Los intérpretes tienen que realizarse aquí preguntas serias. ¿Carácter épico o dramático? ¿Rusticidad sonora u opulencia sinfónica? ¿Evocaciones paisajísticas y folclóricas o drama interior? Lo cierto es que la Sinfonía nº 9, "del Nuevo Mundo" de Antonin Dvórak es una de las más justamente célebres. Vale, lo reconozco: a mí me gustan todavía más Séptima y Octava. Sé que faltan muchas grabaciones: Toscanini, Stokowski, Barbirolli, Neumann, Prêtre, las dos primeras de Kubelik, Davis en Ámsterdam, Bernstein en Israel, Previn en Los Ángeles, Mackerras en Praga... No se me sulfuren, por favor, que la lista es infinita. Tampoco hagan mucho casos de las puntuaciones del uno al diez: no son más que números.
1. Erich Kleiber/Staatskapelle de Berlín (DG, 1929). El valor histórico de este testimonio resulta incuestionable. Estamos a treinta y seis años del estreno de la obra, y tan solo a veinticinco del fallecimiento del compositor. La orquesta, de poderosísima cuerda grave, guardas las esencias de la más venerable tradición prusiana. Y el director, a sus treinta y ocho años, tenía ya un enorme prestigio. Pero la versión es rara. Muy rara. Arranca con enorme lentitud, la cuerda frasea con un carácter amenazante exagerado y, como era de esperar, al llegar el Allegro Molto el maestro se echa a correr. A partir de ahí, encontramos todas las características del padre de Carlos: ataques incisivos, nervio en el fraseo, incisividad en la tímbrica y muchísimos juegos con la agógica. Con frecuencia innecesarios, a decir verdad. El resultado es una interpretación repleta de intuiciones, alguna de ellas genial –la lentitud del Trío del Scherzo resulta muy atractiva–, pero le falta unidad en el discurso, resultando con frecuencia caprichosa y poco inspirada en lo poético. Lo más satisfactorio es el movimiento conclusivo, lleno de garra y muy sincero; por desgracia sobran portamentos, y en la coda Kleiber se equivoca de manera catastrófica haciendo que las trompetas no suenen dramáticas, sino épicas. La toma de sonido es muchísimo mejor de lo esperado. (6)
2. Szell/Filarmónica Checa (Warner, 1937). Con excelente toma de sonido realizada en Abbey Road nos llega esta interpretación de un Szell de treinta y nueve años que se mueve por un sendero muy distinto al de Erich Kleiber. Comparte con él la vehemencia y el sentido de la rusticidad sonora, pero el maestro de origen húngaro pone orden en el discurso renunciando casi por completo a la flexibilidad del fraseo, apenas se toma libertades y se implica a fondo en lo que a lo largo de su carrera más le va a preocupar: limpieza en la exposición, claridad de planos, buen pulso en las tensiones y, ya en lo expresivo, cierta adustez dramática que a esta obra no le sienta nada mal. El problema, como tantas veces en Szell, es que esto deviene en frialdad, cuando no en rigidez y en cierta machaconería. En cualquier caso, el testimonio es interesantísimo por dejar bien claro que por aquella época ya se podía optar por interpretaciones muy diferenciadas entre sí. (6)
3. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1956). Esta interpretación va de menos a más. El primer movimiento resulta no ya excesivamente rápido, sino nervioso hasta rozar por momentos lo convulso. Largo trivial, dicho de pasada, sin rastro de poesía. Magnífico el Scherzo, rústico en el mejor de los sentidos, dotado de impulso rítmico y del adecuado carácter sanguíneo. Finale sincero y con fuerza, aunque en algunos pasajes mejor paladeado que en otros: necesita mayor unidad. Buen sonido monofónico. (6)
4. Reiner/Sinfónica de Chicago (RCA, 1957). Las principales bazas de esta interpretación son la calidad de la orquesta y la capacidad de la batuta para tratarla con plasticidad, sutiles matices, atención a la claridad y una brillantez que sabe no caer en la ampulosidad o el efectismo. El problema es que Reiner, siempre brioso y electrizante, no termina de tener una idea clara de la partitura y se muestra un tanto falto de inspiración, sobre todo en un primer movimiento cuyos aspectos líricos están dichos de pasada. Muy bien el segundo, sin blanduras. El tercero sería excelente de no ser por un trío superficial. En el cuarto se alternan momentos de garra dramática con otros a los que se les podía haber sacado mayor partido. El final, que sabiamente evita lo épico, no alcanza el desgarro deseado. Sonido fabuloso para la época. (7)
5. Fricsay/Filarmónica de Berlín (DG Blu-ray Audio, 1959). El maestro de origen húngaro hace sonar a la Berliner Philharmoniker de una manera mucho más rocosa y escarpada que como lo hará Karajan.Renuncia además a la opulencia, mientras que la extrema flexibilidad de su fraseo frasea ofrece enorme coherencia musical -nada que ver con Erich Kleiber- y no concede espacio a extravagancias. Todo ello lo hace para ofrecer una lectura particularmente dramática, hosca y amarga, rebelde mas no épica, de rabia muy bien controlada, que se encuentra fraseada con tanta delectación como creatividad a la hora de atender al significado de cada uno de los pasajes musicales, pero no precisamente exenta de cantabilidad, emotividad y belleza. Un clásico, una referencia. El BR-audio aporta gran naturalidad a una toma espléndida para la época. (10)
6. Szell/Orquesta de Cleveland (Sony, 1959). Este es un Dvorák fresco, impulsivo, directo; dicho con ganas y sin rodeos, sanamente rústico y ajeno a contemplaciones otoñales. También a preciosismos sonoros, lo que no impide que la claridad sea formidable (¡qué manera de trabajar la masa orquestal!). Pero los resultados expresivos son irregulares. Así, frente a un primer movimiento tan correcto como neutro, le sigue un Largo que no es sensual ni muy emotivo, cosa impensable en el adusto maestro húngaro, pero sí concentrado, hermoso y profundo. Aunque se encuentra bien planteado, el Scherzo resulta algo soso. En el Finale Szell acierta tanto al subrayar su vertiente dramática como a la hora de planificar con rigor para no precipitarse; los hirientes gritos del metal en la conclusión de la página podrían sonar aún más angustiosos, pero a cambio la batuta nos ofrece con anterioridad algunos detalles creativos en el fraseo de los violonchelos muy interesantes por añadir desazón y anhelo a esta música. (7)
7. Dorati/Orquesta del Concertgebouw (Philips-Decca, 1959). Aunque ya había más que rebasado la cincuentena, Dorati se muestra como un músico algo inmaduro en una recreación muy vistosa, pero lastrada por evidentes irregularidades. El primer movimiento se encuentra bastante bien resuelto, aunque los acentos que coloca en el tema lírico resultan de un optimismo algo forzado. En el Largo sabe ver el amargor que destilan los pentagramas, no tanto su aliento poético. Mal el Scherzo: rapidísimo, nervioso y hasta espasmódico. La energía que inyecta al Finale resulta más bien aparatosa e insincera; muy discutible la coda. Eso sí, el control de la fabulosa orquesta es inapelable. Un ocho para los dos primeros movimientos, mucho menos para el resto. Toma de sonido óptima para la época. (7)
8. Giulini/Orquesta Philharmonia (EMI, 1961). La primera interpretación del italiano ofrece, además de una soberbia ejecución por parte de la orquesta de Klemperer y una magnífica exposición de todos y cada uno de los planos sonoros por parte de una batuta de perfecto dominio de los medios, un acercamiento de inmejorable ortodoxia en la que todos los ingredientes de la partitura, desde la rusticidad bien entendida hasta la garra dramática pasando por el lirismo amargo y reflexivo, están equilibrados entre sí sin dejar espacio para lo pintoresquista, lo trivial o lo vulgar. Poesía a raudales, pero ni la menor concesión de cara a la galería. El problema es que todavía le falta un poquito de personalidad, de imaginación quizá, sobre todo en el Finale. (8)
9. Kertész/Filarmónica de Viena (Decca, 1961). Aun teniendo a su disposición a la orquesta de sonoridad más hermosa del orbe, a la que hace sonar con sorprendente rusticidad, el malogrado director renuncia a la belleza sonora para ofrecer una interpretación que pone de relieve los aspectos trágicos y desgarrados de la obra sin realizar concesiones a la contemplación paisajística ni a la delectación melódica, y sin perder la naturalidad ni la flexibilidad en el fraseo. Por desgracia, los resultados son un tanto desiguales. Lo mejor es un primer movimiento lento y concentrado, particularmente sombrío, con una cuerda grave muy amenazante y sin rastro de los portamenti más o menos amables a los que recurren tantos directores. El Largo desprende enorme amargor, aunque su concepto no tenga nada que ver con el yerto, desolador estatismo del que hará gala años más tarde Böhm con la misma orquesta: Kertész es más vehemente e inmediato. Furioso, áspero pero no muy poético el Scherzo, dando paso a un Finale dicho de un solo trazo y lleno de garra dramática. Lástima que la toma sonora resulte más bien estridente, si bien es cierto que el SACD de Esoteric le otorga gran relieve a las frecuencias más bajas. (9)
10. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1962). Una introducción lenta y concentrada parece anunciar una interpretación de gran madurez, pero enseguida descubrimos que no lo va a ser en absoluto. En cuanto arranca el Allegro Molto nos encontramos con el típico Bernstein de los sesenta, impulsivo y vehemente que se siente como pez en el agua, recreándose –con indisimulado disfrute– en el contraste de melodías, timbres y masas sonoras con verdadero apasionamiento para intentar seducirnos por el camino más corto. Ciertamente para un oyente inexperto puede dar el pego, e incluso para uno maduro resulta refrescante un enfoque tan juvenil e iconoclasta, pero la sensación de superficialidad, de exceso de nervio e incluso de efectismo termina siendo inevitable. Sorprendentemente, el Largo está recreado con lentitud, concentración y una belleza suprema, aun sin ser el más profundo o conmovedor de los que se hayan escuchado. En el Scherzo vuelven el nerviosismo y los efectos de cara a la galería; el tema lírico Bernstein lo frasea de manera muy particular para que suene en plan étnico. En el Allegro con fuoco conclusivo Lenny oscila entre el arrebato y la solemnidad sin que a uno le quede claro a dónde va la música. Como en el resto de la interpretación, la verdad sea dicha. Muy notable sonido en SACD, aunque los ruidos “de fondo” del original queden muy en relieve. (7)
11. Ancerl/Filarmónica Checa (Orfeo, 1963). Ancerl ofrece una interpretación incisiva y teatral, llena de inmediatez y garra, que subraya los aspectos más radiantes del primer movimiento para, por el contrario, llenar de desazón punzante el segundo –poca cosa el corno inglés– y comprender muy bien el carácter dramático de los dos restantes, acertando particularmente en el carácter desgarrado de la coda. Por desgracia, la batuta se ve aquejada de exceso de nervio, incluso de precipitación, ofreciendo un fraseo irregular, a veces crispado, sin todo el vuelo lírico, la sensualidad y la poesía deseables, además de evidenciar cierta tosquedad sonora. En este sentido, las limitaciones de la orquesta quedan muy en evidencia en directo. Buena toma monofónica. (7)
12. Klemperer/Orquesta Philharmonia (EMI, 1963). La poderosísima personalidad del maestro queda de manifiesto en esta interpretación asombrosamente bien tocada, rigurosa en su concepto y sin concesión alguna al oyente. Adiós a la delectación melódica, a la contemplación más o menos paisajística y a la brillantez épica. La mala leche de Klemperer se impone sobre cualquier otra consideración, y los aspectos más dramáticos de la partitura adquieren singular protagonismo. No es esta una postura muy distinta a la de Kertész, pero hay diferencias importantes. El húngaro era más directo y vehemente, el de Breslau guardia las distancias. Por eso mismo no convence tanto como su colega en un primer movimiento que podía alcanzar mayor garra. En el Largo no hay rastro de sentimentalismo; tampoco lo hay de poesía, aunque la congoja interna no deja de asomarse de vez en cuando. El Scherzo es un prodigio, sin duda el mejor diseccionado de la discografía: ninguna otra batuta ni orquesta –increíbles las maderas– han alcanzado semejante capacidad de clarificar los planos sonoros, no solo en sus líneas melódicas sino también en su singularidad tímbrica (¡adiós a la belleza, viva la rusticidad bien entendida!). Todo ello, claro está, dentro de una expresión recia, severa y bien tensada, intensísima pero siempre bajo el más estricto control. Expresión que vuelve a primar en un Finale que no es exactamente “Allegro” ni “con fuoco”, pero que resulta coherente y genial. Muy bueno el reprocesado 2023 en HD, si bien la toma sigue siendo un poco difusa. (9)
13. Karajan/Filarmónica de Berlín (CMajor, 1965). Rescate con soberbia calidad de imagen –celuloide original de 35 mm– y sonido monofónico solo aceptable esta célebre filmación de Henri-Georges Clouzot realizada con una belleza plástica tan atractiva como superficial, siempre al servicio de un Karajan que posa –jersey de los caros y corte de pelo estudiadísimo– con los ojos cerrados y en el cenit de su narcisismo. Significativamente, la obsesión del cineasta francés por las composiciones geométricas y el tratamiento de la orquesta como un conjunto de soldados perfectamente ordenados anuncia las filmaciones posteriores del propio Karajan para Unitel. En lo musical, la interpretación nos muestra al maestro a medio camino entre sus aires toscaninianos de los cincuenta y el refinamiento sensual de las dos últimas décadas de su trayectoria. Así, el primer movimiento se encuentra dicho con empuje y fuerza expresiva, siempre bajo el más absoluto control, pero su empuje también resulta algo seco y contundente. El segundo está paladeado con enorme concentración y despliega una belleza suprema, pero desde un prisma antes evocador y sentimental que amargo. El tercero es impresionante, con un tratamiento del metal que no deja de recordar a Bruckner. El cuarto es el gran punto negro de esta lectura: aquí Karajan prefiere mucho antes lo épico –incluso lo triunfalista– que lo dramático y, obviando claroscuros expresivos, se echa a correr para montar un epidérmico espectáculo de cara a la galería. De propina, una interesante conversación entre Karajan y el musicólogo Joachim Kaiser sobre la huella del folclore norteamericano en esta sinfonía y lo que esta significa, aunque los subtítulos vienen solo en inglés. (7)
14. Kertész/Sinfónica de Londres (Decca, 1966). Cinco años después de su grabación en Viena, y contando ahora con una toma sonora más equilibrada y natural –sobre todo tras el reprocesado en alta definición–, el maestro húngaro repite y en cierto modo suaviza su radical enfoque ofreciendo un poco menos de inmediatez y mayor depuración que antes. El primer movimiento, ahora más largo por incorporar la repetición, pierde algo de garra pero sigue resultando muy sombrío. El segundo es ahora más lento, se encuentra mejor paladeado y por ende resulta más ortodoxo en su amargo lirismo; muy inquietante su sección central. El tercero ofrece una furia más controlada, aunque trompas y percusión siguen muy presentes y se vuelve a mirar con valentía a los scherzos brucknerianos. El Finale continúa apostando por la tragedia y ofrece una coda tan desgarradora como la de antes. (9)
15. Dorati/Orquesta New Philharmonia (Decca, 1966). Solo han pasado siete años desde su registro en Ámsterdam, pero la maduración de Dorati se hace muy evidente en una lectura que modera el carácter forzado del tema lírico del primer movimiento, corrige el enorme error de concepto en todo el Scherzo, resta aparatosidad al Finale y resuelve mucho mejor la coda. El resultado es una interpretación de gran solidez a la que, no obstante, le sobran excesos de los metales en la conclusión del movimiento inicial y alguna decisión extraña en el tercero. La orquesta le suena menos segura y muchísimo menos limpia que a Klemperer, que conseguía una claridad aplastantemente superior. A la toma le va haciendo falta un nuevo reprocesado: suena distorsionada. (8)
16. Kubelik/Filarmónica de Berlín (DG, 1972). Ante todo, hay que destacar el idiomatismo de la interpretación: de fuerte sabor checo, maravillosamente rústica sin rozar siquiera la tosquedad y muy alejada de “contaminaciones” brahmsianas. En lo expresivo, el maestro busca el equilibrio entre los aspectos líricos y los dramáticos de la partitura, atendiendo magníficamente a estos últimos en un acertadísimo Finale que sabe no caer en lo épico ni en lo optimista: el furioso desgarro de la coda deja las cosas bien claras. En el resto de la partitura, aun dicha con frescura y excelente trazo, la poesía no termina de brotar todo lo que debiera: necesita un poco más de sensualidad, de carácter emotivo, como también de imaginación e incluso de compromiso, siempre dentro del alto nivel esperable en el Dvorák de Kubelik y contando con el excelente rendimiento de una orquesta de gran brillantez. Lástima que la toma sonora sufra de limitaciones que ni siquiera la audición en SACD logra soslayar. (8)
17. Mehta/Filarmónica de Los Ángeles (Decca, 1975). Obteniendo un rendimiento espléndido de la orquesta californiana –a él corresponde haberla puesta a punto–, el aún joven maestro ofrece la lectura que en él se podía esperar en aquellos años: extrovertida, poderosa y dotada de una sana rusticidad, comunicativa y nada narcisista, de trazo global segurísimo y apreciable claridad –algún pasaje podía estar mejor desmenuzado–, que sabe ser brillante sin caer en la trivialidad ni desdeñar los aspectos dramáticos de la música. Una lástima que en el último movimiento se deje llevar por el nerviosismo y la aparatosidad, aunque la coda esté bien planteada. Espléndida la toma. (8)
18. Karajan/Filarmónica de Berlín (EMI, 1977). Sonoridades refinadísimas y opulentas, brillantez garantizada, transparencia, empaste y sensualidad… Tanta preocupación por el envoltorio sonoro no disimula una evidente superficialidad expresiva. El segundo movimiento tiene algo de sentimentalismo, el trío del tercero es algo blando y el cuarto tiende a la ampulosidad, resultando toda su sección final estruendosa y poco convincente. Mejor, en cualquier caso, que su filmación doce años anterior. Por ahí se podía encontrar hace años una remasterización casera que recuperaba la cuadrafonía original con amplia gama dinámica. (8)
19. Kubelik/Sinfónica de la Radio Bávara (DVD Dreamlife, 1977). Cinco años después de su grabación en Berlín para DG, el maestro nos deja una filmación en vivo con su orquesta muniquesa en la que nos ofrece una lectura ortodoxa, fluida, fraseada con pasmosa naturalidad, que sabe sonar muy sinfónica sin adquirir una sonoridad brahmsiana, atiende a todos los aspectos de la partitura y ofrece un nada forzado carácter folclórico en el segundo movimiento. Le falta algo más de garra dramática y de fuerza expresiva, al menos en el primer movimiento. Imagen muy buena para la época. (9)
20. Böhm/Filarmónica de Viena (CD DG, DVD y Blu-ray Medici Arts, 1978). En el momento más inspirado de su carrera, sin que se le mueva pelo y haciendo gala de esa sobriedad marmórea que le caracteriza, el de Graz nos plantea una visión extremadamente sombría y pesimista que deja de lado cualquier referencia folclórica para centrarse en la esencia del drama. El primer movimiento, en el que resuelve de manera original determinados pasajes, resulta terrible y escarpado. El celebérrimo largo suena con doliente amargura, nos conduce a un clímax sobrecogedor –a destacar el dramatismo punzante que adquiere el retorno del tema del primer movimiento– y concluye en la mayor desolación. En el Scherzo deja de lado cualquier referencia localista, resultando así mucho antes dramático que evocador; absolutamente increíble análisis del entramado orquestal. En el último movimiento olvida la retórica para manifestarse como una terrible lucha contra el destino –desde un absoluto control de la arquitectura: el fuego y la rebeldía no dan pie al menor nerviosismo– que culmina con una coda rebelde, angustiosa, contundente y terrible. El Blu-ray ofrece muy buena calidad de imagen, claramente mejorada con respecto al mediocre DVD. (10)
21. Giulini/Sinfónica de Chicago (DG, 1978). En esta grabación Giulini sí que es ya plenamente Giulini, para lo bueno y para lo no tan bueno: el primer movimiento, ahora más depurado –y con repetición–, ha perdido la fuerza y el carácter agreste de su grabación con la Philharmonia. Pero el Largo se encuentra ahora mucho más paladeado (13’44’’ frente a los 12’33’’ de la anterior ocasión) gracias a esa asombrosa capacidad de Giulini para cantar las melodías con una maravillosa mezcla de hondura filosófica y ternura humana, siempre con un fraseo de naturalidad y flexibilidad pasmosas. El Scherzo también ha perdido parte de su garra: ahora resulta severo e inquietante, con un Trio que sustituye la extroversión de antaño por un carácter más bien naif y un punto onírico. En cualquier caso, se encuentra diseccionado de manera portentosa. El Finale sabe aunar belleza melódica y fuerza trágica sin la menor concesión a la retórica vacua a pesar de tener delante a los increíbles metales de la CSO, y lo hace –ahora sí– logrando profundizar en todos sus pliegues expresivos. La toma sonora resulta un tanto extraña y no posee toda la gama dinámica deseable; probablemente ganaría con un nuevo reprocesado. (9)
22. Muti/Orquesta New Philharmonia (EMI, 1979). En sus años de juventud, Muti fue un maestro ante todo decidido y directo, desinteresado por la belleza en sí misma y ajeno a cualquier suerte de narcisismo, que basó su arte en un vigor rítmico y en cierta rusticidad sonora que en cierta medida son deuda de Arturo Toscanini. Por desgracia, lo que le funcionaba de maravilla en Verdi no lo hace en este Dvorák en buena medida superficial, alicorto en poesía e inspiración, en el que solo merece la pena destacar algunos hallazgos melódicos en el Scherzo y las soberbias intervenciones de los primeros atriles de la orquesta que hasta poco tiempo atrás había sido de Klemperer. (7)
23. Kondrashin/Filarmónica de Viena (Decca, 1979). Temprana y excelente grabación digital en la que Kondrashin aborda la partitura con una frescura, naturalidad y sinceridad envidiables. No hay segundas lecturas ni una visión de poderosa personalidad, eso es cierto. Además, el equilibrio entre los aspectos líricos y los dramáticos está muy conseguido, todo está magníficamente expuesto, bien trazado y sutilmente matizado, aportando además el sabor rústico necesario a la bellísima sonoridad de la orquesta. A destacar un segundo movimiento inquietante y con desazón, aunque no particularmente sombrío, y un Finale que sabe ser épico pero caer en el triunfalismo. (9)
24. Kubelik/Sinfónica de la Radio Bávara (Orfeo, 1980). Otra más que notable interpretación en vivo del maestro con la orquesta bávara, esta vez en CD, en la que este vuelve a hacer gala de enorme fluidez en el desarrollo, apreciable claridad de líneas, sutileza en los matices expresivos y un gran equilibrio entre lo épico, lo lírico y lo dramático, amén de un estilo perfecto que se aparta de la tradición digamos “germánica” sin renunciar a la opulencia sinfónica. En cualquier caso, la comparación con el registro “oficial” para DG resulta inevitable. La formación bávara no posee el músculo en la cuerda ni la brillantez en los metales que tenía la formación berlinesa, y por eso pierde parte de la garra dramática que alcanzaba en aquella grabación el primer movimiento; ahora los aspectos líricos quizá estén algo mejor desarrollados. El Largo, aun siendo un poco menos lento, se encuentra maravillosamente paladeado y ofrece esa mezcla de sensualidad, nostalgia y desazón que necesita, sin forzar ninguno de los ingredientes. El Scherzo no quiere ser adusto ni dramático, pero tampoco trivial; los elementos folclóricos se encuentran integrados con naturalidad. El Finale pierde un tanto por la citada debilidad de los metales muniqueses, pero está dicho con sinceridad y acierta en una coda de adecuado regusto amargo. (9)
25. Levine/Sinfónica de Chicago (RCA, 1981). Toma sonora estridente, confusa y reverberante para una interpretación muy en la línea habitual de Levine: brillante a más no poder –no hay mejor orquesta para conseguir este objetivo que la que tiene aquí a su servicio–, de elevado sentido teatral –podríamos decir operística– e incuestionablemente entusiasta, pero también muy epidérmica, escasa de aliento poético y considerablemente aparatosa, cuando no tendente al escándalo gratuito. No hay quien se la crea. Eso sí, hemos de reconocer que no hay blanduras expresivas y sí un buen trabajo de disección orquestal. Suena regular tirando a mal. (6)
26. Maazel/Filarmónica de Viena (DG, 1982). El irregular maestro hace gala de su habitual brillantez, y la orquesta despliega una tímbrica inconfundiblemente bella en los chelos, pero la interpretación es bastante epidérmica. El primer movimiento está dicho de pasada y con exceso de nervio, ofreciendo algunos portamentos molestos y terminando con decibélico efectismo. Al Largo le faltan calidez y hondura espiritual. El Scherzo está bien a secas. El cuarto, aunque está dicho con ganas, cae en la tentación de una excesiva brillantez. Como además la toma sonora no es todo lo admirable que debiera, este termina siendo un disco a olvidar. (6)
27. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1983). La increíble calidad de la orquesta norteamericana y la capacidad de la batuta para hacerla sonar con brillantez sin caer en lo ampuloso, así como para levantar el edificio con excelente arquitectura sin menoscabo de la naturalidad del fraseo, garantizan un nivel francamente alto a lo largo de toda la interpretación, pero lo cierto es que esta resulta desequilibrada. Solti triunfa en el primer movimiento gracias a su incisividad, garra e inmediatez. El segundo, lento y muy concentrado, posee un fraseo amplio que permite respirar las frases con naturalidad y desgranar admirablemente el entramado orquestal. Posee además un enfoque punzante y por momentos rebelde, siempre ajeno a la blandura o la mera ensoñación. El Scherzo, por el contrario, resulta un tanto rutinario, y en el cuarto, antes épico que dramático, solo hacia el final las tensiones adquieren la visceralidad necesaria. (8)
28. Dohnanyi/Orquesta de Cleveland (Decca, 1984). No es esta la interpretación más hermosa ni la más emotiva que pueda imaginarse, pero ciertamente puede considerarse como la fusión perfecta entre la sonoridad ideal para la obra –rústica, poderosa, de marcado sentido del ritmo y en absoluto timorata a la hora de subrayar el papel de los timbales– y el enfoque expresivo adecuado para los pentagramas –sombrío, amargo y dramático–. La orquesta responde con brillantez y la batuta la trabaja de modo admirable, permitiéndose incluso desvelar líneas instrumentales que generalmente pasan inadvertidas. La toma sonora, algo reverberante y metálica en los violines, suena espléndida en SACD. (9)
29. Karajan/Filarmónica de Viena (CD DG y DVD Sony, 1985). Una lectura bellísimamente sonada, excelentemente planificada y ejecutada y ajena a toda retórica y efectismo, pero falta de sustancia dramática en los dos primeros movimientos y algo tendente a lo dulce en el tercero. El cuarto es espléndido, aunque no especialmente creativo ni visionario. La evolución de la manera en que Karajan aborda esta partitura es grande desde la filmación de Cluzot veinte años anterior, pasando por la grabación para EMI de 1977. Se han perdido contundencia y electricidad, también la rabia del tercer movimiento, ganándose en flexibilidad, en refinamiento y en sensualidad; en este sentido, el cuarto movimiento –ahora mejor trazado y mucho menos escandaloso– ha mejorado muchísimo. Digamos que la visión global es ahora mucho menos temperamental y más “de anciano director”, menos tensa, paladeada con mayor delectación, más evocadora y ensoñada, más trascendida. El problema, en cualquier caso, es el de siempre: el maestro se interesa mucho antes por el espectáculo sonoro que por la sinceridad de las emociones, y si antes se volcaba en los grandes contrastes sonoros, ahora lo hace en un ultrarrefinamiento que con frecuencia cae en lo blando y lo amanerado. La orquesta, obviamente, está sensacional. Sonido muy cálido y atmosférico en el SACD de Esoteric, aunque no del todo claro. (9)
30. Celibidache/Filarmónica de Múnich (MPHIL, 1985). He aquí una interpretación lentísima, concentrada, esencial, sonada con simpar hermosura, muy contemplativa y de una hondura diríamos que filosófica, ciertamente, pero no dulce, ni amable, ni ensoñada, porque está recorrida de un permanente sentido trágico y los clímax, sin ser escarpados, alcanzan una enorme tensión. La manera de tratar la coda final, que suena mucho antes amarga que épica, demuestra hasta qué punto Celi sintoniza con el contenido expresivo de la partitura. Ahora bien, no suena a Dvorák y sí bastante –con descaro en el arranque y el final del segundo movimiento– a Anton Bruckner. Desde el punto de vista técnico, por lo demás, el anciano maestro hace una verdadera exhibición de técnica de batuta. No solo por cómo sostiene el pulso, sino también por la riqueza del color y, sobre todo, por la manera que tiene, sin perder de vista la arquitectura global y fraseando con una naturalidad y una cantabilidad portentosas, de diseccionar la polifonía hasta el más mínimo motivo: dudo mucho que haya una sola interpretación de la obra –salvo la propia suya posterior– en la que se escuchen tantas cosas. La toma, realizada en la Herkulessaal, no es en origen la mejor posible, pero en alta definición ofrece gran relieve. (10)
31. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1987). Registrada antes de asumir la titularidad de la formación holandesa, esta Nuevo Mundo parece responder no tanto a inquietudes artísticas como al deseo de la discográfica de promocionar al maestro milanés como director del gran repertorio. En este sentido, el acierto es indiscutible: todo se encuentra expuesto con una estudiadísima perfección arquitectónica, extrema depuración sonora y una musicalidad en la que no hay espacio para el nerviosismo ni el amaneramiento –ni siquiera para los portamentos más habituales– en que han caído otros grandes artistas. Además, hay amplitud lírica en el fraseo y atención a determinadas líneas que suelen pasar desapercibidas, como ciertas frases de las trompetas en el Finale. Falta lo fundamental: la idea expresiva detrás de las notas, por no decir la imprescindible mezcla de emotividad y sinceridad –la belleza también es importante, pero esa la hay a raudales– que son necesarias en toda gran interpretación. (8)
32. Kubelik/Filarmónica Checa (Denon, 1991). La caída del régimen comunista propició el retorno del maestro a Praga y a su querida Filarmónica Checa. Pero el que volvió fue un Kubelik demasiado mayor, a sus sesenta y siete años ya retirado de la dirección de orquesta lo había hecho en 1985- y bastante mermado en lo que a concentración se refiere. Ello queda tristemente en evidencia en esta interpretación irreprochable en su planteamiento –amargo el final, como debe ser–, dicha con la frescura y la comunicatividad que siempre caracterizaron su arte directorial, pero carente de la belleza, de la emotividad y de la fuerza expresiva de sus recreaciones anteriores. Buena parte de la culpa, en cualquier caso, la tuvo una orquesta en la que solo cabe destacar la valentía del timbalero en sus intervenciones, poco más: deja bastante que desear. También lo hace una toma sonora muy por debajo de la media de la época. (7)
33. Celibidache/Filarmónica de Múnich (DVD Euroarts, 1991). El rumano repite e incluso mejora su personalísimo, discutible y genial acercamiento a la obra ofreciendo una lectura lentísima -a veces resulta difícil seguir los tempi-, poética a más no poder, meramente contemplativa sino también llena de dolor, pero en absoluto lastimosa ni blanda, ante la que hay que descubrirse por la asombrosa plasticidad del tratamiento orquestal. Curiosamente, no siempre es más lenta que la anterior con la misma orquesta: el primer movimiento pasa de 10’48’’ a 11’15’’, pero en el segundo los 16:43 serán 16:30. Personalmente me quedo con la de Karl Böhm, pero esta es una de las obvias referencias fonográficas. (10)
34. Ozawa/Filarmónica de Viena (Philips, 1991). Notabilísima interpretación en la que el oriental nos sorprende demostrando ser algo más que un maestro capaz de ofrecer refinamiento, elegancia y depuración sonora en grado superlativo, luminosa cantabilidad y un tratamiento tímbrico lleno de sensibilidad. Aquí hay también carácter dramático cuando corresponde, pasajes muy escarpados, cierto atrevimiento –poderosas intervenciones de los timbales–, e incluso un cierto sentido de la rusticidad por completo pertinente. Dicho esto, hay ligeros reparos. En general, se detecta una cierta tendencia a lo paisajístico que, por ventura, no llega a rozar la trivialidad. El Largo no es el más hondo ni doliente posible, y su clímax dramático –algo hinchado– no parece resuelto con convicción. Y hay algún momento –por ejemplo, el arranque del Trío del Scherzo– algo más suave de la cuenta. La soberbia intervención de la orquesta, recogida de manera admirable por los ingenieros de Philips, hace ganar la partida. (8)
35. Giulini/Orquesta del Concertgebouw (Sony, 1992). Esta tercera y última grabación del maestro italiano recorre la misma distancia que había entre las dos anteriores. Y lo hace en la misma dirección: perder sabor rústico, empuje y garra dramática para ganar en humanismo, cantabilidad y depuración sonora. Se trata, por tanto, de una interpretación esencial, desmaterializada y trascendida, mucho antes meditativa que épica, paladeada con infinita delectación –el Largo se extiende hasta los 15’26’’, acercándose a Celibidache–, fraseada con una calidez fuera de lo común y cantada con toda la italianidad esperable, aunque dicha también con una densidad emparentada con lo centroeuropeo. En este sentido, la portentosa Orquesta del Concertgebouw resulta, con su proverbial maleabilidad, el instrumento idóneo para sonar con ese empaste sensual propio de un Giulini atento a las voces intermedias y poro interesado por la rusticidad, de tal modo que hace sonar a esta música más cerca de Brahms que del propio Dvorák. Por todo lo expuesto, parece claro se trata de una realización discutible no precisamente en lo técnico, pero sí en lo estilístico y en lo expresivo, más aún cuando entre los minutos 7 y 8 del último movimiento asoma una ensoñación excesivamente relajada que roza la blandura. En cualquier caso, esta es la visión última de un profundo humanista que al final de su vida quiso superar los conflictos –que no negarlos, ni dejarlos a un lado: esta no es una interpretación naif– haciendo que belleza sonora y hondura expresiva alcancen la perfecta fusión para expresar su amor infinito por el ser humano y sus circunstancias. (9)
36. Levine/Staatskapelle de Dresde (DG, 1994). Solo un enorme despiste artístico por parte del sello amarillo y mucho dinero de por medio –ya se conoce la fuerza de los ricachones de Nueva York– explican que ese notable director de ópera y enorme petardo sinfónico que fue Jimmy Levine grabara tantísimo y con tan grandes orquestas. Aquí, la venerable formación sajona es sometida al tercer grado por una batuta todavía más norteamericana, en el peor de los sentidos posible, que en su registro de Chicago. El movimiento inicial resulta cuadriculado y machacón: exageradísimas las intervenciones de metales y percusión, muy en la línea del maestro. Frío y aburrido el Largo, que globalmente sería aceptable – pulso sostenido, ausencia de blanduras– si no fuera por los exabruptos del clímax dramático. Bien a secas el Scherzo, dotado de dinamismo y una sana rusticidad. Ruidoso y hortera el Finale. La sensualidad y el vuelo poético brillan por su ausencia a lo largo de toda la interpretación, lo mismo que la finura de trazo. La toma podría ser mejor. (4)
37. Maag/Orquesta de la Suiza Italiana (Silverline DVD, 1996). El venerable e infravalorado maestro italiano nos ofrecía en esta filmación televisiva una interpretación muy personal, lenta y atenta a desmenuzar el entramado orquestal –especial atención a las maderas–, que en lo expresivo resulta sobria e introvertida pero llena de fuerza, decantándose claramente por el lado más trágico de la partitura. Lástima que la orquesta fuera de segunda. (8)
38. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 1997). Esta interpretación, aun ajena a los preciosismos y amaneramientos que caracterizaban a Abbado por aquella etapa, responde más o menos a lo que se esperaba: imponente opulencia sonora, contrastes dinámicos extremos, más suavidad de la conveniente en los pianísimos, escaso sentido de la rusticidad y poca sinceridad expresiva. Todo está magníficamente realizado, eso por descontado, y el Scherzo no puede calificarse sino como magnífico, pero el conjunto es muchísimo más vistoso que emotivo. La toma tampoco es ninguna maravilla. (8)
39. Harnoncourt/Orquesta del Concertgebouw (Teldec, 1999). Es fácil compartir el concepto de Harnoncourt, dejarse de contemplaciones paisajística y desinteresarse por la belleza sonora en sí misma para resaltar los aspectos más ásperos de esta música. Otra cosa es el cómo lleva dicha idea a la práctica. Así, después de una introducción algo pálida, desarrolla un primer movimiento encrespado, pero también un tanto frívolo cada vez que suena el celebérrimo tema lírico, amén de volcado en unos contrastes que ni el Karajan más desatado. En el Largo el maestro reduce el vibrato y subraya lo que de anhelante tiene esta música, pero sin mezclarla con esa dulzura que también necesita para que el resultado nos hiera el corazón; el resultado, más que obtener esa llama fría de Karl Bohm, es distante. Rústico y malhumorado el Scherzo, lo que está muy bien. El nervio y la incisividad con que Harnoncourt aborda el Finale garantizan el aplauso de cara a la galería, pero el melómano más curtido puede cansarse un poco de tanta violencia gratuita y echar de menos la grandeza trágica de otras interpretaciones. Magnífico sonido en las plataformas de streaming que ofrecen alta definición. (7)
40. Colin Davis/Sinfónica de Londres (LSO Live, 1999). Sir Colin ofrece la interpretación esperable de en su última etapa: apolínea en el mejor de los sentidos, equilibrada en lo sonoro y en lo expresivo, muy bien paladeada –lenta pero sin perder el pulso– y memorable tanto por la nobleza de su fraseo –legato para derretirse– como por la manera que tiene de ofrecer la mayor sinceridad dentro de una visión de la partitura que, eso sí, resulta más lírica, evocadora y otoñal –en absoluto blanda– que desgarrada, lo que no impide que haya pasajes de muy dolientes en un Largo desgranado con infinita poesía. Lo menos conseguido es la coda, equivocada por apuntar hacia un carácter épico, incluso optimista, aquí improcedente: todos los grandes recreadores de la página han optado por un más o menos hiriente desgarro trágico. Por lo demás, la orquesta londinense se encuentra en óptima forma y está trabajada con una plasticidad extraordinaria y enorme atención a la hora de delinear los planos sonoros. Muy buen sonido en SACD. (9)
41. Abbado/Filarmónica de Berlín (Blu-ray Euroarts, 2002). La levedad y los portamenti de la introducción nos hacen presagiar una interpretación con todos los narcicismos propios del Abbado de la última etapa de su carrera. Venturosamente no es así: la batuta nos termina ofreciendo una interpretación sensata, ortodoxa y musical, sin amaneramientos ni efectos de cara a la galería, además de muy fluida en su discurso y –por descontado– maravillosamente tocada. Ahora bien, globalmente el resultado es superficial, cuando no frío, porque no existe una idea expresiva clara detrás de esta técnicamente portentosa realización: el primer movimiento es notable sin más, el segundo emociona poco, el tercero resulta vistoso antes que electrizante y tiende a lo lúdico –más que a lo poético– en el Trío, mientras que en el cuarto, venturosamente, Abbado se anima y ofrece una interpretación entregada –ya que no particularmente dramática– que se desarrolla de modo convincente hasta culminar en una coda muy bien planteada en lo expresivo. (8)
42. Marin Alsop/Sinfónica de Baltimore (Naxos Blu-Ray Audio, 2007). La directora norteamericana nos ofrece una interpretación eminentemente juvenil: rápida –no precipitada–, impulsiva, fresca, luminosa, de gran espontaneidad, muy bien trazada y de gran fuerza comunicativa, que apuesta por los aspectos épicos sin menoscabo de que la coda final suene altamente dramática. En contrapartida, no termina de atender a los numerosos pliegues expresivos que la obra alberga en sus pentagramas. Dicho de otra manera: vistosa, pero un tanto superficial y sin toda la poesía deseable. Soberbia la calidad sonora en BR-Audio, aunque la toma sonora deje a los metales algo en lejanía. (7)
43. Nelsons/Sinfónica de la Radio Bávara (DVD CMajor y CD BR, 2010). Una interpretación comprometida, vehemente y muy comunicativa, dicha con una mirada sombría –nada de tópicos paisajistas o folclóricos–, volcada mucho antes en el drama interior que en preciosismos de cara a la galería, desarrollada con ideas propias y magníficamente puesta en sonidos por una batuta plena de virtuosismo y por una orquesta –con el granadino Ramón Ortega al oboe– de enorme calidad a la que el maestro hace sonar con rusticidad adecuada. Hay, en cualquier caso, algunos altibajos: a veces la flexibilidad de la agógica y los contrastes sonoros no permite redondear el trazo global, y no siempre la concentración acompaña al fraseo, al menos en un Scherzo atractivo por su ferocidad y carácter visionario, pero en exceso nervioso. El Largo, por el contrario, se encuentra maravillosamente paladeado, y su amargor se encuentra subrayado por relevadores matices dinámicos. En el Finale me han molestado algunos detalles, pero el desarrollo es muy apasionado y la coda está dicha con apreciable desgarro. (8)
44. Harding/Orquesta de Cámara Mahler (YouTube, 2012). Interpretación vistosa, comunicativa y de excelente pulso: en modo alguno se aburre uno escuchándola. La sonoridad es la correcta, sin pretensiones historicistas –conociendo al maestro británico se podía haber esperado algo así– y haciendo sonar a la orquesta con la densidad suficiente, lo que no le impide que en el fraseo primen la agilidad y el impulso rítmico frente a los valores melódicos. Desde el punto de vista expresivo Harding parece centrado, aun siempre en una óptica antes extrovertida que lírica o sensual. El movimiento inicial, dicho con vehemencia admirablemente controlada, ofrece el adecuado carácter épico y combativo; sobran los portamenti del celebérrimo tema lírico, que me irritan sobremanera. El Largo está francamente bien: desolado y con regusto amargo. El Scherzo funciona de manera muy satisfactoria, aunque su Trío resulta en exceso “paisajístico”. En el cuarto hay fuego y brillantez en grandes dosis, esto último quizá demasiado: me da la impresión de que Harding, que no duda en destacar determinadas líneas de las trompetas, descuida los valores más poéticos de la página. (8)
45. Belohlávek /Filarmónica Checa (Decca, 2013). Sonoridad rústica, incluso un punto seca, desde luego nada romántica –portamentos cero– para una recreación que se aleja de los tópicos folcloristas al tiempo que reemplaza la frecuente óptica épica para decantarse, haciendo uso de unos tempi lentos que le permiten al maestro checo diseccionar de maravilla la partitura, por una visión sombría, de honda concentración y marcado carácter patético, que culmina en un final de punzante carácter trágico. En el lado negativo, cierta falta de impulso rítmico y de electricidad que produce puntuales interrupciones del discurso. En cualquier caso, una enorme interpretación. Lástima que la toma sonora no sea todo lo excepcional que podía haber sido. (8)
46. Dudamel/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2017). El maestro venezolano corrige gran parte de los errores de su mediocre recreación en el Vaticano diez años anterior y ofrece una estimable lectura de corte lírico, en absoluto interesada por los aspectos más escarpados de esta música, natural en el fraseo y flexible en el trazo, en la que la soberbia orquesta se muestra maravillosamente maleable bajo su batuta y ofrece grandes dosis de belleza. Desdichadamente, los resultados no están exentos de desigualdades. El primer movimiento estaría muy bien si no fuera porque cada vez que llega el celebérrimo tema lírico Dudamel se pone blando, ralentiza el tempo en exceso y ofrece un portamento insoportable. Sensual, evocador y hermosísimo el Largo, aunque carente del amargor que debe desprender y, nuevamente, revestido de inconveniente blandura en los retornos del primer movimiento. Irreprochable el Scherzo, magníficamente delineado y cantado, siempre lejos de la visión demoníaca de otros directores. De gran altura el Finale, comunicativo y dicho con entusiasmo, aunque de nuevo algún detalle por allí y alguna frase por allá confirman que el maestro confunde lirismo con suavidad excesiva. (8)
47. Nelsons/Orquesta del Gewandhaus de Leipzig (CMajor, 2017). El maestro insiste, acertadamente, en una visión sombría y dramática de la partitura, en este caso con una orquesta no tan buena como la de la Radio Bávara pero mejorando los resultados de su grabación siete años anterior, sobre todo por un Scherzo menos nervioso y más equilibrado, pese a alguna frase un poco más suave de la cuenta en el Trío. El primer movimiento está dicho con decisión y reviste un carácter escarpado de la más conveniente –gran valentía la de los timbales, que adquieren justa relevancia a lo largo de toda la interpretación–, aunque en el tema lírico tiende un poco hacia la dulzura. Soberbio el Largo, lento y lleno de amargor, con silencios que pesan como losas y sin dejar espacio para la esperanza. El Finale, con algunos detalles en exceso personales y de trazo quizá sin toda la unidad posible, no desatiende los aspectos épicos, pero pone en primer plano el conflicto –sin concesiones al oyente–, hasta dejarnos con el corazón en un puño. En definitiva, una interpretación que busca hurgar en las heridas y que no terminará de convencer a quienes busquen paisajes y felicidad. La imagen alcanza una calidad sensacional, lo mismo que el audio: escuchando la pista multicanal, queda claro que no existe una sola interpretación tan bien grabada como esta, muy por encima de cualquier compact disc. (9)
48. Dudamel/Filarmónica de Los Ángeles (DG, 2020). Controlando al máximo su “temperamento latino”, el de Venezuela nos ofrece una Nuevo Mundo que logra ser cálida y hermosa como pocas. Más resignada y tierna que amarga en el melancólico Largo, no vamos a negarlo, pero expuesta con mano maestra y con muy apreciable sensibilidad. Lástima que una vez más Dudamel llega a meter seriamente la pata en la exposición del celebérrimo tema lírico del primer movimiento, de un rebuscamiento y una cursilería insufribles. Si a esto sumamos que el Trío del Scherzo resulta algo más suave de la cuenta, comprenderemos que esta lectura globalmente no será del gusto de algunos melómanos. De mí mismo, sin ir más lejos. (8)
49. Mäkelä/Orquesta del Concertgebouw (YouTube, 2022). En enero de 2022 se realizó esta filmación, a puerta cerrada y con algunas mascarillas, con la clara intención de promocionar a un director que contaba solo veintiséis años. La propia orquesta la ofrece gratuitamente -soberbia calidad de imagen y sonido- para que comprobemos hasta qué punto es grande el talento de Mäkelä. Efectivamente, su control de los medios es apabullante, las ideas son sensatas y dirige con convicción expresiva. Ahora bien, si nos ponemos a comparar surgen algunos reparos. El Allegro molto es irreprochable en su equilibrio entre lirismo y drama, si bien a que los portamentos que son habituales sobran aquí tanto como en otras recreaciones. Tan hermoso en lo sonoro como inexpresivo el Largo: como ocurre en algunos movimientos de su ciclo Sibelius, la música no se siente. En exceso nervioso el Scherzo, magnífico su Trío. Y espléndido el Finale: donde tantos directores se sueltan la melena, el finlandés se muestra la mar de centrado y sabe ofrecer garra sin numerito de cara a la galería. A la coda, lástima, le podría haber sacado mayor partido. (8)
4 comentarios:
Muy interesante como siempre tu recopilación. A destacar las grabaciones historicas de Mengelberg (llena de caprichos pero de una tension insoportable) y la "no" version de Furtwangler. Durante años estuvo editada en sellos baratos bajo seudonimo, hasta que en los 80 el intrepido sello relief tiene la santa "cara" de editarla bajo la direccion del aleman. Al temperamento se parece a su verdadero conductor, Oswald Kabasta, nazi impenitente que se suicidó cuando le prohibieron dirigir tras la guerra.
La semana pasada oi en directo esta obra en el Palau con Los Ángeles y Dudamel...
Y al comentarla con una amiga también me salió la palabra "lírica".
Servidora tuvo un momento "magdalena" porque esta obra era una de las preferidas de mi padre y junto a la poca discoteca paterna creo que la oía al menos una vez al mes durante toda mi infancia y la conozco mas de lo que yo era consciente.
Al ver el inicio de su entrada he tenido la ilusión de ver si reconocia alguna portada de LP como la de mi niñez... taaaan diferente a la versión Dudamel, pero no. Seguiré ignorado que Nuevo Mundo sonaba en mi casa.
Curioso comparar con las preferencias de la crítica anglosajona. Van hacia una visión directa, ajena a devaneos y épica ante todo. Por eso, en su podium están las versiones de Reiner, Szell y Bernstein. Yo ando bastante más cerca de de Celibidache, Bohm y Kondrashin. También es cierto que tengo especial cariño a Szell y Fricsay, porque las tenía mi padre en formato LP y las escuché hasta la saciedad.
Un saludo.
Vicentín, tengo entendido que esa versión del pseudofurtwängler no vale gran cosa.
Mireia, hay tantísimas ediciones y reediciones de esta sinfonía que casi seguro que la que usted escuchaba es alguna de las comentadas.
Kapsweiss, muy "rarunas" son esas recomendaciones británicas. Suele decirse que las críticas de Grammophone estaban (y están) untadas, pero vaya usted a saber, los ingleses son más raros para algunas cosas... Yo creo que las valoraciones que he realizado están bastante en sintonía con lo que siempre ha dicho la crítica española.
Publicar un comentario