Seguí, sin que me terminara de capturar la atención, el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena de 2024. No creo que Christian Thielemann dirigiera mal –le puso ganas, e incluso fingió que se lo pasaba bien ofreciendo una sonrisa bastante postiza–, pero sí me parece que los resultados fueron irregulares: flojos los grandes valses, bastante mejor el resto. Para pasarlo bien y olvidar en seguida, vamos.
Pero hete aquí que esta noche se me ha ocurrido poner el CD del 1 de enero de 1983, con un Lorin Maazel de 52 años sobre el podio. ¡Qué diferencia! No es solo una cuestión de talento –que también–, sino fundamentalmente de estilo. ¿Y cuál es el "estilo de Maazel al dirigir el repertorio de los Strauss? El asunto es tan difícil de explicar como fácil de resumir: estilo vienés. Ligereza bien entendida, elegancia un tanto frívola, sensualidad no excesivamente embriagadora, belleza sonora extrema que sabe no caer en lo preciosista, cierto "espíritu camerístico" que se aleja de la rotundidad sinfónica, un puntito de decadentismo y, sobre todo, unos rubatos que han de sonar con extrema naturalidad. Yo diría que el franco-norteamericano los conseguía, al menos en este disco, de manera difícilmente superable: son muy amplios, pero en lugar de resultar forzados se integran con plena lógica en el discurso, como si no tuvieran preparación alguna. La técnica de batuta de este señor era sensacional, aunque tampoco hay que quitarle mérito alguno a los vieneses.
Con todo esto no quiero decir que no se pueda hacer esta música de otra forma. ¡Claro que es posible! Carlos Kleiber logró resultados memorables extremando nervio y electricidad en sus dos únicos conciertos. Karajan triunfó por todo lo alto buscando opulencia y robustez sinfónicas sin merma del "hedonismo vienés", mientras que Muti y Barenboim se lanzaron a explorar músculo y rotundidad en el sonido con resultados muy interesantes, sobre todo en el caso del segundo. En el extremo opuesto, Prêtre nos sedujo con una carga extrema de sensualidad. Quizá Ozawa y Mehta –en algunas ocasiones– sean los únicos que han seguido esta vía "clásica" de Lorin Maazel, si bien con resultados más desiguales.
¿Algo que concretar? Wiener Bonbons le sale mucho mejor que a Thielemann, pero creo que no son menos grandes las recreaciones de Die Libelle –auténtica magia sonora–, Cuentos de las noches de Viena y la obertura de Índigo y los cuarenta ladrones. Da un poco igual, porque el nivel medio es altísimo. Ah, en la edición en compacto no hay Danubio Azul ni Marcha Radetzky.
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