Iba a comentar el último disco de Barenboim, Encores, que salió el viernes y he podido escuchar ya dos veces pese a que he pasado día y medio en Sevilla. Lo que ocurre es que coincido de manera tan absoluta con lo que ha escrito Ángel Carrascosa en su blog que no tiene ningún sentido repetir: acudan a él y lean. Ahora bien, no me resisto a escribir unas breve reflexión a partir de algo que me ha sorprendido muchísimo. O no tanto.
El lector kapsweiss2016, en los comentarios a una entrada anterior del propio Ángel (aquí), dice que acaba "de leer la crítica de la revista Diapason francesa y le da dos puntos de una máximo de 5, aparte de poner a Barenboim a caldo". Lo primero que pensé yo –no he encontrado la reseña en la red– es eso de "están locos estos galos". Pero luego recordé algo bastante obvio. El maestro de Buenos Aires, efectivamente, sufre en alguna de las piezas porque sus dedos ya no corren lo suficiente. Y por mucho que la musicalidad de la que hace gala a lo largo del recital es extraordinaria, como también su técnica (¡algunos siguen confundiendo técnica con dedos, pero eso daría para escribir todo un ensayo!), para no pocos melómanos lo más importante, o tal vez lo único que ellos alcanzan a percibir, es si el cantante o el solista instrumental de turno es capaz de correr mucho dando todas las notas con absoluta limpieza. Lo otro, el "cómo se dan las notas", la relación sonora y expresiva que existe entre los diferentes sonidos, es algo secundario.
No voy a negar que en buena parte de la historia de la música la vertiente del "espectáculo" propiamente dicho es importante, y menos aún que todos nos dejamos llevar por una buena exhibición de pirotecnia musical. Lo que ocurre es que si detrás de tantas luces y tantas explosiones no hay nada, no hay un concepto interesante de la interpretación, solo nos queda el olor a pólvora.
Es justo el caso de lo que hace tan solo unos días presencié en el FeMÀS. Giovanni Antonini hizo unas globalmente espléndidas Suites de Bach con la Barroca de Sevilla (aquí mi reseña), pero cuando llegó la celebérrima Badinerie, el italiano se soltó la melena –por alguna parte su Mister Hyde tenía que hacer aparición– y decidió convertirse en el correcaminos, optando por el tempo más rápido posible para que el flautista Rafael Ruibérriz pudiera deslumbrar con su agilidad digital. No solo eso, sino que el solista ornamentó todo lo que pudo –y más– montando un numero totalmente pensado de cara a la galería: "mirad qué bueno soy, qué dedos tengo". La partitura bachiana salió perdiendo con semejantes prisas, pero el público aplaudió a rabiar. ¡De eso precisamente se trataba! El problema es que luego los críticos oficiales se deshicieron en elogios. Son los mismos, claro está, que van diciendo que Barenboim anda acabado por culpa de sus dedos.
En fin, que no se trata de que los galos estén locos. El problema es mucho más profundo. Sea como fuere, lo más probable es que el lector ya sepa todo esto y no necesite más consejos: acuda usted a su plataforma de streaming preferida y deléitese con uno de los mejores discos pianísticos de los últimos años.
2 comentarios:
Los últimos comentarios cruzados leídos últimamente sobre Barenboim y el flautista Ruibérriz confirman con rotundidad y sin disimulos lo que ya sabíamos desde hace tiempo: el desprecio hacia Barenboim y su proyecto del Diván ("Proyectos megalómanos sin pies ni cabeza", ¡en los que el director de Buenos Aires no cobraba ni un duro!) tienen su origen en una actitud dogmática en favor de las interpretaciones "historicistas" y en unas ideas políticas muy conservadoras que llevan a censurar todo lo que huela a progresismo. Dudo, por tanto, y mucho, del gusto musical de varios -la mayoría- de los críticos musicales sevillanos, que están muy condicionados por su odio al PSOE. Estos críticos, sistemáticamente, han estado fustigando a Barenboim/Diván en sus actuaciones en Sevilla, en contraste radical con las entusiastas críticas que esos mismos programas e intérpretes recibían y reciben en sus actuaciones en Berlín, Lucerna, Salzburgo, París o Buenos Aires. Ángel Carrascosa Almazán
Lo que dices me parece exacto al cien por cien, Ángel. El problema es que muchos de estos músicos y críticos ocultan sus filias y fobias de cara a la mayoría de los mortales. Pero luego descubres (por ejemplo, via Facebook o Twitter) que la mayoría se mueven políticamente entre Díaz Ayuso y VOX.
El daño que se ha hecho a Andalucía haciéndonos perder a Barenboim y la WEDO es enorme y difícilmente reparable, pero las generaciones posteriores pondrán a personajes tan siniestros como Pablo Vayón, Andres Moreno Mengíbar o Carlos Tarín en su sitio. Imagínate que en los años 40 o 50 hubiésemos tenido en Sevilla todos los años a Furtwängler y la mafia local se hubiera encargado de echarle "porque es propaganda, y lo importante son los músicos sevillanos". ¿Qué pensaríamos hoy de todo ello? Pues eso mismo. Mientras tanto, el Festival de Música Antigua arrasa en las críticas de manera más que sospechosa...
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