Permítanme recomendarles para este Viernes Santo por la tarde un Oficio de Tinieblas diferente: el de Leonardo Leo (1694-1744). Este disco, editado por Decca en 2002, es uno de los muchos que me ha regalado un amigo. Lo escuché ayer y lo disfruté una barbaridad, pese a no ser este un repertorio de mi especial interés.
Precisamente porque nada sé de este mundo, solo puedo decir que todas estas músicas, escritas al final de su trayectoria por Leonardo Leo para la Capilla Real de Nápoles de quien luego sería nuestro Carlos III, me han parecido no solo muy inspiradas, sino también la mar de interesantes desde el punto de vista estilístico. La razón la expone la especialista Giovanna Ferrara en la carpetilla (traduzco lo mejor que puedo, detectando desajustes entre el original en italiano y el texto inglés):
“Una característica básica de la música religiosa y de iglesia de la escuela napolitana en el siglo XVIII es la convivencia del stile antico y el stile moderno, esto es, de la polifonía en el sentido más amplio del término, la preservación de un enfoque riguroso al contrapunto a capella en una mano, y las nuevas ideas de armonía y monodia y del estilo de cantata en el otro”.
Aunque el texto no quede del todo claro, la audición deja el asunto a la luz, muy particularmente en el Misereris omnium, Domine con que arranca el disco. El resto tiene más de “moderno” que de “antiguo”, pero está lleno de bellezas, empezando por el Salve Regina y terminando por las Lamentaciones de Jeremías que me han llevado a la audición por estas fechas. Aunque un reparo sí que voy a poner: me suena esta música demasiado “profana” para lo que debería ser. Pero claro, eso ya se lo dijeron el pobre de Pergolesi… Mejor no me hagan caso.
Ah, el irregular Christophe Rousset está en su salsa –órgano positivo y clave–, sus cuatro instrumentistas funcionan muy bien y entre los solistas vocales hay dos presencias de verdadero lujo que hacen subir altísimo el nivel interpretativo: Sandrine Piau y Hilary Summers. Lo dicho, ideal para esta tarde.
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