Venga, como este sábado espero escuchar las cuatro Suites orquestales de J. S. Bach a Antonini con la Barroca de Sevilla, vamos a por una comparativa de la más famosa de la serie, la n.º 3, BWV 1068. Si todas las versiones escogidas son H.I.P. no se debe en absoluto a que desdeñe las lecturas tradicionales: simplemente, he intentado facilitarme las cosas. Tal vez en el futuro amplie esta lista con interpretaciones "de las otras".
Dos cosas antes de continuar. Una, recordar que el intérprete se puede plantear aquí diversas posibilidades: número de instrumentistas de cuerda, repetición o no de la sección fugada de la Obertura, violín solista en esta última y en la celebérrima Aria, diseño del bajo continuo, etc. Segunda, que esto de poner puntuaciones no es más que un juego para que todos nos divirtamos. La música está abierta a muchas posibilidades y simplemente quiero comentarles a ustedes cuáles me gustan más y cuáles menos. Las cosas serias se las dejo a los musicólogos, que para eso están.
1. Pinnock/The English Concert (Archiv, 1978). Tal vez revolucionaria para la época, la propuesta de un entonces jovencísimo Pinnock resulta hoy un dechado de sensatez, ortodoxia y buen gusto. Los aspectos puramente formales apuestan por la nueva línea HIP, pero la admirable tradición británica de la “tradición renovada” de un Leppard o un Marriner se hacen aquí presentes en una lectura admirablemente expuesta, equilibrada tanto en la forma como en la expresión, muy fluida en el fraseo –no es necesario acentuar claroscuros–, elegante al tiempo que sensual y dotada de una enorme musicalidad. Un acierto el Aria (4’49’’), en manos de un Standage que canta con delectación y ornamenta con buen gusto. Pinnock aporta carácter bullicioso con un clave que, como era habitual en Archiv, está grabado con excesiva presencia. (9)
2. Kuijken/La Petite Bande (Deutsche Harmonia Mundi, 1981). Notable propuesta belga para el momento en el que salió al mercado, rigurosa en su planteamiento HIP pero en todo momento muy sensata, dicha sin prisas y con buena caligrafía, que en lo expresivo resulta más solemne y menos luminosa que la de Pinnock. Las Gavotas quedan más severas de la cuenta y, en general, se echan de menos sensualidad y frescura. Espléndida labor la del clavecinista Robert Kohnen. La toma podría ser mejor. (8)
3. Harnoncourt/Concentus Musicus Wien (Teldec, 1984?). El berlinés, que ya había grabado la obra muchos años atrás –no he podido escuchar la grabación– es fiel a sí mismo y deja bien claras sus señas de identidad: sonoridad áspera, fraseo seco e incisivo, contrastes marcados, excesos de los metales y una cierta agresividad general que, siendo atractiva, relega lo que esta música tiene de sensualidad y de vuelo lírico. En este sentido, el Aria se resiente de una rigidez y una frialdad alarmantes. Tampoco acierta el maestro mucho en la construcción de la arquitectura: las secciones fugadas –hay repetición– del primer movimiento arrancan con una flacidez considerable, y el diseño no queda del todo claro. También las Gavotas sufren altibajos en las tensiones. Formidables, por el contrario, los dos movimientos conclusivos gracias a su impulso rítmico. La orquesta no suena equilibrada, y tampoco es ninguna maravilla. (6)
4. Hogwood/The Academy of Ancient Music (Decca, 1985). Escuchar este registro después del de Harnoncourt resulta revelador. La orquesta es apreciablemente superior, el equilibrio de planos es mucho más convincente, el fraseo resulta mucho más fluido y elegante. Se pierde en pesadez y en agresividad, se gana en elegancia, chispa y luminosidad. El oyente disfruta mucho más de la música. La fuga, bastante mejor delineada, es pura efervescencia. Flojea de manera muy considerable el Aria, quizá por demasiado british. Por cierto, de lo más haendeliana la trompeta en el tercer movimiento. Formidable el clave del propio Hogwood, y excelente la grabación. (8)
5. Goebel/Musica Antiqua Köln (DG, 1985). El alemán registró su interpretación dos meses más tarde que Hogwood. Ambos coinciden en la rapidez de los tempi, en la vitalidad desbordante y en la efervescencia de su enfoque, pero también hay diferencias importantes. El alemán opta por una plantilla reducida y, paradójicamente, busca una sonoridad más poderosa y contrastada, se interesa más por marcar el ritmo –a veces resulta mecánico–, pierde en elegancia y se atreve más con los timbres y acentos. La incorporación de dos claves, nada menos que Andreas Staier y Henk Bouman, es un hallazgo. El problema está en el Aria (4’35’’), aquí concebida desde un estricto camerismo en el que el propio Goebel se adelanta a su tiempo ofreciendo toda clase de ornamentaciones y amaneramientos propios del movimiento HIP posterior. Confieso que, después de muchos años repetidas audiciones de este disco, me he terminado acostumbrando. (8)
6. Koopman/Orquesta Barroca de Ámsterdam (Erato, 1988?). El maestro holandés parece querer alcanzar una síntesis entre las diferentes propuestas de sus colegas, por no decir entre las diversas facetas de esta partitura y sus deudas con las diferentes tradiciones musicales europeas. Y lo hace con enorme acierto, inyectando convicción sin necesidad de dejarse llevar por el impulso vital –es decir, dejando a la música respirar con holgura– y haciendo gala de un fraseo plenamente barroco en el que no hay cabida a excentricidades. En el Aria (5'34'') quiere llegar a un compromiso entre la tradición y el movimiento HIP, pero le queda algo fría. La orquesta es formidable, si bien el equilibrio de planos no está del todo conseguido. En parte es culpa de la toma, no la mejor posible. (9)
7. Savall/Le Concert des Nations (Alia Vox, 1990). La Obertura comienza amplia y solemne, como si el de Igualada quisiera mirar a la pompa versallesca. Y es que, como era de esperar, Don Jordi no podía sino mirar hacia el mundo francés, lo que en esta página, claro está, resulta por completo plausible. El maestro hace sonar a la orquesta con la carnosidad que a él le gusta, otorgando especial presencia a las maderas y procurando que las trompetas suenen con rusticidad. Al violín de Fabio Biondi, de sonido un tanto áspero, le concede protagonismo en los fugatos, pero después incurre en la presunta contradicción –en realidad, no tiene por qué ser tal– de encargar el Aria al ripieno. Esta la plantea con enorme lentitud (6’01’’) y sin apenas ornamentación, como si quisiera complacer a los oídos más tradicionales; se agradece la intención, pero el fraseo resulta pesante. Llenos de ímpetu, de goce vital y de frescura los movimientos restantes, bien sostenidos por el clave de Pierre Hantaï. (8)
8. Pinnock/The English Concert (DG, 1993-94). El genial clavecinista británico se mantiene dentro del mismo concepto expresivo, apolíneo y luminoso, pero esta vez el el conjunto de violines y no el solista el que se encarga de la fuga –ahora con repertición– de la Obertura y del Aria, cálida y noblemente cantada: quizá sea la mejor de todas las HIP que he escuchado. La orquesta alcanza ahora mayor belleza y depuración sonoras, y quizá sea todavía más equilibrado el tratamiento instrumental. La toma vuelve a realizarse en el Henry Wood Hall, esta vez con resultados óptimos. (10)
9. Brüggen/ Orchestra of the Age of the Enlightenment (Philips, 1996?). El veterano maestro se pone al frente de la portentosa formación británica para ofrecer una interpretación irreprochable en el estilo, pulquérrima en la exposición, de perfecto equilibrio tanto en lo sonoro como en lo expresivo, vitalista sin necesidad de extremar los tempi, natural el fraseo y por completo ajena a cualquier suerte de excentricidad y amaneramiento. El reparo se encuentra esa habitual adustez, por no decir distanciamiento expresivo, que caracterizaban a Brüggen: a su visión le falta un poquito de alma. Formidable la toma. (8)
10. Antonini/Il Giardino armónico (Teldec, 2001). El travieso Antonini y sus chicos aportan frescura, desparpajo, sentido de los contrastes, variedad en el fraseo y un sentido muy italiano de la voluptuosidad en una recreación dionisíaca y desprejuiciada que tiene –lógicamente– muchísimo de italiano, y que por ende ofrece una visión renovada, pero no por ello más certera, de esta obra maestra. Muy plausible la propuesta de alternar entre violín y ripieno en el Aria (4’40’’), pero aquí Enrico Onofri, que había estado magnífico en la fuga y que no alcanza los niveles de extravagancia de los que hace gala en la actualidad, nos regala algún que otro suspiro y amaneramientos. Rico e imaginativo el continuo. (8)
11. Suzuki/Bach Collegium Japan (BIS, 2003). El clavecinista oriental –exuberante al continuo– plantea una introducción lenta y solemne para la Obertura, buscando el máximo contraste posible con un vivace rapidísimo, a mi entender equivocado. Aunque los japoneses tocan muy bien, la música no respira –tampoco lo hace el violín de Natsumi Wakamatsu– y la claridad se resiente. El ritmo excesivamente marcado hace mecánica al Aria (4’44), fraseada sin cantabilidad y ajena a toda poesía. Las danzas están planteadas con sensatez y animación, sin nada en particular que destacar. Tampoco es que las líneas instrumentales queden del todo clarificadas, lo que en parte se puede deber a una toma sonora más bien turbia. (7)
12. Koopman/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2010). El maestro repite su concepto, pero esta vez nada menos que al frente de la Berliner Philharmoniker, a la que hace sonar (¡milagroso!) como si fuera su propia orquesta, con una rusticidad muy adecuada. De nuevo el Aria, en la que limita mucho el legato, puede resultar no todo lo cálida y emotiva, pero el resto es un prodigio de fuerza, teatralidad, entusiasmo, sentido de los contrastes y fuerza expresiva. Estupendísima interpretación. (9)
13. Kuijken/La Petite Bande (Accent, 2012). En las notas de la carpetilla, el maestro belga confiesa arrepentirse del tamaño, según él, excesivamente grande de la orquesta que utilizó tres décadas atrás, y que “cautivado por el rico sonido de la Orquesta Lully de Versalles” intentó interpretar a Bach haciendo uso del mismo concepto sonoro”. Sin embargo, ahora “no hay ya ninguna justificación –ni histórica ni musical– para un número tan grande de ejecutantes”. La ventaja de este nuevo registro se encontraría “especialmente en la transparencia de las texturas”. Yo añadiría que, además, se gana en fluidez, en depuración sonora e incluso en variedad expresiva, como también en imaginación y en sentido de los contrastes. Por otra parte, esta vez Sigiswald decide lucir sus dotes como violín solista tanto en la Obertura –espléndida– como en el Aria, muy bien cantada por su parte pero lastrada por el clave muy mecánico de Benjamin Alard. (8)
14. Alessandrini/Concerto Italiano (Naive, 2018). Optando por la plantilla más reducida posible, Alesandrini nos ofrece una recreación extremadamente bulliciosa y animada, sin duda muy mediterránea, llena de luz y tocada con evidente entusiasmo, pero lastrada por ese fraseo excesivamente ligero y algo pimpante, digamos que “a saltitos”, que a algunos melómanos nos molesta al enfrentarnos a determinadas interpretaciones HIP. Lo cierto es que en la mayoría de los anteriores testimonios de esta lista no hacía su aparición. Aquí sí, empañando de manera considerable -molestísimo el violín de Boris Begelman- nada menos que el Aria, bastante rápida (3’53’’) y trivial, formidablemente apoyada -eso sí- por el clave del propio director. Soberbia la Bourrée. (7)
2 comentarios:
Muchas gracias, Fernando, por esta hermosa comparada.
Excelente comparativa. No se si le haya escuchado, pero en caso de que si, ¿qué opinión le merece la versión grabada por Otto Klemperer y su Philarmonia?
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