que le permite atender tanto a la faceta luminosa de la página como a los acentos dolientes que alberga. Sin embargo, aparece aquí algo menos centrado en lo expresivo, no tan inspirado, posiblemente por culpa de la dirección de un Chailly que, en todo momento gran concertador y sin sacar los pies del plato –nada de insufribles ligerezas ni de preciosismos– se muestra cuadriculado y en más de un momento llega a precipitarse; sacrificar efervescencia para dejar volar la música hubiera sido interesante. Sonido e imagen excepcionales. (8)


29. Frang. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2016). Evidencia clara de hasta qué punto puede un director cambiar su concepto en función del solista es esta recreación –primero de mayo en Noruega– tan solo tres años posterior a la que Sir Simon y sus chicos hicieron junto a Christian Tetzlaff: aquí no hay derroche de estamina, sino un perfecto equilibrio entre vuelo lírico y pasión para adaptarse a la recreación mucho más ortodoxa, sensata y musical, aunque también menos arrebatadora, de una Vilde Frang que toca como los ángeles y logra emocionarnos en los movimientos extremos; el Andante está dicho con intensidad pero no con toda la poesía posible. La orquesta es un prodigio, y de nuevo el que por entonces era su titular extrae de ella el sonido adecuado para Mendelssohn evitando los dos peligrosísimos extremos de la ligereza mal entendida y la pesadez. Excelente la toma, quizá por la madera de la iglesia en que está realizada la filmación. (8)




30. Chouchane Siranossian. Jakob Lehmann /Anima Eterna (Alpha, 2016). Versión “históricamente informada” en varios sentidos: edición original de la partitura, instrumentos “de época” y articulación historicista. De hecho, dice Chouchane Siranossian en la carpetilla haber usado exclusivamente las digitaciones, golpes de arcos e indicaciones de Ferdinan David y Joseph Joachim, que ensayaron la obra con el propio Mendelssohn. Pues qué bien. Yo lo que aquí oigo es una interminable sucesión de sonidos fijos y portamentos a cual más cursi que destrozan una de las más bellas obras escritas para el violín y la transforman en un monumento al maullido gatuno. Ni siquiera se salva el tercer movimiento, que siempre les sale bien a los violinistas con gran técnica; esta señora la tiene, qué duda cabe, pero el resultado es un ya pimpante sino repipi. En fin, un horror. La orquesta es espléndida y se encuentra dirigida con vehemencia y elevado sentido dramático por un tal Jakob Lehmann, quien 
como tantos maestros, no vamos a ocultarlos no huele la parte lírica de la página y, por descontado, nos regalas algunos indigestos tics HIP. ¿Lo peor? Enseguida tendrán compañía. (3)


31. Faust. Heras-Casado/Orquesta Barroca de Friburgo (Harmonia Mundi, 2017). El maestro granadino ofrece aquí exactamente lo que se espera de él cuando se pone el disfraz de Mister Hyde “históricamente informado”: ataques muy secos, fraseo rígido, contrastes dinámicos exagerados, buenas dosis de rusticidad sonora y una expresión vibrante que se centra en los aspectos más tempestuosos de la música mendelssohniana dejando un tanto de lado lo que tiene de sensualidad y de magia embriagadora, todo ello cayendo con frecuencia en el exceso de nervio, por no decir en la precipitación. En cuanto a la solista, el sonido que obtiene de su Stradivarius me parece terriblemente ratonero y su acumulación de portamentos me resulta estomagante. O tal vez la culpa no sea de mis oídos, porque lo que hicieron Mullova e Ibragimova, aun distando ambas de convencerme, me parece mucho menos malo que lo de la señora Faust. No, no es cuestión de que haya mayor o menor cantidad de sonidos fijos o de ataques bruscos, ni de que se acentúen hasta el límite los contrastes sonoros. Es cuestión de sensibilidad. O más bien de honestidad, porque yo aquí lo que veo es una mezcla de cursilería, pedantería y excentricidad camuflada como intento de vanagloriarse de recuperar “recursos expresivos sin explotar previamente” –eso reza la carátula– que presuntamente fueron arrinconados por una tradición. Bueno, vale: lo de Siranossian era aún peor, pero la dirección de Heras-Casado supera a la de Lehmann. (3)


32. Vengerov. Pappano/Academia de Santa Cecilia (YouTube, 2021). A puerta cerrada y con los músicos muy distanciados entre sí por la pandemia, un Vengerov de cuarenta y ocho años revalida su condición de gran intérprete de la obra con una recreación cálida e intensa, vibrada e indisimuladamente romántica sin los excesos en los que poco más tarde caerá María Dueñas, que destaca por alejarse del tópico del Mendelssohn saltarín y efervescente para en su lugar recrearse en un fraseo pletórico de cantabilidad y rico en matices. Falta, quizá, indagar un poco más en el regusto amargo del segundo movimiento. Pappano dirige con la solvencia, honestidad y vehemencia controlada que le caracterizan. No se muestra especialmente sutil nunca lo ha sido ni clarificador, pero deja que la música fluya atendiendo más ala intensidad que a la belleza del envoltorio, logrando así una interesante síntesis entre músculo germánico” y luminosidad italiana”, por decirlo de manera tópica. (9)


33. Dueñas. Franck/Filarmónica de la Radio de Francia (Stage +, 2023). No convence la violinista granadina en el arranque: sonido duro, vibrato excesivo para Mendelssohn y algún portamento que sobra. Poco a poco uno va entrando en el juego propuesto por María Dueñas, no otro que ofrecer una interpretación abiertamente romántica de la partitura y no poco cercana a Tchaikovsky haciendo gala de imaginación en los matices, valentía en los contrastes y mucha personalidad. A mí me interesa el resultado, pero también es verdad que para mi gusto no termina de sintonizar con la sutilísima poesía de esta delicada música. A los amantes de las prácticas HIP posiblemente les irritará, como también la dirección masiva y algo pesadota de un Mikko Franck que parece coincidir en el enfoque de la solista, pero sin hacer gala de la frescura de ella. (7)


34. Jansen. Pappano/Filarmónica Checa (Stage+, 2023). Aun dominando con plenitud los recursos técnicos escúchese la cadenza y haciendo gala de una cantabilidad extraordinaria, Janine Jansen no termina de convencer en el primer movimiento: le suena más frágil de la cuenta, algo quejumbroso incluso se pasa con los portamentos, sin el vigor interno que debe tener su parte. Mucho mejor el Andante, en el que su expresividad parece más sincera y ofrece una emotividad amarga de lo más adecuada. El movimiento conclusivo, irreprochable. Pappano repite su notabilísima aproximación aportando el empuje y el músculo que le faltan a la solista, al tiempo que permite a esta desplegar con holgura ese sentido melódico antes referido que es su punto fuerte. (8)


35. Janowski. Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2024). Augustin Hadelich no es ningún mediocre. Toca francamente bien, frasea con naturalidad y se mantiene muy alejado de cualquier tipo de veleidad expresiva. Por desgracia, se queda cortísimo en un primer movimiento lineal y poco inspirado, sin ese perfume poético por otra parte tan difícil de conseguir en esta página. Mucho mejor los otros dos, particularmente en un Finale impecablemente expuesto y que remata en una coda electrizante. El anciano Janowski ochenta y cinco años dirige con la corrección y profesionalidad en él esperables dentro del estricto concepto de la “gran tradición” centroeuropea. Solo eso: a la divina orquesta y sus solistas corresponde que esta versión “de siete puntos” suba hasta los ocho. (8)

2 comentarios:

Observador dijo...

Enhorabuena.

Fouquier de Tinville dijo...

¡Gracias por este regalo de Navidad! Voy a buscar la grabación de Flor y Takezawa, que me ha dejado muy intrigado.

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