Ya lo dije en otra entrada: tenía el mono de escuchar una gran orquesta haciendo una gran sinfonía, así que aproveché una escapada a Colonia para escuchar, en la gloriosa Philharmonie renana, a la Gürzenich Orchester Köln haciendo la Sinfonía nº 3 de Anton Bruckner bajo la batuta de su titular, François-Xavier Roth. Intenté convencerme a mí mismo de que no se puede juzgar bajo los parámetros de la tradición de los Jochum, Karajan, Celibidache o Barenboim una lectura que discurre por un sendero distinto, el de lo “históricamente informado”: instrumentos modernos, articulación sin vibrato continuo. Al terminar llegué a la conclusión de que no, de que el problema no era yo. Porque el señor Roth no dice absolutamente nada nuevo sobre el compositor. No arroja luces. No nos permite descubrir cosas interesantes, aunque hubiera sido a costa de perder valores que se consideran esenciales: ya se sabe que, entre los grandes directores, los hay que se interesan más por la espiritualidad mientras otros anteponen el conflicto.
Pero no, el problema no estuvo en irse a un extremo u otro. La de Roth fue, sencillamente, una versión mala. Diría que impresentable para tratarse de una orquesta que tuvo durante tres décadas como titular a Günter Wand: trazo poco natural, nulo sentido orgánico de la arquitectura, violencia gratuita, clímax decibélicos en el peor de los sentidos, transiciones mal planificadas… Un Bruckner tallado a hachazo limpio, de alarmante mal gusto (¡qué coda final, santo cielo!) y nulo en valores poéticos, dramáticos o como se quiera decir. Misterio, sensualidad y poesía brillaron por su ausencia. Ah, la edición de la partitura era la inhabitual de 1873. La de Blomstedt, para entendernos. ¿Qué más da?
En la primera parte se estrenó una obra de encargo, el Concierto para clave de Miroslav Srnka: el compositor checo juega con las posibles texturas en las que el clave y la orquesta pueden compartir espacio, pero las pocas ideas que tiene no dan para mucho y se ve obligado a estirarlas hasta ocupar los veinticinco minutos de rigor. Mahan Esfahani demostró absoluto dominio de su instrumento y Roth, que aquí no tenía que interpretar sino simplemente dar indicaciones, resolvió el asunto sin aparentes problemas.
Salí muy, pero que muy cabreado del concierto, con la sensación de haber sido engañado por un maestro, François-Xavier Roth, de escasísimo gusto musical que se ha amparado en “redescubrir” –con instrumentos originales o sin ellos– el repertorio de finales del XIX y de principios del XX para ocultar su propia mediocridad. Menos mal que en el viaje pude volver a visitar mi adorada Aquisgrán, porque si no...
3 comentarios:
Las paradojas que se viven en las salas de conciertos son curiosas. En su día, tuviste ocasión de escuchar el ciclo Beethoven de Barenboim con el Divan en la Philharmonie de Colonia, un evento inolvidable, y ahora has sido testigo de esta Tercera Sinfonía de Bruckner por Roth, que también ha sido… inolvidable, pero en otro sentido… En fin…
Qué me hubiera gustado estar ahí, en ese concierto. Roth ha sido el único director capaz de volver a hacerme disfrutar con su grabación de la Primera de Mahler con Les Siecles. ¡Gustos!
No sé, Ismael, me gustaría percibir qué es lo que encuentras en Roth. Entiendo que te puedan gustar otros artistas que detesto, como por ejemplo Norrington o la Kopatchinskaja, porque tienen un modus operandi bastante claro; tienen unas ideas firmes de lo que quieren hacer y una materialización evidente de esas ideas.
No veo que sea el caso de Roth, en modo alguno: no usar vibrato continuo y tocar obras del siglo XX con instrumentos originales no corresponde a ningún concepto particular. Su Bruckner es violento en demasía, su impresionismo blando... No, no veo ninguna idea identificativa detrás de este señor.
Lo que sí veo es mucho morro, porque por mucho que la organología avanzara durante el primer tercio del siglo, de algunas de las obras que se empeña en "llevar a su época" tenemos grabaciones realizadas por los directores que las estrenaron. ¡Qué mayor "historicismo" que el de La consgración de la primavera por Monteaux o El sombrero de tres picos por Ansermet! Por no hablar de cómo Walter y Klemperer trabajaron codo con codo con Mahler. Si la sonoridad "de época" era tan distinta y tan preferible a la que se adoptaba cuando se realizaron esos registros en los años cincuenta o incluso sesenta, ¿por qué no la imitaron? ¿No será, sencillamente, en que los instrumentos "nuevos", la mayor densidad sonora y el vibrato continuo beneficiaban a las partituras?
En definitiva, Ismael, creo que estás valorando más la novedad, o más bien la presunta novedad, que los valores musicales. Gracias por el mensaje, en cualquier caso.
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