Tras los conciertos de la Filarmónica de Viena y de la English Chamber Orchestra comentados en entradas anteriores, acudí una vez más el domingo 25 de febrero a la Musikvrein de la capital austriaca –siete y media de la tarde– para un tercer acontecimiento musical: Sinfonía nº 2 de Gustav Mahler con la Wiener Symphoniker y Alain Altinoglu. Hubo tres razones extramusicales por las que disfruté menos. Una, el comprensible cansancio tras la paliza anterior. Dos, que esta vez tenía entrada en el anfiteatro –mitad inferior–, y allí la visibilidad es deficiente: al maestro solo le veía de vez en cuando. ¿Y cómo es esto posible, si las butacas están escalonadas? Pues no sé, pero les aseguro que no era fácil seguir visualmente lo que pasaba en el escenario.
La tercera razón es de más peso, y sobre ella quiero reflexionar un poco: la calor –perdonen que hable en gaditano– que hacía allí arriba, en verdad sofocante. ¿Puede Europa permitirse, con la que estamos pasando, un gasto energético tan innecesario como disparatado? Porque no fue la Musikverein precisamente el único recinto en el que el aire acondicionado llegaba a ser molesto. Miren ustedes, si hace frío fuera y la gente ya viene abrigada, pongan el interior a una temperatura en la que uno pueda dejar la prenda más incómoda en la guardarropía y quedarse con el resto. Pero claro, si aquí en España hay gilipuertas que en invierno quieren estar dentro de su casa en mangas de camisa y en verano llevar jersey, qué le vamos a decir a los de otras latitudes.
La acústica sí que era maravillosa, y eso quedó bien claro en cuanto la orquesta empezó a sonar. ¡Qué impresión! Ciertamente estos señores y señoras no alcanzan la calidad sobrenatural de sus compañeros Wiener Philharmoniker que escuché por la mañana en el mismo recinto, pero a todas luces la Sinfónica de Viena es una espléndida formación, equiparable –por ejemplo– a las grandes orquestas londinenses, y bastante por encima de la media de las de latitudes meridionales. Empaste, redondez y belleza sonora son dignos de elogio, como también su virtuosismo en una obra no poco complicada como es esta Sinfonía Resurrección.
¿Y la interpretación propiamente dicha? Repaso mis notas de voz y les cuento: una lectura fluida, fresca y directa, en la que la batuta del maestro francés se mantuvo voluntariamente alejada de esos preciosismos y amaneramientos que pueden ser beneficiosos aplicados en su justa medida, pero que demasiadas veces se pasan de la raya. Ahora bien, también es cierto que la inspiración de Altinoglu me pareció bastante desigual. El primer movimiento, por su rapidez y carácter antes combativo que gótico, me recordó un tanto a lo de Sir Georg Solti en Chicago, pero lejos de ofrecer la garra extraordinaria de aquel milagro. Sin interés el segundo: aquí la rapidez y el deseo de no caer en languideces condujeron a la asepsia pura y dura. Bien el tercero, estupendamente diseccionado y dicho con una adecuada dosis de animación. El cuarto se vio muy lastrado por la voz tremolante de Nora Gubisch; tampoco la batuta voló con suficiente poesía.
Todas la secuencia de la resurrección estuvo muy bien llevada, con convicció, ajena a excesos y sin caídas de pulso. Bien la soprano Chen Reiss, y un lujo la presencia de los Wiener Singverein. Ya pueden imaginar que todo el final, con independencia de las cuestiones interpretativas, resultó impactante desde el punto de vista sensorial con semejantes orquesta y coro, más la suma de un órgano perfectamente empastado. Disfrutar en directo de esta música con una calidad técnica así, ofreciendo los enormes contrastes dinámicos exigidos por Mahler, haciéndolo sin roce alguno en la ejecución y con una irreprochable claridad en la exposición, es una experiencia que un melómano no disfruta todos los días. ¡Ni todos los años! Eso sí, yo hubiera disfrutado mucho más con un poco de visibilidad y cinco grados menos de temperatura.
Me queda comentar el segundo concierto de Welser-Möst, que fue toda una sorpresa: Novena de Bruckner muchísimo más satisfactoria de lo esperado. Otro día les cuento.
1 comentario:
Lo de la acústica de la Sala Dorada de la Musikverein es algo impresionante. Yo sólo he tenido oportunidad de asistir allí a un concierto, y era un recital de piano solo. Además, no me tocó precisamente cerca del escenario; debió de ser una situación similar a la que comentas de esta Segunda Sinfonía de Mahler. Pero todo se escuchaba con gran claridad, el sonido de Leif Ove Andsnes llegaba con total nitidez y sin ningún problema, incluso considerando que es una sala supuestamente muy grande para recitales a solo. Lo dicho; no me lo podía creer.
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