Novena de
Beethoven, no de Mahler. Porque
Rafael Kubelik sigue siendo, para
muchos, ante todo un gran mahleriano, pero a mí me parece que fue muchísimo
mejor beethoveniano. Diré más: su ciclo de las sinfonías del de Bonn, grabado
con nueve orquestas diferentes para Deutsche Grammophon, es uno de los tres o
cuatro mejores que conozco, y posiblemente el más recomendable para quien se acerque por primera vez a este pilar de la historia de la
música. Acabo de escuchar la única que me faltaba –las otras las conozco desde
hace tiempo–, la
Novena registrada en enero de 1975 frente a sus
conjuntos de la
Radio de Baviera, en la remasterización cuadrafónica en SACD
–sonido muy confortable– que ha publicado el sello Pentatone. Me
ha parecido no de las mejores de su integral –
Tercera,
Sexta–, pero sí espléndida. Prácticamente no hay un solo bache en el
ciclo.
Encontramos aquí las mejores virtudes del
maestro bohemio: fluidez, naturalidad y un ejemplar sentido de lo apolíneo,
entendido esto como equilibrio entre forma y expresión. No estamos, por tanto,
ante una interpretación gótica y cargada de malos presagios; tampoco filosófica
y trascendida; menos aún épica, hinchada o dicha de cara a la galería. La
lectura, por el contrario, se sitúa en el punto intermedio entre belleza sonora,
pathos dramático y canto humanístico, sin forzar ningún elemento y sin pretender
emitir mensajes más o menos personales, más o menos ideológicos. Kubelik deja
que la música fluya, que el fraseo se desarrolle con tanta lógica como
espontaneidad, aunque sin perder nunca el control.
Por eso mismo el primer movimiento, aun careciendo –no hay la menor intención
de ponerse protowagneriano– de juego con los silencios, de aspereza y de carga
visionaria, alcanza los clímax con una facilidad insultante merced a una
perfecta planificación de las tensiones; algunos echarán en falta mayor compromiso expresivo, pero no se puede discutir que el resultado sea espléndido dentro de su sensatez y ortodoxia. El segundo, de nuevo
sin forzar la máquina –no se mira a Bruckner–, se desarrolla con la mayor
elocuencia; memorable el trío, increíblemente bien desmenuzado y todavía mejor
cantado. El tercero está dicho con un lirismo noble y sereno –no otoñal, ni
metafísico– que parece mirar al pasado clásico, mas sin perder su aliento
humanístico. Y el cuarto consigue el milagro de desplegar toda su grandeza
manteniendo unas sonoridades ágiles, un fraseo fluido a más no poder y un
absoluto alejamiento de toda retórica vacua; el enunciado en la cuerda del Himno
a la Alegría es uno de los más bellos que yo haya escuchado.
En el cuarteto flojea
Thomas Stewart, cavernoso y no muy allá.
Wieslaw Ochman
tiene una voz hermosa y canta bien –portentosamente clarificada la polifonía de
las maderas que le acompaña–. Muy bien
Helen Donath y estupenda
Teresa
Berganza, que consigue el milagro de que se oiga su parte. A ver si otro día
logro escribir algo sobre el resto de las sinfonías, que sigo escuchando en el
citado trasvase a SACD.
1 comentario:
En efecto, don Rafael fue el artífice de una de las primeras integrales sinfónicas de Mahler (si no la primera), muy meritoria pero creo que algo irregular. Tuvo su momento y fue muy de agradecer. Pero ahora descubro gracias a usted su magnífico Beethoven. He encontrado el ciclo para DG en calidad flac normal y las Tercera y Sexta me han gustado mucho. Un abrazo.
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