Dado que el asunto está de plena actualidad, vamos a intentar ofrecer algunos consejos para sobresalir en el amarillismo del periodismo musical.
1) Escoger un titular muy llamativo que, en lugar de sintetizar el contenido global del artículo, destaque algún elemento secundario, incluso anecdótico, que llame poderosamente la atención. No se trata de que te lean los melómanos que suelen estar atentos a la crítica musical, sino un público lo más amplio posible, no del todo conocedor, que se crea fácilmente tus trolas.
2) Tomar como objetivo a artistas famosos, sean excelsos, discretos o mediocres. Lo que el lector quiere ver es cómo se le da caña a gente muy conocida. De esta manera pasaremos por críticos y/o periodistas musicales valientes y comprometidos con la realidad. También podemos optar por lo contrario, elogiar desmesuradamente a ese artista amiguete nuestro que es de nivel mediano, pero que –faltaría más– demuestra con su labor artesanal mucha más profesionalidad, honradez y capacidad de servicio a la música que el divo más o menos mediático. Da igual que este último sea capaz de hacer genialidades al alcance de solo unos pocos: el bueno es el otro.
3) Exagerar la realidad llevándola a los extremos, a ser posible enfrentando opuestos: lo malo muy malo, lo bueno muy bueno. Hay que demostrar la pasión propia y, al mismo tiempo, polarizar al lector para que en lugar de analizar las cosas desde diferentes puntos de vista se deje llevar por las cuatro consignas que le queremos transmitir. Fíjate en algún político populista –en España los tenemos de sobra– y comprenderás lo que hay que hacer.
4) Incluir una cantidad interesante de argumentos razonables y de verdades como puños, pero lo suficientemente mezcladas con las medias verdades, las exageraciones o las mentiras completas que nos interese transmitir. Al lector le ha de resultar imposible discernir lo uno de lo otro.
5) Incorporar en el texto algunos elementos de erudición –no confundir con sabiduría: son dos cosas distintas– para demostrar “que se sabe de lo que se habla”, y salpimentarlo con alguna gracieta más o menos ingeniosa.
6) Pasearse por los camerinos tras el concierto buscando una cena con los artistas. Si logras difundir tu imagen de “crítico peligroso” te será fácil obtener una invitación. Da igual que el artista y tú sepáis que no sois amigos de verdad, porque el beneficio de la relación es mutuo: él o ella alejará el posible palo que le puedas pegar, incluso podría conseguir de tu parte críticas extremadamente laudatorias, mientras que tú obtendrás cotilleos valiosísimos que podrás utilizar en textos futuros. Con mucha suerte, si ese músico asciende a un cargo artístico o de gestión, podrás pillar notas al programa, conferencias o tu oscuro objeto del deseo: una responsabilidad como programador, incluso un sueldo a cargo del erario público.
7) Si consigues esto último, debes moderar seriamente tu actividad como crítico, porque ahora desearás programar a muchos de esos artistas de los que tú mismo te has burlado repetidamente. Pero mucho ojo: no lo dejes del todo. Hay que mantener cierta actividad y un núcleo básico de contactos. Cuando finalice tu contrato tendrás que retomar tu dinámica inicial para afrontar un nuevo ciclo. El segundo, el tercero o el que sea. Las posibilidades son infinitas. Y si no, al menos obtendrás entradas gratis para el Festival de Salzburgo.
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