Ustedes ya conocen la historia. Daniel Barenboim dirigió el Concierto de Año Nuevo de 2022 de la Filarmónica de Viena sufriendo intensos dolores. Algún imbécil llegó a decir que no estaba dirigiendo él, cuando cualquiera se daba cuenta de que allí se escuchaba una labor de batuta excelsa. En agosto ofreció un programa con la WEDO que evidenciaban que sus maneras de dirigir se estaban modificando: tempi más lentos, menor tensión dramática, mayor interés por la sensualidad e inspiración absolutamente excelsa basada en un sentido del fraseo más orgánico que nunca y en una riqueza infinita de inflexiones expresivas; la Iberia de Debussy me parece la mejor que yo haya escuchado, con permiso de Celibidache (reseña). Pero poco más tarde llegaron noticias de un concierto con la Filarmónica de Viena supuestamente deficiente; es posible que hubiera problemas serios de coordinación con la orquesta, aunque sin registro sonoro de por medio, vayan ustedes a saber. En cualquier caso, el maestro decidió retirarse de los escenarios de manera indefinida. Thielemann acudió, reclamado por él mismo, para sustituirle en el Anillo. En diciembre anunció que renunciaba a su cargo en la Staatsoper y que se apartaba de todas las óperas comprometidas, entre ellas la reposición del Ring. Muchos le daban ya por muerto y enterrado artísticamente hablando. Pero resucitó para la tradicional Novena de Beethoven por San Silvestre de la Staatskapelle de Berlín, y ahora se ha transfigurado acudiendo, de manera absolutamente inesperada, a la Scala de Milán para sustituir a Daniel Harding en las tres últimas sinfonías de Wofgang Amadeus Mozart. ¿Y las versiones? Pues eso mismo: transfiguradas.
Daniel Barenboim ha hecho el pasado sábado 18 de febrero un Mozart que podrá gustar más o menos, entusiasmar hasta el delirio –es mi caso– o ser rechazado por su extrema “contaminación wagneriana”, que diría Gardiner, pero que no puede ser discutido, porque se encuentra más allá del bien y del mal. ¿Como el que hicieron, cada uno a su manera, Furtwängler, Klemperer, Böhm, Celibidache y Giulini en los últimos años de su trayectoria? Sí, exactamente ese. Un Mozart lento, cálido y carnoso en la sonoridad, fraseado con legato mágico, concentrado a más no poder, de una cantabilidad excelsa, humanístico y reflexivo mas no exento de tensiones ni de conflictos, muy atento al amargor que anida –siempre, lo dijo Böhm– en las más grandes creaciones del de Salzburgo, pero sin que ello signifique perder elegancia, sensualidad ni carácter risueño.
Vamos, un Mozart en la antípoda de todas las corrientes historicistas y de “tercera vía” que hoy han logrado imponerse, pero también muy alejado del que el propio Barenboim hizo en los años sesenta con la English Chamber: aquel resultaba muchísimo más severo y dramático, sin duda revelador, pero en exceso unidimensional. Ni siquiera estas nuevas versiones se parecen mucho a aquellas memorables que le escuchamos en Granada (aquí) y Sevilla con la WEDO (aquí) entre 2015 y 2016, o las que con la misma orquesta filmó en la sede de la ONU en Ginebra, testimonio este último disponible en Medici TV. En cualquier caso, lo que ha hecho en Milán es seguir el sendero abierto por aquellas recreaciones de hace ahora siete años, solo que llevando mucho más lejos su planteamiento en tempi –considerablemente ralentizados–, en radicalidad y (¡lo más importante!) en inspiración.
Alguien puede sonreír maliciosamente cuando afirmo que un Barenboim al que le cuesta caminar, que dirige sentado la mayor parte del tiempo –no todo–, que apenas mueve los brazos para dar indicaciones y que sufre bastante al dar un discurso al público milanés es capaz de ofrecer interpretaciones aún más excelsas de las que ya había hecho de esta música. Pues bien, a ese alguien habría que hablarle de un señor nacido en Breslau que, sentado en una banqueta y con la mitad de su inmenso cuerpo paralizado, daba indicaciones mínimas a la Orquesta Philharmonia para obtener de ella las más increíbles interpretaciones de Haydn, Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Bruckner y Mahler que uno pueda imaginar. Así es: el milagro de Klemperer se repite con Barenboim. Y al mismo nivel de genialidad.
Mañana sigo escribiendo. Mientras tanto, le recomiendo que acudan a La Scala TV y se rasquen el bolsillo: en unos días quitan la transmisión.
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