Escribo un tanto “tocado”, porque acabo de visionar una de las producciones de ópera más conmovedoras en el aspecto teatral que he visto en mi vida: el Pelléas et Mélisande de Debussy de Peter Sellars, una propuesta de Sir Simon Rattle registrada por las cámaras de la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín en diciembre de 2015. ¡Y eso que se trata de una versión semiescénica!
La verdad es que tampoco hace falta nada más. Sellars saca mucho partido de la particularísima distribución espacial de la Philharmonie berlinesa, trabaja de manera formidable la iluminación y realiza una dirección de actores soberbia. Secundado por una realización televisiva muy certera –poco atenta a la orquesta y a su director, sabia en el montaje, poderoso en los primeros planos y en perfecta rima con el tempo musical–, el regista estadounidense se arriesga al apartarse del simbolismo de Maeterlinck para ofrecer un drama mucho más a flor de tierra. Sin duda resulta menos rico en sugerencias, por su voluntad de explicitar cosas que en el libreto y en la partitura no están más que insinuadas, pero se encuentra realizado con tanto talento y tanta convicción que termina emocionándonos intensamente. Hay muchos, muchísimos aciertos en la definición de los personajes y en el tratamiento de las diferentes situaciones, empezando por el inhabitual relieve concedido a Geneviève y al pequeño Yniold. Y no le queda nada mal la “escenificación” de los diferentes interludios orquestales, porque Sellars se muestra atento a la música y quiere servirla de la mejor manera posible.
Otra cosa es que de vez en cuando a Sellars le salga la vena de “compromiso sociopolítico” y chirríen algunas escenas. La violencia con la que Pelléas es tratado por su hermanastro en la escena del sótano es excesiva: la tensión ya está ahí, no hace falta que el uno haga como que pone una navaja en el cuello al otro. También encuentro pasada de rosca la paliza de Golaud a Mélisande. No es necesario que en un momento dado Arkel demuestre un deseo sexual explícito por la pobre muchacha. Y me parece muy inoportuno convertir una de las escenas más inquietantes de la dramaturgia original, la de Yniold y los corderos, en una denuncia del maltrato a los inmigrantes.
Aun con todos estos reparos, insisto, la propuesta me ha gustado muchísimo. Hay talento, hay fuerza teatral, hay servicio a la música y –sobre todo– hay humanidad. Hay comprensión de lo que somos y de lo que sentimos. Hay celos, hay sufrimiento y hay perdón. El final es emocionante en grado superlativo. Si hubiera subtítulos en castellano –solo alemán e inglés–, la propuesta sería redonda.
Bueno, ¿y la interpretación musical? Sir Simon no repite el milagro de Karajan con la misma orquesta en este mismo espacio escénico –la referencial grabación de EMI–, pero se muestra más ortodoxo –menos brumas, menos tensión armónica, mayor levedad– y realiza un trabajo de una depuración sonora exquisita. Tampoco se pueden poner reparo a su pulso interno, a su refinadísimo colorido, a su sentido del teatro, a su control de las dinámicas y a su trabajo con las voces. La Berliner Philharmoniker, insuperable.
El verdadero protagonista de esta ópera es Golaud, rol que corre aquí a cargo de un maravilloso Gerald Finley: si vocalmente está espléndido, en lo escénico se merecería que le hubieran dado un premio internacional, porque todo, absolutamente todo lo que hace con el personaje es relevador. A su lado, palidece el –aun así– espléndido Pelléas del gran Christian Gerhaher, valiente y lleno de pasión, aunque se eche de menos un estilo menos apartado de lo que entendemos por “francés”. Este sí que lo domina Magdalena Kozená, una cantante cuyas obvias limitaciones en otros repertorios son aquí virtudes: el carácter más bien lírico de su voz, su fraseo especialmente mórbido y su relativa languidez expresiva son perfectas para Mélisande.
Franz-Josef Selig es el menos bueno del equipo vocal: a su Arkel le faltan profundizad y nobleza, aunque a la postre su labor es solvente. Magnífica Bernarda Fink como Geneviève (¡increíble su rostro en los compases finales!), muy bien Joshua Bloom haciendo del pastor y del médico, correcto el niño Elias Mädler como Yniold.
Estas representaciones berlinesas se repitieron en Londres un mes más tarde. La orquesta fue la London Symphony, pero se mantuvieron el elenco, la batuta y la propuesta de Sellars. No se hizo filmación del acontecimiento, pero sí que se llevó al disco. La edición de LSO Live incluye tres SACD y un Blu-ray de solo audio, en sonido tanto estereofónico como multicanal. Ayer precisamente tuve la oportunidad de realizar la audición –había comprado el producto hace tiempo– y quedé muy gratamente sorprendido tanto por la insuperable calidad de la grabación –cosa rara en el citado sello– por el alto nivel musical de Rattle y todo su equipo, pero lo cierto es que hoy me he emocionado mucho más gracias al soberbio trabajo escénico de Sellars. Estoy deseando acudir al Maestranza a ver la producción de Decker con Plasson en el foso.
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