Este fue uno de los primeros discos compactos que tuve en mi vida: Daniel Barenboim dirigía a la Sinfónica de Chicago Romeo y Julieta de Tchaikovsky, Capricho español y La gran pascua rusa de Rimsky-Korsakov y Noche en el monte pelado de Mussorgsky en el arreglo de Rimsky. Se trataba, en realidad, del trasvase a soporte digital de un vinilo editado en 1977, pero suprimiendo las Danzas polovtsianas de Borodin por la página de Tchaikovsky, esta grabada ya con sonido digital; sensacional interpretación, ciertamente, pero el programa quedaba alterado. Las Danzas salieron luego en diferentes ediciones, una de ellas suprimiendo los dos minutos iniciales (Danza de las doncellas polovtsianas: gracias a Ángel Carrascosa por el dato).
Pues muy bien, el pasado viernes Deutsche Grammophon nos sorprendía con la edición, solo vía streaming, del elepé original con sonido sustancialmente mejorado: si antes sonaba francamente bien, ahora lo hace de escándalo. Si lo escuchan en Dolby Atmos –hay que tener equipo preparado a tal efecto y estar suscrito a una plataforma con este sistema–, ya ni les cuento.
Volver a estas interpretaciones que tengo tan “requeteescuchadas” ha sido un verdadero placer. Primero, por disfrutarlas en condiciones sonoras mejores que las de antes. Segundo, por confirmar que este señor, a sus treinta y cinco años, dirigía maravillosamente bien este repertorio.
Lo más interesante es que no son estas lecturas altamente temperamentales, de esas de director joven en las que priman el impulso, la brillantez y la comunicatividad. Lo que me ha maravillado, y de eso no me daba cuenta cuando estaba estudiando en Sevilla y me compré el disco, es cómo Barenboim se esfuerza por diseccionar todos y cada uno de los elementos del entramado sinfónico. Lo que hace con Chicago no es precisamente potenciar la opulencia y la brillantez que la formación de Solti podía ofrecer, allá por los años setenta, mejor que ninguna otra –hoy la cosa está más igualada–, sino más bien aprovechar su virtuosismo extremo para alcanzar una limpieza y una claridad que con ningún otro director –repito: con ninguno– se haya conocido. Por no hablar de la administración de tensiones: repárese en cómo empieza la Noche… sin demasiada electricidad y va acumulando energía hasta un clímax lleno de fuerza, para inmediatamente después ir reposando no bruscamente, sino de manera gradual. En lo expresivo hay repertorios en los que el maestro tendría aún que madurar –a su impulsivo Bruckner con la misma orquesta aún le sobraba nerviosismo y le faltaba poso reflexivo–, pero en lo que a técnica de batuta se refiere, este joven ya la poseía en grado superlativo. ¡Y no pocos críticos musicales, los que en su momento fueron más significativos de la revista Scherzo, sostuvieron desde entonces hasta los años noventa que era un pianista metido a director! No se puede ir más allá en sordera y fata de sensibilidad.
Dos cosas más a destacar. Una, la manera en la que Barenboim frasea con naturalidad y sin prisa alguna, paladeando de maravillosa manera todas las melodías –un poco menos el celebérrimo tema lírico de Príncipe Igor–, pero cuidándose mucho de no perder el pulso, y sin dejar tampoco (¡faltaría más, teniendo a los chicagoers a su servicio!) de ofrecer toda la “caña” que estas músicas piden. Dos, el enorme instinto a la hora de no occidentalizar demasiado esta música, es decir, de no suavizar texturas, caer en preciosismos sonoros, buscar contrastes dinámicos excesivos o “brahmsificar” la sonoridad, para dejar que cierta rusticidad bien entendida, incluyendo cierta “chulería” en los metales, se ponga de manifiesto. En fin, un enorme, grandísimo disco felizmente recuperado después de muchos años. Escúchenlo una y otra vez.
4 comentarios:
Estupenda música, magnífica interpretación, -canela fina- en verdad.
He escuchado atentamente este reprocesado que me has pasado -¡gracias!- y que ha clarificado las texturas orquestales como no podría haberme imaginado. De las interpretaciones, te diría que la que menos me ha convencido -en algunos momentos me resulta un poquito melosa- ha sido la de las Danzas de El príncipe Igor. Pero la que más me ha dejado literalmente pasmado: el Capricho español es de no dar crédito, tanto por lo que se refiere a la batuta -avasalladora- como a la orquesta, cuyos solistas son, uno a uno, un puro escándalo. Lástima que no sepamos quién es el violín solista, un fuera de serie total. Es, de lejos, la mejor versión que conozco. Y, todavía hoy, la que mejor suena. Buenísima la versión de La gran pascua rusa, y más que eso, aún, la de Noche en el Monte Pelado.
Angel Carrascosa.
Sin poder asegurarlo al 100 %, el solo de violin del Capricho Español es bastante probable que sea de Victor Aitay, concertino en aquella época de la Sinfónica de Chicago. Suyo es el de la Cuarta de Schumann de DG, por ejemplo. J.S.R.
Sin poder asegurarlo al 100 %, el solo de violin del Capricho Español es bastante probable que sea de Victor Aitay, concertino en aquella época de la Sinfónica de Chicago. Suyo es el de la Cuarta de Schumann de DG, por ejemplo. J.S.R.
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