ACTUALIZACIONES
7.II.2022
Añado Ozawa/Chicago, Mehta/Los Ángeles y Mehta/Nueva York.
31.VII.2022
Esta entrada se publicó originalmente el 10 de abril de 2014. He vuelto a escuchar las interpretaciones de Rostropovich, Kondrashin y Temirkanov/Nueva York, modificando en cierta medida los comentarios. Añado Stokovsky/RPO, Maazel/Cleveland, Temirkanov con imágenes y Mehta y Gimeno en la Digital Concert Hall.
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No creo que Scheherezada, Scheherazade o como demonios se
escriba necesite presentación alguna por mi parte. Baste recordar que
Rimsky-Korsakov la compuso en 1888 y que sus movimientos son los
siguientes:
1 - El mar y la nave de Simbad.
2 - La historia del príncipe Kalendar.
3 - El joven príncipe y la joven princesa.
4 - Festival en Bagdad. El barco se estrella contra un acantilado coronado por un jinete de bronce.
Lo que sí podemos apuntar, antes de pasar a nuestro habitual repaso de
versiones discográficas, es que se adivinan tres grandes líneas
interpretativas: la rusticidad y el sentido teatral de corte ruso, la
opulencia y densidad germánicas, y el sensual difuminado
protoimpresionista de sabor francés. Markevitch, Karajan y Ozawa son
ejemplos claros de cada una de ellas, aunque la mayoría de los
directores se mueven en una zona intermedia de este triángulo
acercándose a uno u otro de sus ángulos en función de su particular
sensibilidad.
1. Monteux/Sinfónica de San Francisco (RCA, 1942). Una duración de 38’46’’, cuando la media se acerca a los tres cuatros de hora, ya nos pone en alerta ante una interpretación que, efectivamente, no se encuentra muy paladeada y está fraseada sin grandeza ni sensualidad, sino más bien con cierto nerviosismo. A cambio, el ya veterano maestro parisino –sesenta y siete años contaba por entonces– nos entrega una buena dosis de energía y sentido teatral, también algún que otro exceso, en una interpretación que resulta ante todo vivaz, colorista y pintoresca. Así las cosas, lo menos convincente es un tercer movimiento muy rápido y dicho de pasada, y lo mejor una fiesta en Bagdad muy vistosa, seguido por un naufragio de gran fuerza expresiva. La orquesta norteamericana está lejos de los estándares de hoy día; Monteux, curiosamente, no la hace sonar muy a la francesa, sino más bien con cierta rusticidad sonora. El violín de Naoum Blinder aporta poco. (7)
2. Fricsay/Sinfónica de la Radio de Berlín (DG, 1956). Toma monofónica de muy buena calidad para una interpretación de enfoque muy germánico, de sonoridades densas y robustas, apreciable pathos y tempi deliberados –lentísimos en el tercer movimiento– que permiten paladear las melodías con extraordinario primor y rica acentuación. El problema es que con semejante enfoque al maestro se le va un poco la mano y el resultado es un tanto pesante, sin todo el sentido narrativo que debiera y no siempre con toda la poesía posible; el pulso mejora de manera considerable en un cuarto movimiento mucho más ortodoxo y con mucha garra. (7)
3. Beecham/Royal Philharmonic (EMI, 1957). Notabilísima realización que opta por lo atmosférico, sensual y evanescente sin perder pulso y sin caer en el narcisismo, todo ello evitando igualmente la tosquedad y lo efectista. Sólo se echa de menos un punto más de tensión dramática y de variedad expresiva, como también de claridad orquestal. Muy bueno el violinista, aunque quizá no todo lo poderoso y rebelde que debiera en determinados momentos. Toma sonora espléndida para la época. (8)
4. Von Matacic/Philharmonia (EMI-Testament, 1958). Respaldado de manera inmejorable por la formación de Klemperer, que ofrece una verdadera lección de virtuosismo –impresionante la Fiesta en Bagdad–, el maestro croata ofrece una interpretación rigurosa en todos los sentidos, esto es, trazada de manera ejemplar, ajena a cualquier devaneo sonoro y al orientalismo de bazar, y bien tensada hasta alcanzar momentos muy escarpados y de gran carga dramática –choque de Simbad contra las rocas–, pero también en exceso sobria y objetiva, ajena a la poesía, a la sensualidad y a la magia sonora que sin duda piden los pentagramas. Un poco como si el titular de la Philharmonia –no muy inspirado el violín, por cierto– hubiera estado vigilando desde los pasillos del estudio de grabación… Buen sonido estereofónico. (7)
5. Kletzki/Philharmonia (EMI, 1959?). La Philharmonia vuelve a mostrarse pletórica en esta interpretación que sigue la misma línea de la realizada poco antes con Von Matacic, es decir, sobria, rigurosamente trazada y ajena a preciosismos sonoros, además de recorrida por un admirable carácter dramático, pero esta vez con un maestro que alcanza un grado bastante superior de inspiración y comunicatividad. El viaje de Simbad alcanza así una enorme grandeza, las aventuras del Príncipe Calender poseen elevado sentido narrativo y la fiesta en Bagdad resulta trepidante sin dejar de estar maravillosamente controlada. Un poco más de encanto y sensualidad en el tercer movimiento y esta interpretación podría considerarse como una de las referencias. El violín de Hugh Bean, por su parte, ofrece momentos muy encendidos. La toma sonora original parece extraordinaria pero, como ya expliqué en este blog, el ripeo de Lp realizado por Amazon resulta aberrante. (9)
6. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1959). Una pena que Lenny no volviese a registrar esta obra en su etapa de madurez, porque este temprano registro ya apunta maneras con un fraseo amplio y cantable –los tempi son lentos–, un buen sentido de los contrastes, algunas interesantes aunque no siempre convincentes aportaciones personales y, desde luego, la inmediatez y comunicatividad –admirable la Fiesta en Bagdad– que caracterizaban al artista norteamericano. Por desgracia, la poesía y la capacidad de fascinación que demandan los pentagramas no terminan de aflorar en esta en cualquier caso notable interpretación. Tampoco es que la New York Philharmonic y su concertino, John Corigliano padre, sean para tirar cohetes. Buena la toma estereofónica. (7)
7. Ansermet/Orquesta de la Suisse Romande (Decca, 1960). Esta justamente aclamada interpretación seduce inmediatamente por su frescura, inmediatez, vivacidad, rico sentido del color, encanto naif en su punto justo, brillantez sin excesos y fraseo de maravillosa naturalidad. Solo hay que reprochar el pasaje trivialmente resuelto del violín dialogando con la orquesta en los vaivenes marinos del primer movimiento y, desde luego, una Fiesta en Bagdad sin el carácter trepidante ni el virtuosismo –la orquesta tampoco es muy allá– de otras grandes lecturas. La toma sonora es portentosa para la época. (9)
8. Reiner/Sinfónica de Chicago (RCA, 1960). En una línea épica, narrativa y espectacular es imposible superar este prodigio de frescura, tensión dramática y sincerísima comunicatividad, todo ellos sin recurrir a la brocha gorda ni al efectismo y sin perder el lirismo de los momentos más introvertidos. Sidney Harth sigue muy bien esta línea con un punto de rebeldía. Impresionante la orquesta, aprovechada de manera admirable por una batuta de no menor virtuosismo. (10)
9. Markevitch/Sinfónica de Londres (Philips, 1962). Una lectura muy alejada del narcicismo, lo preciosista y lo decadente, mucho antes narrativa y teatral que ensoñada, que en lo sonoro deja de lado cualquier hedonismo para decantarse por el contrario por una rusticidad y una aspereza bien entendidas que le otorgan un intenso sabor ruso. El trazo, por descontado, es irreprochable, la vulgaridad y el efectismo están por completo ausentes y la intensidad más sincera se pone siempre por delante. Erich Gruenberg está en la misma línea. Ilocalizable durante largo tiempo, el registro ha sido recuperado en la caja The Philips Legacy editada por Decca Eloquence. (9)
10. Stokowski/ Sinfónica de Londres (Decca, 1964). Como era de esperar, el mítico Leopold juega la carta de la espectacularidad y el colorismo haciendo gala de su habitual mal gusto, siendo el resultado una lectura extremadamente vistosa pero gruesa y tendente a lo vulgar, poco matizada, estridente y con detalles chirriantes, amén de parca en lirismo y verdadera emoción. Menos mal que el violín de Gruenberg vuelve a estar magnífico. (6)
11. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1967). Un catálogo de
todos los defectos y virtudes del maestro salzburgués, es decir,
suntuosidad orquestal, contrastes dinámicos extremados, ampulosidad,
detallismo, refinamiento, brillantez, sentido del color, algún capricho,
etc. En conjunto va de menos a más. Schwalbé a veces resulta blando,
quizá por culpa de la batuta. (8)
12. Ozawa/Sinfónica de Chicago (EMI, 1969). Los chicagoers vuelven a estar espléndidos nueve años después del registro con Reiner, pero bajo la batuta de Ozawa suena –era de esperar– menos brillante y más sedosa. Sea como fuere, la batuta del oriental ofrece una muy sólida recreación, natural en el trazo y atenta al detalle, pero no muy personal y poco creativa en comparación con el prodigio que realizaría en 1977 con la Sinfónica de Boston. La toma, realizada en el Medinah Temple, no se ha conservado nada bien. (8)
13. Rostropovich/Orquesta de París (EMI, 1974). Con una batuta
lenta y pausada pero no carente de pulso interno, un Rostropovich
creativo y especialmente inspirado –impresionante la grandeza opresiva de los metales en los primeros compases– disecciona todos los ángulos de la
partitura desde el punto de vista tímbrico y melódico al tiempo que
despliega un arrebatador lirismo y, en el último número, una
irresistible tensión dramática, todo ello sin caer en efectismos ni
blanduras. El resultado sería una interpretación de absoluta referencia
si no fuera porque el violín de Luben Yordanoff, lírico y hermoso, no ofrece especial
personalidad. En su momento circuló una edición cuadrafónica: no
perdemos la esperanza de que algún día se recupere esta imagen sonora
original. (10)
14. Mehta/Filarmónica de Los Ángeles (Decca, 1974). En el mejor momento artístico de su carrera –que no el de mayor prestigio–, el joven Mehta ofrece una lectura no solo dotada de la solidez y profesionalidad en él esperables, sino también de elevada inspiración poética, particularmente en un tercer movimiento lento (12’08’’) y muy bien paladeado, tierno solo en su punto justo, atmosférico sin dejarse embriagar por el perfume, en el que trata con una plasticidad maravillosa a la cuerda californiana (¡qué violonchelos!) sin dejar de obtener un empaste redondo de los metales y una brillantez sonora que no anula el trazo fino en los detalles orquestales, muy bien clarificados. El planteamiento de dinámicas y tensiones, digno de admiración, como también es la impresionante toma sonora responsabilidad de Gordon Parry y Colin Moorfoot. (9)
15. Stokowski/Royal Philharmonic (RCA, 1975). Quién lo iba a decir: un Stokowski a punto de cumplir los noventa y tres se mete en Abbey Road y ofrece una lectura abiertamente superior a la que hizo once años atrás para Decca, moderando de manera muy considerable su proverbial mal gusto y manteniendo toda la frescura, la inmediatez expresiva, el colorido y la brillantez que el maestro es capaz de destilar en sus momentos más inspirados. Cierto es que frases algo rebuscadas y algún arreglillo en la orquestación made in Leopold, pero la magia sonora del maestro termina triunfando. Erich Gruenberg, una vez más, realiza una labor extraordinaria en sus decisivos solos. (9)
16. Maazel/Orquesta de Cleveland (Decca, 1977). A sus cuarenta y siete años de edad y en plenitud de sus asombrosas facultades, el maestro franco-americano ofrece una interpretación trazada y expuesta con un cuidado, un equilibrio y una transparencia admirables, con una naturalidad y lógica arquitectónicas para quitarse el sombrero, paladeada con holgura sin caer en la pesadez y refinadísima sin acercarse siquiera al amaneramiento. En lo expresivo, además, logra combinar la fuerza dramática con una dosis importantísima de sensualidad, de atmósfera y de magia onírica, apuntando ya a lo que será poco más tarde su grabación en Berlín, preferible por la orquesta y, sobre todo, por un violín más importante que el del meramente correcto Daniel Majeske. Formidable la toma. (8)
17. Ozawa/Sinfónica de Boston (DG, 1977). El maestro oriental es un verdadero mago de la elegancia, el refinamiento y el colorido sensual. Cuando la dosis de estos componentes es excesiva o no se acompañan de la suficiente tensión sonora, los resultados pueden ser superficiales e incluso blandos. Cuando se encuentran en su punto exacto y la sinceridad prima por encima del preciosismo, se puede alcanzar la excelsitud de esta Scheherazade desde luego mucho antes occidental que rusa y más ensoñada que narrativa, pero de una poesía naif –en el buen sentido– realmente embriagadora, de un virtuosismo supremo –tanto por la batuta como por la increíble orquesta– y de una belleza seguramente insuperada: el comienzo del tercer movimiento es de oírlo para creerlo. Magnífico el violín de Joseph Silverstein, y espléndida la grabación. Ha sido reeditada a precio barato en la serie Eloquence, así que su conocimiento es obligado. (10)
18. Kondrashin/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 1979). Pueden echarse de
menos la electricidad y la rusticidad de un Markevitch, como también la
brillantez de Reiner, pero esta interpretación es un prodigio por la
plasticidad que la batuta obtiene de la prodigiosa orquesta, por su
dulce ternura e intimismo que nunca se acerca a lo blando y lo
amanerado, por su carácter sensual y atmosférico, por su comunicatividad
y elocuencia, por su mágico perfume oriental, por la cantidad de
detalles que se revelan en la orquestación sin renunciar buen pulso
dramático, por la grandeza de sus momentos épicos… En el príncipe Kalender las “ebulliciones” de los pizzicati son lentas y ofrecen una plasticidad asombrosa, mientras que en “el joven príncipe y la princesa” el maestro se adentra en el intimismo y logra destila inocencia y fragilidad sin ceder lo más mínimo a lo preciosista o lo excesivamente tierno. Francamente bien el violín de Krebbers. Otra referencia, magnificada además por una toma
sonora portentosa. (10)
19. Celibidache/Orquesta de la SWR de Stuttgart (DG, 1982). Batiendo los récords de
duración hasta la fecha (49’59’’, luego se superaría a sí mismo) y
sacando petróleo de una orquesta que no es nada del otro jueves, el
maestro rumano construye una interpretación muy personal –a veces en
exceso–, minuciosamente diseccionada, atmosférica antes que descriptiva,
dicha con tanta delectación como sensualidad, pero sin que decaiga
nunca la tensión dramática –asombroso el arco de tensiones pese a la
lentitud– y sin el menor asomo de blandura, aunque su visión sea
–lógicamente– antes protoimpresionista que propiamente rusa. El violín
de Hans Kalafusz evidencia un sonido algo débil al principio, pero en el
cuarto movimiento –dolientes ruegos al principio del mismo, mágica paz
del final– logra por fin estar a la altura. La toma sonora, excelente
para ser de origen radiofónico. (10)
20. Celibidache/SWR Stuttgart (DVD Euroarts, 1982). Filmada en estudio, sin espectadores, esta interpretación parece ser más o menos la misma que la editada en audio por DG. La filmación pierde de manera muy considerable en calidad sonora –monofónica y de discreta calidad–, pero nos permite a ver a Celi en acción y asistir a los ensayos. (10)
21. Muti/Orquesta de Philadelphia (EMI, 1982). Esta interpretación a cargo de otra de las grandísimas orquestas norteamericanas es el reverso justo de la de Ozawa en Boston: Muti se deja de ensoñaciones orientalistas, perfumes embriagadores y delicadeza naif para ofrecernos en su lugar una lectura poderosísima, viril, por momentos muy escarpada y de enorme sentido teatral, además de dotada de una rusticidad sonora bien entendida –por descontado, la orquesta está soberbia– que sintoniza bien con la vertiente más puramente rusa de la partitura. El resultado carece de la magia sonora y el refinamiento que Ozawa obtenía en los movimientos centrales, pero en contrapartida los dos extremos alcanzan unas cotas inigualadas de tensión y fuerza dramática, todo ellos sin caer en lo cargante y sin la menor concesión al efectismo. Muy bien el violín de Normal Carol. (10)
22. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1983). La excelencia de la toma sonora no logra disimular que ni la orquesta canadiense está, pese a su buen nivel, a la altura de las realmente grandes, ni Dutoit pasa de ser, en este repertorio, un maestro de enorme solidez capaz de ofrecer brillantez y musicalidad en su punto justos dentro de una irreprochable arquitectura sonora, pero carente de imaginación, riesgo y esa auténtica inspiración poética que demandan los pentagramas. El primer movimiento, en este sentido, queda bastante soso, aunque globalmente la interpretación sea notable. (7)
23. Celibidache/Filarmónica de Munich (EMI, 1984). Solo han transcurrido dos años, pero aquí Celi se pasa con los tempi hasta el extremo de que llegan a ser irritantes (54’11’', una barbaridad) y el conjunto, sin verse en absoluto afectado por la blandura, resulta construido de manera algo discontinua. Por lo demás hay que destacar un prodigioso sentido del color, de la atmósfera y de la sensualidad, así como la existencia de muchos detalles y descubrimientos, algunos de relevancia y otros más bien excéntricos. El violín se esfuerza, pero la extrema lentitud le juega alguna mala pasada. (9)
24. Ashkenazy/Royal Philharmonic (Decca, 1985). Artesanía de primera fila esta interpretación versión colorista, refinada y naif en su punto justo, dicha con fluidez, buen sentido narrativo e irreprochable buen gusto, además de magníficamente dicha, a la que le falta por un lado mayor garra dramática y por otro mayor capacidad de fascinación sonora y poesía, sobre todo en el tercer movimiento. Bellísimos los diálogos del arpa con el violín sensible y delicado de Christopher Warren-Green. La toma sonora, sensacional. (9)
25. Maazel/Filarmónica de Berlín (DG, 1985). El maestro francoamericano deja a un lado esos amaneramientos en los que a veces cae para ofrecer una recreación sensata, muy bien paladeada, más orientada a la ensoñación sensual y evanescente proto-impresionista que a la narratividad o la brillantez, y por ello mismo necesitada en algún momento de un último punto de nervio, de garra. En cualquier caso, está espléndidamente dirigida y se encuentra tocada de fábula por una orquesta que justo ese año iba a ver seriamente deterioradas sus relaciones con Karajan. No en vano, Maazel se iba a convertir en uno de los favoritos a la sucesión. Admirable el violín de Leon Spierer, y notabilísima la toma de sonido gracias a su amplia gama dinámica. (9)
26. Mehta/Filarmónica de Israel (CBS, 1987). Los trece años que transcurren entre su grabación en Los Ángeles y esta en Tel Aviv son la distancia entre un director joven y comprometido y otro que sigue albergando enorme talento, pero que ya no está tanto por la labor. Que ahora se despache El príncipe y la princesa en 10’26’’ –minuto y medio menos que antes– resulta significativo de un acercamiento en el que siguen primando la opulencia sonora y el enfoque mayormente viril, descriptivo e inmediato, sin estar tan atento al modelado de la orquesta y careciendo de la magia poética de entonces. El violín de Uri Pianka no es nada del otro mundo. La toma sonora tampoco llega a la altura de la anterior, aunque sea ya digital. (8)
27. Mackerras/Sinfónica de Londres (Telarc, 1990). El
imprevisible y desconcertante músico australiano ofrece una versión que
busca acentuar los contrastes entre los movimientos extremos, una nave
de Simbad enfrentada a una tormenta muy escarpada y una fiesta en Bagdad
particularmente ágil y virtuosística, frente a unos movimientos
centrales de una delicadeza más fría y exquisita que sensual o emotiva,
justamente la misma líneas que ofrece el muy femenino violín de Kees
Hulsmann. (7)
28. Temirkanov/Filarmónica de Nueva York (RCA, 1991). La primera edición en compacto no hacía justicia a esta interpretación: sonaba algo turbia. El reprocesado de 2001, sin embargo, nos permite apreciar con espléndida ingeniería una interpretación sonada con enorme belleza e interesantísima en su concepto por llegar a un punto de encuentro entre el sabor propiamente ruso que Temirkanov tan bien conoce y un tratamiento de timbres y texturas que se aproxima al impresionismo, particularmente en un tercer movimiento que destila una sensualidad, un refinamiento y una ternura fuera de lo común. A destacar los numerosos y personales matices agógicos del maestro, así como la extraordinaria resolución de toda la secuencia de la fiesta, brillante y apasionada sin el menor escándalo, del choque del barco contra las rocas y la transición hacia un final verdaderamente mágico. Glenn Dicterow se muestra muy centrado, aunque más aún hay que aplaudir al arpa o al timbalero, soberbio este último en la citada escena del naufragio. (9)
29. Barenboim/Sinfónica de Chicago (Teldec, 1993). La batuta obtiene un admirable punto de equilibrio entre lo rústico, lo dramático, lo narrativo y lo lírico, evitando toda grandilocuencia pero consiguiendo una enorme grandeza. Administra además muy bien las tensiones, paladea las melodías con sosiego, gradúa con acertado sentido las dinámicas y ofrece más de un detalle personal. El problema es que se echa de menos algo más de ternura, sensualidad, vitalidad, chispa… De variedad expresiva, en definitiva, lo que no quita que haya momentos extraordinarios como el arranque del segundo movimiento –portentoso el modo en que frasean las maderas– o el choque de Simbad contra las rocas –increíbles los metales de Chicago–. Samuel Magad ofrece un sonido muy carnal. La toma sonora, en vivo, dista de ser todo lo buena que debiera. (8)
30. Ozawa/Filarmónica de Viena (Philips, 1993). Pese a tener a su disposición a una orquesta casi tan virtuosística como la de Boston y con solistas aún más musicales, empezando por el violín maravilloso de Rainer Honeck, el maestro oriental no solo no supera su grabación para DG sino que da un paso atrás con esta lectura menos concentrada y paladeada, un punto blanda e incluso menos poética, particularmente en un tercer movimiento que ha perdido buena parte de su magia. El cuarto movimiento sí es magnífico, pero para entonces es ya demasiado tarde. La toma sonora, en vivo, tampoco iguala la magnífica anterior. (8)
31. Gergiev/Orquesta del Teatro Kirov (Philips, 2001). Primer movimiento en exceso ampuloso y estudiado, poco natural. Segundo y tercero más que correctos, pero algo toscos, con escasa poesía y ninguna magia. Cuarto fogosísimo, muy tosco y de cara a la galería. Violín afectado y pretencioso. ¿Dónde demonios está la presunta sintonía del maestro ruso con este repertorio? Por si fuera poco, la confusa y reverberante grabación acentúa los defectos interpretativos. Disco sin interés. (6)
32. Van Immerseel/Anima Eterna (Zig-Zag, 2004). Primera, y probablemente por muchos años, única interpretación de esta obra con instrumentos originales. Estos no aportan nada especial, como tampoco lo hace el maestro belga: el trazo es cuidadoso, la orquesta responde muy bien –excelente el violín de Midori Seiler– y la batuta procura equilibrar brillantez, sensualidad y refinamiento en su grado justo, pero la poesía no aparece por ningún lado. Hacen falta imaginación, efusividad, colorido, entusiasmo... A la postre, una versión más. (7)
33. Nelsons/Orquesta del Concertgebouw (Blu-ray Cmajor, 2011). He
aquí una interpretación de perfecta ortodoxia, en el punto justo de
equilibrio entre lo ruso y lo digamos “occidental”, que alcanza el grado
máximo de perfección merced a un Nelsons de técnica soberbia y enorme
inspiración que derrocha sensualidad, colorido, capacidad para la
narración y garra dramática, así como de atención al matiz expresivo,
sin necesidad de inventar nada, de caer en la excentricidad o de
abandonarse al narcisismo. Todo en esta interpretación es admirable,
pero se podría destacar, por decir algo, cómo gradúa las tensiones desde
un comienzo muy sensual y ensoñado hasta unos clímax de enorme grandeza
en el primer movimiento. Cómo matiza con sutileza las dinámicas en el
segundo. Cómo consigue esa difícil mezcla de ternura y pasión en el
tercero. O cómo ofrece una agilidad y claridad extremas. En este sentido
hay que quitarse el sombrero ante el virtuosismo literalmente
insuperable de la orquesta holandesa, cuajada además de solistas de
musicalidad asombrosa. Solo el violín, magnífico, vacila un poquito
justo al final. Toma sonora absolutamente extraordinaria, sobre todo
para quien disfrute de un equipo multicanal. (10)
34. Flor/Filarmónica de Rotterdam (YouTube, 2011). Después de una
época donde pareció despuntar en el mundillo discográfico, Claus Peter
Flor ha estado desaparecido durante lustros de hasta que el formidable
canal de YouTube de Avro nos lo ha recuperado, fonográficamente
hablando, con esta Sheherazade que, sin alcanzar el máximo grado
de inspiración posible, rezuma intensidad, comunicatividad y sinceridad
por los cuatro costados, como también una buena dosis de sensualidad, de
lirismo bien entendido y de sentido épico, todo ello expuesto con una
técnica formidable –espléndida gradación de tensiones en el primer
movimiento, intensísimo clímax del tercero– y con enorme acierto a la
hora de matizar las intervenciones solistas –memorables clarinete y
corno inglés en el segundo–. La actuación del violín solista es algo
irregular. (9)
35. Temirkanov/Filarmónica de San Petersburgo (Blu-ray Euroarts, 2013). Se nota en su semblante que el veterano maestro ruso disfruta sobremanera interpretando una obra que conoce al dedillo y de la que es capaz de ofrecer una recreación al mismo tiempo ortodoxa y personal, clásica pero trufada aquí y allá de decisiones en los tempi y en las líneas instrumentales que a veces funcionan muy bien y otras no tanto, pero que en cualquier caso permiten que no sintamos que perdemos el tiempo ante una interpretación más. A destacar, como en su registro en Nueva York veintidós años atrás, la sensualidad del tercer movimiento y la espectacularidad bien entendida que es Temirkanov capaz de desplegar en el cuarto. Lástima que el primer violín no sea muy allá. Toma sonora solo en estéreo con fuerte compresión dinámica. En YouTube, gratis y completamente legal. (8)
36. Mehta/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2019). El maestro indio se acerca al podio haciendo uso de un bastón, como anunciando lo que a continuación se va a escuchar, una interpretación otoñal. Los tempi son relativamente lentos, el fraseo amplio y voluptuoso, el colorido sensual, la expresión tierna y amorosa… Pero todo ello no solo sin alcanzar la magia poética de un Celibidache, sino también a costa de cierta falta de tensión interna, particularmente en un primer movimiento que avanza morosamente y sin garra dramática. El nivel interpretativo sube gracias a una orquesta que suena con todo ese músculo que tanto le gusta a Mehta, y que ella sabe ofrecer como ninguna otra. Está francamente bien –muy femenino– el primer violín, pero me quedo con el clarinete de Wenzel Fusch y con la flauta de Mathieu Dufour. Imagen 4K y sonido Dolby Atmos. (8)
37. Gustavo Gimeno/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2021). Llama la atención el hecho de que en su debut frente a la mítica formación alemana, Gimeno decida no recrearse en el músculo, la robustez y la potencia sonoras que habitualmente asociamos con la misma. Antes al contrario, el valenciano recuerda a su maestro Abbado en su intención por hacerla sonar con menos densidad, incluso con cierta ligereza, amén de con un extremado refinamiento tímbrico. No cae, por ventura, en los preciosismos ni en los amaneramientos en lo que sí caía su mentor, por lo que a la postre nos ofrece una interpretación ante todo ágil, vivaz y colorista, interesada antes por la inmediatez descriptiva que por la opulencia sinfónica, por ello mismo no muy atmosférica ni dotada de especial poesía, pero sí magnífica en el trazo -todo se encuentra planificado al milímetro-, admirable en lo que a transparencia se refiere y de una frescura que le sienta de maravilla a una partitura tan manida. Bien el violín de Noah Bendix-Balgley, y excelsos Emmanuel Pahud a la flauta y Wenzel Fuchs al clarinete. Stefan Schweigert posee una técnica soberbia, pero su decisivo solo de fagot al principio del segundo movimiento resulta en exceso rebuscado. (8)
1 comentario:
Emmanuel toca en mayo en el Auditorio de Barna con la OBC y a la dirección Juanjo Mena...ahí lo dejo.
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