Con la Carmen de Bizet de ayer domingo se cerraba la etapa de Isamay Bevanente al frente del Teatro Villamarta, que se marcha al Teatro de la Zarzuela madrileño. Una etapa brillante en lo que al Festival de Jerez se refiere y muy sólida en el género teatral, pero nefasta en todo lo que tiene que ver con la lírica y la música clásica, menguantes en cantidad y en calidad desde que sustituyó a su mentor Francisco López. Etapa caracterizada por una pésima gestión económica que ha dejado varios agujeros millonarios, así como por una práctica que no puedo llamar prevaricación porque no hay ninguna ley que impida contratar repetidamente a un mismo artista, pero que se parece muchísimo a ese delito: utilizar los fondos públicos para beneficiar en lo económico de manera insistente a una determinada persona por vínculos de amistad, en este caso el citado Paco López en su calidad de regista. Y todo ello, lo que es más grave, negándose a enseñar las cuentas a la alcaldía cuando estas le son requeridas. Está en la prensa y yo lo he denunciado múltiples veces desde mi blog, la última de ellas aquí. No hay mucho más que decir al respecto.
La función tenía que haber empezado a las ocho. Un rato más tarde, la directora anunciaba por megafonía que habían tenido un problema técnico con el aire acondicionado y que se iban a retrasar diez minutos. Luego pidió una prorroga adicional de quince, afirmando que los músicos no podían tocar con semejante calor y había que esperar a que la sala se enfriase. ¿No sería que alguien se había olvidado de encender el aire a tiempo, un día en que Jerez alcanzaba los 41 grados, y que los músicos de la orquesta, con toda la razón del mundo, dijeron que al foso iba a bajar Rita? Mientras esperábamos, los tentempiés del menguadísimo ambigú se acabaron y hubo que salir a comprar agua fuera. La función empezó a las 8:45 –aun así, hacía calor dentro del teatro– y terminó a las 0:45, porque se hicieron tres intermedios, todo ello sin que nadie pudiera cenar absolutamente nada.
Con Ainhoa Arteta pasó exactamente lo que cualquier melómano que sepa un poquito de ópera podía imaginar: salió discretamente airosa del primer acto, hizo una mediocre canción gitana y se estrelló irremisiblemente en la escena de las cartas, que es donde se mide el valor de una Carmen. Que la soprano de Tolosa es una cantante estimable me parece claro. También que es una caradura que ha decidido ascender por el camino fácil, el de las revistas del corazón y la televisión. Y que encima tiene el valor de quejarse porque no la llaman apenas de los teatros importantes españoles. Sus limitaciones las conoce, las vocales y las expresivas. Decidirse a encarnar a la cigarrera –que requiere una voz y un temperamento muy alejados de sus parámetros– es una falta de respeto a los melómanos y a Bizet. Contratarla para ello, por otro lado, demuestra dos cosas: una ignorancia supina sobre voces y/o un rostro de cemento. A ningún gestor se le puede tomar en serio si realiza un contrato semejante. ¡Y recompensan a Benavente como directora de la Zarzuela! Manda marices.
Mediocre el Don José de Marcelo Puente, cantante plagado de defectos técnicos y artista que se movió en una línea verista por completo inadecuada para Don José. El aria de la flor fue insufrible. En cualquier caso, el peor de todos me pareció Simón Orfila, arista al que he admirado otras veces y que en esta ocasión hizo lo peor que se puede hacer: utilizar su voz gigantesca –también algo artificial– para convertir a ese torero mitad elegante y mitad chulesco que es Escamillo en un matón de barrio. Cantó con una brutalidad, una falta de matices y un mal gusto atroces.
A los tres cantantes citados los abucheé intensamente –al final, por supuesto–, porque me parece que para ganarse el sueldo hay que subirse al escenario sabiendo hacer las cosas con un poquito de dignidad. Por diferentes motivos, los tres estuvieron por debajo de eso. ¡Basta ya de aplaudir mediocridades! Hay muchísima gente por ahí con talento que no suben al escenario porque no están en la agencia adecuada, o quizá porque no se han rebajado a salir en amañadísimos concursos televisivos ni en la prensa del corazón. Por supuesto, varias personas del público me increparon de manera airada, pero yo no voy a cejar en mi derecho a la más tradicional protesta que ha existido y existe en el mundo de la lírica cuando creo que hay razones sobradas para ello.
En medio de tanta mediocridad, la Micaela Berna Perles parecía un soplo de aire fresco. Tampoco me parece que fuera para tirar cohetes: buena voz, expresividad muy limitada. Supo no caer en la trampa de lo ternurista, y eso fue un alivio. El Coro del Teatro del Villamarta empezó regular –peor ellos que ellas–, fue remontándose y triunfó por todo lo alto en el último acto –esta vez mejor los señores que las señoras–.
Pese a las condiciones térmicas, la Filarmónica de Málaga sonó bastante bien bajo la dirección de un Oliver Díaz de tempi rápidos y buen instinto teatral, aunque mucho más preocupado por los aspectos pintorescos de la página que por los dramáticos. No me convenció que optara por la versión con recitativos de Giraud.
La producción de Paco López es la tercera vez que la veo. La primera me gustó bastante. Menos la segunda: pueden leer aquí el comentario que realicé con cierto detalle. Esta tercera ha sido la que menos, quizá por la comparación con la magnífica de Calixto Bieito vista recientemente en el Maestranza: lo del Villamarta es mucho sombrero de ala ancha, mucho andalucismo rancio (“auténtico”, dice él) y mucha oscuridad visual, rasgo este que caracteriza todas sus producciones. Excelente la dirección de actores.
Por cierto, anunciada la marcha de Isamay, López anda impulsando una nueva “Plataforma pro Villamarta”. ¿No será que quiere tomar otra vez las riendas para volver a la dinámica de todos estos años, la de que él se encarga de casi todas las producciones escénicas y hace sustanciosa caja cada vez que estas salen de gira? Confío en que la nueva alcaldesa, del PP, no se lo permita. El Villamarta necesita hacer borrón y cuenta nueva por completo. Cerrar durante un breve tiempo, contratar un equipo profundamente renovado –hay gente muy valiosa en su interior, pero también personas de mediocridad apabullante– y poner una dirección tan sensata en lo económico como valiente en lo conceptual que entienda que el teatro está al servicio de todos los ciudadanos, no de los intereses un reducido grupo de artistas y agencias.
2 comentarios:
Ayer fui al teatro de la Zarzuela y hoy a un concierto de órgano en la capilla del Palacio Real...cualquiera diria que era la misma ciudad porque el respetable no podia ser mas dispar de un evento al otro.
En la Zarzuela, y puedo equivocarme, triunfará cualquiera porque el público es fan.
Aunque como cualquier público óperistico... también se quejan de que siempre se programa lo mismo.
A los "scaligeros" por mantenerse en su natural insatisfecho, les ha dado por venerar la próxima staggione de Roma...la cuestión es quejarse.
En la Zarzuela se la van a comer viva, porque las intrigas en los madriles son horrorosas. Además, ella ha llegado allí por ser mujer y de izquierdas, y en las próximas elecciones van a arrasar PP y VOX (cosa que me horrorizaría, dicho sea de paso). Veremos lo que dura.
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