domingo, 3 de noviembre de 2024

La nueva Cuarta de Brahms por Barenboim en Berlín, según Pedro González Mira

Me envía Pedro González Mira las siguientes líneas a propósito del concierto de Barenboim y la Filarmónica de Berlín que intenté comentar en la entrada anterior. Me ha permitido que las publique, con la condición de que lo haga tal cual, íntegramente, porque "no quiero que parezca lo que no es, una crítica, pues es solo una impresión dicha a un amigo de gustos comunes". Pues vale, pero a mí me parece que no solo es una crítica musical, sino que es un modelo de esa crítica que se está perdiendo a pasos agigantados: la que sale de quien, con mucha experiencia de por medio, sabe ir más allá de las notas, es decir, de cómo están puestas esas notas. Somos muchos, demasiados, los que nos quedamos en aquello de la duración, del número de instrumentos utilizados, de la articulación y la ornamentación, de la mayor o menor ortodoxia o heterodoxia con respecto a la tradición o a lo "históricamente informado" o, peor aún, de qué bien se escucha este detalle o aquel otro si la música se hace de esta manera. 

Por eso mismo no quiero que ustedes se confundan e interpreten que publico estas líneas por aquello de "miren ustedes qué listo fui yo cuando dije lo genial que era esta Cuarta de Brahms, si hasta Pedro González Mira lo reconoce". Para nada. Las publico porque él sí se ha enterado de lo que otros no logramos enterarnos, y además ha sabido escribirlo divinamente y con emoción. Muchísimas gracias, Pedro.

Ah, una petición a los lectores: ¿alguien sabe si circula por ahí alguna grabación de la gira que actualmente está haciendo Barenboim y la WEDO, Cuarta de Mendelssohn y Cuarta de Brahms en los atriles? Gracias de antemano.

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Querido Fernando:

Sabía que me ibas a pedir que viera este concierto, cómo no. Te lo agradezco de corazón; alegrías como esta me reconfortan. Entre mi enfermedad y lo que veo por televisión sobre el desastre valenciano, mi estado de ánimo está por los suelos. Lo escuché enseguida, por supuesto, y desde luego no me extrañó nada el resultado del concierto: un auténtico tsunami musical. Pero antes de contestarte dándote mi parecer he preferido volver a escucharlo, porque me apetece precisar algunas cosas.

            Como ya te he dicho alguna vez, cada vez soy más reacio a calificar como “la mejor versión de” a la última de turno. Aplicándome a ello te diré que la versión del Concierto me ha encantado, pero no me ha tentado a romper la regla. Me ha parecido el resultado de, sencillamente, juntar a una pianista muy inspirada y un director que en esta ocasión ha optado por una interpretación cuyo fundamento (un maravilloso sentido del último clasicismo en Beethoven) él mismo ya había desgranado en ocasiones anteriores, desde el podio y el mismo piano. Una –otra– pequeña maravilla, pero no una maravilla nueva.

         Para, sin embargo, acercarme mejor a esta Cuarta de Brahms, he necesitado volver a ella, para, a pesar de todo, desdiciéndome, comprobar si podía encontrar otra manera de valorarla que no supusiera recuperar la afirmación “mejor versión nunca escuchada”, que es la expresión que el cuerpo me había pedido utilizar para de alguna manera calificarla al escucharla por primera vez.  Ahora, tras la segunda escucha, quiero añadir algo más a esa primera impresión. He tratado de vencerla, en todo caso, poniendo en primer plano otra idea: creo que es una versión absoluta y radicalmente sorprendente. Y probablemente única.  

            Para ello ha sido muy determinante el haber podido “verla”, además de escucharla. Creo guardar algunos recuerdos parecidos a determinadas impresiones recibidas ahora: Klemperer dirigiendo por última vez las sinfonías de Beethoven; Celibidache ante la Séptima de Bruckner en su reencuentro con la OFB; Karl Böhm dirigiendo la versión musical de la película con el montaje de Jean Pierre Ponnelle para Las bodas de Fígaro… En todos los casos directores muy mayores pero con las suficientes fuerzas físicas para comunicarse con sus músicos a través del gesto. Ver ahora a Barenboim, sentado y sin apenas poder gesticular, enormemente mermado, extraordinariamente vulnerable, haciendo esfuerzos hasta para poder dirigir una mirada o levantar un brazo, me ha impresionado mucho. Pero fuera de determinadas emociones, me ha invitado a reflexionar sobre un asunto que, muy equivocadamente, he manejado como crítico durante bastantes años: la relación entre el gesto del director y los resultados expresivos de su interpretación. Muchos críticos españoles a los que considero mis maestros han llenado mucho papel refiriéndose a esto. Pues bien, tras contemplar esta Cuarta de Brahms se me ha hecho añicos cualquier teoría relacionada con el asunto. He visto a un director inmóvil lanzando llamaradas de fuerza expresiva sobre una orquesta que recibía sin pestañear todos esos estímulos, imperceptibles  porque no había ningún mensaje físico directo hacia los músicos, pero que, sin embargo, conseguían que el conjunto de ellos emitiera un mensaje emocional increíblemente poderoso.

        Por todo ello creo que esta versión tendría que ser valorada de otra manera a la habitual. Diré, de entrada, dos cosas. La primera que, como Barenboim dirige apenas ahora, parece que se ha dedicado a un reestudio exhaustivo de sus músicas de cabecera para transformarlas de arriba abajo en lo que se refiere a su andamiaje expresivo. Y la segunda que sí, se sienta en el podio, pero el trabajo con sus músicos está hecho muy de antemano. Es como si estos hubieran recibido antes una formidable clase magistral acerca de lo que han de hacer, para, después, en el concierto, simplemente hacerlo. Bajo la presencia moral, claro, del hacedor de toda la idea. Habría que añadir, por supuesto, que tal posibilidad sería irrealizable de no contar con una máquina de hacer música con solo el estímulo de la presencia del director. Ver hacerlo a la Filarmónica de Berlín me ha impresionado profundamente. Lo conseguido me ha dejado anonadado.

         En cualquier caso, y bajando a la propia arena de la interpretación, te podría añadir alguna cosa más. Hay tres que me han llamado mucho la atención. La primera, su aproximación técnica, algo que tiene que ver directamente con las capacidades de la gran Filarmónica de Berlín. Pero también con las exigencias del director: los famosos arranques desde el silencio en el primer movimiento que tanto nos fascinaron en su momento en las versiones de Furtwängler alcanzan aquí un grado de perfección técnica y expresiva inauditos. La segunda es el regalo que Barenboim parece querer hacer a sus músicos al invitarle a todos ellos y sin excepción a una auténtica fiesta de la participación. El resultado es como una especie de sinfonía para solistas, lo que a su vez implica un grado de generosidad sin límites al verdadero protagonista de todo, que es el propio sonido.

        En este sentido, sí tengo pocas dudas acerca del enorme paso adelante que se percibe en el último Barenboim, al encuentro del sonido como responsable último en la búsqueda de la excelencia musical. Nos podemos empeñar lo que queramos en que sonido y emoción pueden solaparse en una misma percepción, pero a mí personalmente esto me parece menos interesante, porque descarga demasiada responsabilidad sobre la emoción, que al fin y al cabo es la que sentimos nosotros al escuchar, sin que necesariamente sea la misma que la sentida por el que la emite. En otras palabras, y en un rizar el rizo último, esta búsqueda del sonido emocional puro no estaría tan lejos de las concepciones sonoras del último Klemperer, que también defiende el sonido como fin último por más que desde y por un camino opuesto en el sentido pero paralelo en la dirección. Y una tercera y última cosa (aunque habrían unas cuantas más, pero no quiero aburrirte): la Passacaglia me ha parecido, al fin, no una apología de lo romántico sino una puesta al día del espíritu de la Chacona bachiana de la que procede. O mejor dicho, una metamorfosis entre la solemnidad de un acto de gracias y un grito a la vida, que huye como de la peste de todo tipo de celebración o triunfo.    

         Total. Música, música y más música, que a buen seguro a más de uno gustará poco por pensar que se aparta de los cánones clásicos, cuando la realidad es que se trata de un soberbio homenaje a sus mejores valores. Un auténtico canto a lo clásico como valor permanente, estructurado desde el amor y el respeto a la creación del pasado más inmediato.

P.

2 comentarios:

Sergio dijo...

Uffff. Excepcional. Yo aún estoy boquiabierto con esta versión de Barenboim. Es como si, de alguna manera, hubiera escuchado esta obra por vez primera y hubiera que volver a interiorizarla, aunque lleve añísimos escuchándola en muchas versiones, algunas épicas y que están en nuestra memoria. Barenboim for ever. Mil gracias.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¿Verdad? Esa es la sensación que, creo, todos hemos tenido: la de escuchar con oídos nuevos esta partitura. Cierto es que en su versión con la Staatskapelle ya estaba la "idea central" ahí, pero ahora ha ido a muchísimo más. Parece claro que todavía se pueden decir cosas nuevas y diferentes sobre las obras más emblemáticas del repertorio, y que para hacerlo no hace falta caer en lo estrafalario, en la heterodoxia "porque sí", cuando no en la pedantería. Lo que se echa de menos es verdadero talento interpretativo. Y eso, me temo, se está acabando, al menos en el campo de los directores de orquesta: ¿cuántos verdaderamente grandes hay ahí por debajo de los sesenta años?

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