Lo único que le había escuchado a Nikolai Demidenko era el
Concierto nº 1 de Chopin que tenía filmado con Antoni Wit: allí me
pareció un pianista muy completo desde el punto de vista técnico, pero algo
alicorto en poesía. Ayer sábado le pude escuchar en el Teatro Villamarta de
Jerez (¡qué lejos quedan aquellos tiempos en los que ver sobre su escenario a
gente como Pires, Ashkenazy o Sokolov entraba dentro de lo normal!) un recital
en el que ha mejorado mi percepción de su arte.
Comenzó la velada con el Capricho nº 6 de las Soirées de Vienne de
Schubert-Liszt, una nadería deliciosa en la que el ruso hizo gala un sonido tan
hermoso como admirablemente regulado y de una gran elegancia en el fraseo.
Palabras muy mayores a continuación: Franz Schubert. En la web del teatro y en
el programa de mano se anunciaba la “Sonata en La Mayor Op. posth.”, mientras
que en la página del artista se hablaba de la “Sonata No. 19 in Minor D. 958”.
Al final fue la primera de ellas, es decir, la Sonata No. 20 en La mayor D.
959. La dificultad es la misma, en cualquier caso, porque llegar al punto
justo de equilibrio entre belleza formal, fluidez y hondura en cualquiera de las tres últimas
sonatas schubertianas solo está al alcance de los grandes. Demidenko superó la
prueba y ofreció una espléndida recreación en la que planificó de manera
admirable la arquitectura, resolvió estupendamente las transiciones, cantó las
melodías con naturalidad y supo marcar los picos de tensión para que la música
no se quedara en una sucesión de sonidos. Un punto más de
fuerza expresiva, de emotividad y de magia poética no le hubieran venido mal, en
cualquier caso: la comparación con la descomunal, histórica recreación que le
escuché a Radu
Lupu en Barcelona hace tan solo unos meses, deja claro que lo de ayer fue de
notable alto, más no de matrícula de honor.
El Vals op. 38 de Scriabin estuvo dicho con fluidez y elegancia,
mirando no tanto al pasado chopiniano como al impresionismo contemporáneo.
Sensible en el toque y elegante en el fraseo, Demidenko controló de manera
admirable su sonido pianístico para alcanzar la agilidad y la delicadeza
pretendidas.
La misma capacidad para modelar la materia prima le permitió
ofrecer increíbles veladuras con las que acentuó el lirismo onírico e inquietante de la Sonata nº 8 de Prokofiev, ofreciéndonos así
una interpretación muy alejada del tópico: si la mayoría de los pianistas se
centran –es lógico y plausible que así lo hagan– en los aspectos más combativos
de esta música, en su carácter obsesivo y en sus sonoridades atronadoras,
Demidenko se desentendió del carácter demoníaco de la misma –tampoco le faltaron
contrastes ni tensión interna– y optó por esa melancolía amarga
y desconsolada, recorrida por inquietantes turbulencias y a veces disfrazada de
sarcasmo, que singulariza la creación del compositor. Como además la recreación
supo ser brillante cuando está indicado y ofreció grandes dosis de agilidad
–algunos deslices hacia el final del tercer movimiento importaron poco–, el
resultado fue sobresaliente. Solo a Kissin –vídeo
disponible en YouTube– le he escuchado algo todavía mejor.
Tres propinas: dos Scarlatti soberbios y un Chopin, el Vals del
minuto, que debería haberse ahorrado.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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