Vamos a comparar cuatro versiones de esa enorme obra maestra que es el Pierrot Lunaire de Arnold Schoenberg, con la particularidad de que tres de ellas corresponden al mismo año de grabación: 1997. Y de que las tres –bueno, las cuatro– son de enorme nivel.
Comenzamos con una veinte años anterior, de 1977. La registró CBS y en ella Pierre Boulez se ponía al frente de un conjunto de solistas formado nada menos que por (¡agárrense!) Daniel Barenboim, Michel Debost, Antony Pay, Pinchas Zukerman y Lynn Harrell. Este último estuvo quizá un punto menos expresivo que sus colegas, pero todos realizaron una gran labor bajo una dirección depuradísima y exquisita, llena de sutilezas, en el que tanto el lirismo como la ironía están admirablemente reflejadas. No lo están en semejante medida por parte de la mezzo Yvonne Minton, espléndida en lo técnico, quizá algo más cerca del canto que de la declamación, pero necesitada de un punto más de mordacidad y de inflexiones expresivas a la hora de recrear los poemas surrealistas de Albert Giraud.
Saltamos a 1997. Nos vamos con ese particular personaje que es Robert Craft, quien tuvo a su disposición un estupendo equipo de solistas de Nueva York agrupado bajo el nombre de Twentieth Century Classic Ensemble. La recreación, hoy editada por el sello Naxos, terminó siendo interesantísima porque en lugar de buscar una intensidad de corte más o menos expresionista, y desde luego alejándose por completo de cualquier clase de frialdad o intelectualismo, nos descubre la faceta más sensual, misteriosa e incluso acariciadora de esta partitura, que se encuentra recreada con un desarrolladísimo sentido de la ambigüedad y del misterio. A sus cincuenta y siete años, Anja Silja no ofrece brillo ni atractivo en la voz –reconozcámoslo: ni siquiera en los sesenta su instrumento era hermoso–, pero debe considerarse entre las más grandes intérpretes de esta parte por su pleno dominio de la declamación, sabiendo decir con una enorme variedad expresiva y con todas esas sutiles inflexiones (¡qué inmensa cantante-actriz ha sido esta señora!) que Craft propone desde el podio, todo ello sin acercarse a ese peligro enorme de este papel que es caer en la exageración o el ridículo. Hay que escuchar este registro, sin duda.
Volvemos a Boulez, esta vez al frente de su Ensemble InterContemporain un registro técnicamente soberbio realizado por Deutsche Grammophon. Su dirección es más claramente expresionista que la de Craft, ofrrece más ángulos y picos de tensión de mayor intensidad, pero al mismo tiempo, y aunque resulte paradójico, resulta más distante que la de su colega musicólogo. Aunque sea un tópico, aquí se puede hablar de frialdad bouleziana, o al menos de un excesivo distanciamiento. La poesía no termina de surgir, como tampoco se perciben esa sensualidad y ese sentido del misterio de la interpretaciones antes comentadas, incluida la del propio compositor francés. El Ensemble InterContemporain, eso sí, es el colmo del virtuosismo y la precisión, y Boulez lo controla con una depuración sonora diríase que insuperable. La solista es Christine Schäfer. Su instrumento es bien distinto al de la Silja –no digamos al de la mezzo Minton–, a quien supera con mucho en belleza vocal y refinamiento canoro, pero de nuevo se queda algo corta ante la variedad expresiva y la riqueza de acentos de su colega: por momentos resulta un pelín lánguida. El registro dio pie a una película de Oliver Herrmann disponible en YouTube.
Quedan Giuseppe Sinopoli, Luisa Castellani y un admirable equipo de la Staatskapelle de Dresde que incluye el violonchelo de Jan Vogler, además del piano de Andrea Lucchesini. El registro es de Teldec y hoy se incluye en una caja de ocho compactos editada por Warner a precio de saldo que me parece por completo imprescindible. Entre otras cosas por este Pierrot, el que más me gusta de los cuatro.
Le pongo reparos a Castellani, en parte porque su instrumento presenta menos cuerpo del deseable, en parte porque tiende un poco –como Schäfer– a la languidez, aunque a la postre termina ofreciendo una interpretación de singular atractivo, muy lírica y sutilísima en sus inflexiones, pródiga además en detalles personales muy acertados y que muestran sus especial afinidad por la música contemporánea. Pero lo que me parece increíble es la parte instrumental. No, estos señores no son Barenboim y compañía, ni alcanzan la incomparable perfección del InterContemporain, pero están mejor. ¡Todavía mejor, aunque parezca imposible! Porque tocan estupendamente, porque interpretan con enorme implicación expresiva, porque saben ofrecer una enorme variedad de acentos y, desde luego, porque atienden de manera muy especial a lo que dicen los textos. Obviamente gran parte del mérito corresponde a un Sinopoli que ha sido el director que mejor ha demostrado que la Segunda Escuela de Viena nada tiene de frialdad intelectual si uno sabe hacer las cosas como deben hacerse. Su visión se encuentra muy cercana a la de Craft, es decir, se aleja de las tensiones expresionistas para indagar en todo el potencial surrealista de la página, pero haciéndolo quizá con mayor más variedad expresiva, además de ofreciendo un asombroso tratamiento de las texturas y haciendo que los instrumentistas fraseen con ese particular sentido de lo curvilíneo que caracterizaba su arte directorial. Por si fuera poco, la toma sonora es tan insuperable como la de la última de Boulez. Compren la referida caja, no se arrepentirán.
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