Siendo poco más que discreta la calidad de la orquesta, encuentro sensata y más que digna la dirección de Labadie: sin frivolidades, atropellamientos ni ninguno de los problemas que suelen afectar a las interpretaciones historicistas. Falta un grado de sensualidad y de encanto, como también de riqueza en los matices, pero Labadie permite a la música respirar como es debido. Otra cosa es que para determinadas sensibilidades resulte difícil de digerir una articulación HIP en Haydn: yo lo hago sin problemas, pero tengo amigos a los que aún les resulta complicado acostumbrarse.
Sea como fuere, lo extraordinario en este disco es la labor del solista. Últimamente he estado adentrándome en este repertorio y me parece que ningún otro pianista, salvo Kissin, me ha gustado tanto en el Haydn concertístico como Hamelin. Sin sacar los pies del plato ni "romantizar" nada, Marc-André aprovecha todos los recursos de su instrumento moderno para desplegar en los movimientos lentos un vuelo melódico, una poesía y una mezcla perfecta de elegancia, ensoñación bien entendida y reflexión humanística. ¿Y en los extremos? Pues efervescencia, dinamismo y claroscuros sin exageraciones, amén de una extraordinaria claridad, pero sin pretensiones clavecinísticas "a lo Glenn Gould" –otro canadiense– y evitando caer en el mero espectáculo de virtuosismo.
El CD lo registró con excelente toma el sello Hyperion en 2012. Lo recomiendo vivamente, entre otras cosas porque esta música merece mucha más atención de la que suele recibir: ni siquiera el más famoso de la serie, el nº 11, ha conocido muchas grabaciones a lo largo del último siglo.
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