sábado, 4 de abril de 2020

Dos audiciones para el Sábado de Pasión

Mi deseo de centrarme, ya que no hay desfiles profesionales, en la música escritas para estas fechas, me ha llevado a acercarme hoy Sábado de Pasión a dos obras muy distintas entre sí. En primer lugar, al Stabat Mater compuesto en 1950 por Francis Poulenc, que no escuchaba desde hacía mucho y que solo conocía en la versión de Hickox. Esta vez me ha interesado más que antes, no ya porque se encuentre estupendamente escrita, sino porque su inquietante espiritualidad, que no deja de combinarse con ese lado amable y un tanto naif que caracteriza al compositor, me ha parecido muy sincera. Las dos caras del artista son irreprochablemente atendidas por un Charles Dutoit (Decca, 1994) que se mueve tan bien como siempre en el repertorio francés y que sabe hacer sonar con ese punto de levedad y ese colorido difuminado tan propio de este mundo musical al digno Coro de Radio Francia y a la notable Orquesta Nacional de Francia. La soprano Françoise Pollet cumple bien su cometido.


Lo que ocurre es que después he querido volver a la de Richard Hickox (Virgin, 1990) y me ha parecido muy superior, quizá menos idiomática pero más intensa, y desde luego mucho más depurada en lo sonoro, tanto en lo que respecta a la City of London Sinfonia como en lo que se refiere a los formidables Westminster Singers: recordemos que el malogrado maestro británico era ante todo director coral. Catherine Dubosc es también mejor solista, y la toma asimismo resulta más satisfactoria.



Finalmente he decidido conocer Lazarus, la cantata de Pascua que Franz Schubert dejó inacabada allá por 1820, cuando el compositor contaba veintitrés años y solo le quedaban ocho de vida. No me parece que aquí esté la mejor música del genial creador, pero a lo largo de estos setenta y cinco minutos hay muchísima belleza melódica y una muy atractiva mezcla entre lo profano y lo espiritual. Espiritualidad que, a partir del texto de August Niedermeyer pero coincidiendo plenamente con las inquietudes del propio Schubert, alterna un sereno carácter trascendente con las más acongojantes inquietudes hacia el más allá. Por otra parte, las relaciones con el mundo de Weber y los ecos de Beethoven –algún pasaje recuerda a Fidelio– nos dice bastante acerca de qué se estaba cociendo en el mundo de la lírica centroeuropea por aquel entonces.


El registro que he escuchado lo realizó EMI en los primeros tiempos del sonido digital y pertenece a la integral de música sacra que realizó Wofgang Sawallisch al frente de la Sinfónica de la Radio Bávara. Su batuta es sensible y sabe encresparse –introducción al acto segundo–, pero lo que convierte a la interpretación en excepcional son los cantantes, empezando por un Robert Tear de voz fea pero perfecto a la hora de recrear los sentimientos de Lázaro y terminando por un Fischer-Dieskau portentoso en la atormentada aparición de Simon, pasando por unas deliciosas Helen Donath y Lucia Popp (¡qué dos señoras más inolvidable!). También está estupendo Josef Protschka, flojeando únicamente Maria Venuti por algunas tiranteces en el agudo. Recomiendo la audición.

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