Aprovechando los precios disparatadamente bajos de los vuelos (¡diez euros ida y vuelta Sevilla/Pisa!), he tenido la oportunidad de realizar una fugaz visita a Florencia. Solo dos noches, sin llegar a las cuarenta y ocho horas: aun así, más tiempo del que tuve la oportunidad de estar en mis cuatro visitas anteriores a la capital de la Toscana. Sumando las cinco, resultan por completo insuficientes para paladear como se merece la que quizá sea la ciudad más llena de belleza en todo el planeta. Las incomodidades derivadas de la crisis sanitaria han sido enormes –papeles por aquí y por allá, miedo en el cuerpo–, y muy grande el esfuerzo físico de dedicar horas y horas sin descanso al arte, pero aun así ha merecido la pena. Primera vez, sin ir más lejos, que he podido entrar en el Palacio Pitti y en el Médici-Riccardi, mientras que lugares tan emblemáticos como la Galería de la Academia, los Uffizi, San Lorenzo, Santo Spirito y El Carmine no los visitaba desde 1991.
Daba la casualidad que se celebraba –en fecha inhabitual, por culpa del coronavirus– el Maggio Musicale. Yo había estado una vez, en 2008, viendo la Carmen de Zubin Mehta y Carlos Saura en el Teatro Comunale. El concierto del pasado jueves 15 de julio tuvo lugar, por el contrario, en el nuevo Teatro del Maggio: edificio más bien frío, acústica excelente en las butacas de arriba. La orquesta del festival estaba dirigida por Gianandrea Noseda, quien a la sazón se ocupaba de las funciones de Siberia, de Giordano, que protagonizaba Sonya Yoncheva. A la ópera no pude asistir, pero el evento sinfónico lo disfruté. Interpretativamente le voy a poner reparos, pero insisto en que lo disfruté. En buena medida porque he tenido la oportunidad de volver a escuchar en directo una orquesta muy grande –con sus ocho violonchelos, cinco trompas y cuatro percusionistas–, y de vivir esa experiencia especial que es tener delante a una formación de gran tamaño soltando decibelios en piezas de fuste del gran repertorio.
¿Gran repertorio, Witold Lutoslawski? Yo quiero pensar que sí, que a estas alturas se reconoce al polaco como uno de los más geniales compositores del siglo XX, y a su relativamente temprano Concierto para orquesta (1954) como una página imprescindible para cualquier orquesta y nada difícil de digerir por el público. El maestro milanés dirigió en buena medida pensando en este, lo que quiere decir que ofreció una interpretación muy vistosa y comunicativa, pero también un tanto superficial: los tempi fueron rápidos, la sonoridad expresionista, el decibelio generoso. El propio compositor y –sobre todo– Daniel Barenboim nos han enseñado que no solo no es necesario desplegar tanta agresividad, sino también que conviene explorar los aspectos más atmosféricos de la música, que los pentagramas contienen una buena dosis de poesía y que no hay que desdeñar el sabor folclórico. Noseda hizo sonar francamente bien a la orquesta en una página de lo más exigente, pero su aproximación resultó excesivamente nerviosa y unilateral. Impactó, mas no emocionó.
Cuadros de una exposición de Mussorgsky/Ravel en la segunda parte. Buena interpretación, pese a que empezó con un gnomo algo caprichoso en el que se revelaron cosas nuevas al tiempo que se nos desconcertaba en otras. A partir de ahí hubo ortodoxia y sensatez, además de un trabajo técnico cuidadoso que, con todo, no pudo evitar más de un desajuste. Muy sensible el saxofón en el viejo castillo. Samuel Goldberg resultó demasiado ampuloso frente a un Schmuyle más quejica que humillado. Bydlo me resultó en exceso pesante: me hubiera gustado más decisión, como también una gama dinámica más extrema, aunque en contrapartida la tuba estuvo formidable.
Lo más flojo fue el mercado de Limoges, sin electricidad ni chispa. Muy bien los metales de las catacumbas y de la cabaña con patas de gallina. Para terminar, una Gran Puerta de Kiev en verdad impresionante en la que Noseda derrochó grandeza sin caer en el efectismo y la orquesta, muy trabajada por la batuta, puso lo mejor de sí misma y rindió no como una formación de primera, que nunca lo ha sido, pero sí con nivel suficiente para conseguir fuertes y merecidísimos aplausos por parte del público, no muy abundante, que ocupaba las butacas. Lo dicho, un concierto para disfrutar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario