domingo, 19 de noviembre de 2023

La música no nos hace mejores

Tuve hace unos días el atrevimiento –insano pero a la postre acertado, por revelador– de asomarme por el Twitter de cierto crítico musical que ejerce su actividad tanto a nivel local como en una prestigiosa revista especializada de tirada nacional; crítico que suele presumir, en sus textos musicales, de objetividad y sensatez. Había llenado su red social de chulescos exabruptos hacia la izquierda, como en él es habitual, pero esta vez había algo distinto. No solo es que calificara al PSOE de golpista y tal: es que había ido retwitteando, uno a uno, nombres y fotografías de ciertos diputados socialistas rotulados con un significativo "YO VENDÍ ESPAÑA". Guardo pantallazos, por cierto, de los cuales pongo aquí uno con el rostro y el nombre borrados por mí.

Me pregunté entonces, y me pregunto ahora, si es verdad eso de que la intolerancia se cura leyendo. Y una vez más va a ser que no. Personas cultas y sensibles hacia el arte –también hacia una de sus vertientes más sublimes, la música clásica– pueden comportarse como auténticos neonazis, algo que se está sintiendo con claridad en estos días de extrema crispación política en los que se practica la más detestable cultura del señalamiento. Porque esas fotos y esos nombres no se cuelgan en internet de manera inocente, no señor.

Cierto es que semejante dinámica la abrió en la España reciente la izquierda, el partido Podemos para concretar, en sus tristemente célebres escraches. Pero ahora parece monopolio de la derecha, alcanzando unos niveles de considerable violencia verbal y de creciente acción física. Lo explica hoy El País en este artículo: llamadas de teléfono amenazantes, insultos cuando bajas de la oficina a fumarte un cigarro, acosos en cafeterías, gente que te espera con un pasamontañas en la puerta de tu casa, pintadas en las sedes del partido, huevos en las ventanas, silicona en las cerraduras, mierda en los pomos de las puertas... Y rotura de cristales, como en la Alemania de 1938. ¿Recuerdan? De momento, el límite se ha alcanzado con una agresión física aquí cerca de donde escribo, en Sanlúcar de Barrameda para concretar, y con una concejala del PP de un pueblo de Cuenca pidiendo para el presidente Pedro Sánchez un tiro en la nuca. Irá a más, seguro, porque con el éxito –incuestionable– de las manifestaciones en contra del nuevo gobierno muchos radicales se han quitado la careta y andan envalentonados.

Miro Twitter hace un rato y compruebo que el crítico arriba referido ha borrado sus mensajes políticos. Me alegro, aunque no sé si lo ha hecho motu proprio o porque alguien de la revista en que escribe le ha dicho que no pueden mantener una columna de opinión mensual (¡vaya con su columna, dicho sea de paso!) firmada por alguien que en sus redes sociales incita a la violencia ad hominen. Sea como fuere, lo que les quiero decir sigue vigente: quizá el pobre Daniel Barenboim se equivoca al seguir reivindicando la música como instrumento de paz, porque a la vista está que se puede amar a Bach intensamente y a la vez participar de manera activa en la escalada de violencia política. Lo que yo mismo he comprobado hace unos días en este blog, sin ir más lejos.

¿Y qué se puede hacer contra todo esto? ¿Callar y mirar hacia otro lado para que a ti no te señalen, esperando que se calmen los ánimos? No: eso se hizo con los totalitarismos de los años treinta y miren lo que pasó. La única salida es denunciar. Justo lo que hizo ayer Antonio Muñoz Molina en un magistral artículo (leer aquí) en el que, haciendo referencia a la manera en que cuando le tocó hacer el servicio militar se veía venir un golpe de estado que terminó llegando aquel inolvidable 23 de febrero de 1981, finalizaba con las siguientes palabras:

"Sobre la solidez de este Gobierno y la lealtad de sus precarios aliados nadie puede hacerse muchas esperanzas. Pero quien vivió en persona una dictadura se siente ofendido cuando oye llamar tranquilamente dictadura a este tiempo que ahora vivimos. Los que llaman golpe de Estado a la formación de un Gobierno nacido de unas elecciones escrupulosamente libres y de una mayoría parlamentaria son del mismo linaje de aquellos que estuvieron a punto de devolvernos a la barbarie de la tiranía en aquellos años de mi primera juventud, cuando casi nadie pensaba que la libertad recién ganada pudiera durar mucho tiempo."

Pues eso. La violencia solo puede ser atajada pacíficamente mediante la denuncia.

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