Quienes hemos tenido la oportunidad de escuchar en directo a Jeffrey Tate (1943-2017) no podemos olvidar la impresión que recibimos cuando le vimos entrar en el escenario por primera vez, apoyado en un bastón y afectado por una impresionante deformación física –espina bífida– que le obligaba a dirigir sentado en una silla con diseño especial. A pesar de los pesares, y de un diagnóstico médico –Wikipedia dixit– según el cual no sobrepasaría la cincuentena, desarrolló una importantísima carrera como director sinfónico y operístico al frente de gran parte de las mayores orquestas y de los más célebres fosos operísticos, evidenciando especial interés en Wagner y Strauss. Su legado mozartiano al frente de la English Chamber no tiene precio: tanto en las sinfonías grabadas para EMI como en la integral de los conciertos para piano junto a Mitsuko Uchida para Philips hizo gala de unos planteamientos a medio camino entre tradición y renovación siempre encomiables. Cierto es que podía meter la pata, como le pasó en el Rosenkavalier que le vimos en Madrid, pero alcanzó la excelencia en cosas como Hansel y Gretel y Los cuentos de Hoffmann. Que no aparezca mencionado siquiera de pasada en el libro de Rafael Ortega Basagoiti y Enrique Pérez Adrián me parece una soberana injusticia, por no decir otra cosa.
Como desagravio traemos uno de sus más interesantes discos: Peer Gynt de Grieg, con solistas vocales y coro, grabado al frente de la Filarmónica de Berlín en 1990 –con sesiones adicionales en Londres al año siguiente– para el sello EMI. El maestro británico ofrece diecisiete números, alcanzando así los sesenta y ocho minutos: muy por encima de las dos suites para orquesta tradicionales, y superando asimismo la barrera de los cuarenta y nueve minutos que estableció Sir John Barbirolli en su registro de 1968, musicalmente inalcanzado por ningún otro director.Tate tampoco le alcanza, pero su recreación es de considerable altura: posee excelencia en el trazo, enorme depuración sonora y elevada teatralidad. El músculo de la formación berlinesa le sienta muy bien a esta música, y el Ernst-Senff-Chor raya a su excelencia habitual. Sylvia McNair está un poquito cursi como Soljev, era de esperar, pero hay que reconocer que la soprano norteamericana canta estupendamente. Más problemático Petteri Salomaa en el rol titular.
La toma sonora se realizó a volumen muy bajo para garantizar una gama dinámica amplia, logrando así una gran espectacularidad en la escena de la tormenta marítima. En definitiva, la versión de Barbirolli sigue ahí, pero el nivel interpretativo de esta lectura, las bondades de la grabación y la cantidad de números que se incluyen –los registros que conozco de la partitura completa no son gran cosa, y además tampoco falta música realmente grande– convierten a esta opción en la número uno para acercarse por primera vez a esta música hermosísima escénica.
PD. Efectivamente, estas líneas han sido escritas para mi propio libro de directores. Veremos.
3 comentarios:
En efecto, Tate me parece que es menospreciado por gran parte de los aficionados, teniendo sinceramente grandes cosas qué ofrecer. Yo me quedo con sus Cuentos de Hoffman, mi versión favorita.
Pues ya me dirá usted que lleva a melómanos y expertos a ningunear a este espléndido director. Los autores del libro citado le dedican un epígrafe a un señor llamado François López-Ferrer, cuyo hito más destacado es ser director asociado de la Sinfónica de Cincinnati. Ah, y ser hijo de Jesús López Cobos. Teniendo en cuenta lo bien parado que sale el maestro zamorano en el libro (demasdiado bien parado, para lo discreto que fue en su etapa al frente del Teatro Real), no debería extrañar que la selección de batutas por motivos que poco tienen que ver con la valía artística. Y el pobre de Tate, con una pedazo de trayectoria, no se merece ni una palabra. Manda narices.
Con mucho interés voy a escucharlo. A Jeffrey Tate, le recuerdo la más maravillosa función de Die Walküre que escuché en mi vida, recordando enormemente en tempi y concepción general a Furtwängler para maravilla y sorpresa de todos. Fue en el Teatro Colón de Buenos Aires, 1996. Sublime.
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